agosto 19, 2025

Andy García Lorenzo: “Tengo el deber de seguir haciendo por la libertad de Cuba”

“Sí, tengo traumas de prisión, siento que no soy el mismo y sé que me va a costar adaptarme después de todo lo que viví”, reconoció en esta entrevista exclusiva con CubaNet.
Andy García
Foto: Cubanet


Villa Clara-. Hace más de un mes que Andy García Lorenzo volvió a su casa, pero todavía no logra adaptarse. Cada sonido o silencio le recuerda a las celdas en las que permaneció recluido. Los primeros tres días apenas durmió; no solo era que su cama, su cuarto, su casa le resultaban ajenos, sino que ya no tenía cerca a toda su familia, pues sus hermanos menores se vieron forzados al exilio. Tampoco es el mismo joven ingenuo de apenas 23 años al que condenaron a cuatro años de prisión por manifestarse pacíficamente el 11 de julio de 2021 (11J) en Santa Clara, provincia de Villa Clara.

“Sí, tengo traumas de prisión, siento que no soy el mismo y sé que me va a costar adaptarme después de todo lo que viví”, reconoció en esta entrevista exclusiva con CubaNet, en la que narró golpizas y otras formas de tortura a las que fue sometido.

—Cuéntame, ¿cómo fue tu excarcelación? ¿Te amenazaron?
Fue el día 7 de julio, cuatro días antes del aniversario del 11J. Me liberaron por cumplimiento de condena. Tres meses antes hubo un interrogatorio muy fuerte, con amenazas fuertes. También los días previos me hicieron varias requisas; en cuatro años no me hicieron requisas tan detalladas como las de esos últimos cuatro días: llegaban de sorpresa a cualquier hora para revisarme mis pertenencias como buscando algo, pero creo que todo era parte de un montaje para desestabilizarme psicológicamente.

Ellos saben cuándo la prisión logra reinsertarte o reeducarte, y también cuándo no se logra, a lo cual le llaman “preso de preocupación”. A los oficiales de la Seguridad del Estado les preocupaba mi visibilidad, lo que fuera a hacer una vez libre.

Ese día, el de la liberación, interrogaron a mi madre y a mi padre. De eso me enteré después. Hubo un momento, casi cuando iba ya a abrazar a mi familia, que me vuelven a poner las esposas y hacen como que me van a detener, todo por un cartel que llevaba mi familia, un cartel de recibimiento; mi madre se metió en el medio pensando que me iban a arrestar. Finalmente, no pasó nada y pudimos irnos de allí.

A mí también me interrogaron antes de soltarme. Me llevaron a la oficina del jefe de la prisión (Guamajal). Allí me estaban esperando con una cámara para grabar; habían montado casi un estudio de grabación con muchas luces que enfocaban un buró. Me dijeron que me sentara en ese buró, pero me negué; en un momento, uno de ellos intentó pasarme un brazo por encima de los hombros y se lo quité. Eran en total unos seis militares, entre ellos un teniente coronel, jefe de Enfrentamiento a la Contrarrevolución de la provincia.

Lo que hicieron fue poner las cartas sobre la mesa: que me volverían a encarcelar si volvía a manifestarme o hacer cualquier acción contra el régimen. Me pusieron de ejemplo a Díaz-Canel, dijeron que, si yo decía que él era un incompetente, hasta eso era un delito, y que me acusarían de desacato. Fue un interrogatorio fuerte, aunque no duró una hora.

El jefe de Enfrentamiento incluso intentó provocarme de manera agresiva, buscando una reacción violenta mía que les permitiera justificar dejarme encerrado, pero sabía lo que buscaban y no cedí a eso. Unos meses antes le había dicho a uno de sus subordinados que uno de mis sueños era poder resolver las cosas de hombre a hombre con alguno de ellos, porque ellos me esposaban para darme golpes.

—¿Cómo es eso? ¿Cuándo y cómo te golpearon?
Estando en inanición hace un tiempo, me golpearon tres veces. Fue en la prisión de Guamajal, a donde me habían trasladado desde la prisión El Pre. Llevaba más de un mes sin llamar a mi familia, y el reglamento penitenciario establece que cuando te trasladan de prisión te deben dar derecho a una llamada telefónica. No tenía la intención de hacer la huelga, pero era mi forma de defender mis derechos ante tanta impotencia.

Estaba en celda, donde te daban el colchón por las noches y te lo quitaban por las mañanas. Me dieron un colchón de guata, mojado u orinado. En un momento, le dije al guardia que no iba a cargar más el colchón porque estaba con dolor en los riñones y en la columna. La respuesta fue que terminaron arrastrándome, dándome golpes en la cabeza. Me hicieron lo que llaman “la carretilla”: con las manos atrás, esposado, te ponen el colchón entre la espalda y las manos, lo cual te obliga a inclinarte hacia adelante. Eso lo hicieron al menos tres veces; en una de ellas me tumbaron. Lo hacen también como forma de humillarte. Pero esas cosas te convencen más de las razones por las cuales se lucha.

Estuve en huelga alrededor de siete días hasta que se solucionó: me dieron derecho a la llamada con mi familia. Y se resolvió también porque mi familia denunció las golpizas; por eso la familia y las denuncias son tan importantes.

—¿Cuántas huelgas de hambre hiciste?
Alrededor de cuatro. La primera de ellas la hice junto a un compañero de causa, José Rodríguez Herrada, también manifestante del 11J que ya está libre. Por lo general eran mecanismos para exigir derechos o solucionar problemas básicos que sufríamos en la prisión.

—¿Qué pasó el 11 de julio de 2021? ¿Cómo lo viviste?
Nos enteramos de las protestas estando en la casa. Le dije a mi mamá que saldría si había una manifestación en Santa Clara y así lo hice, aproveché que varios manifestantes pasaron por mi casa y me uní a ellos. Ninguno de ellos fue preso, gracias a Dios.

Estuvimos andando en la manifestación un buen rato. Nos dijeron que estaba centrada en El Condado y para allá fuimos. Fue increíble, emocionante: las personas gritando “abajo la dictadura” y muchas otras consignas; todo un pueblo reprimido soltando lo que llevaba por dentro. Todo fue pacífico; hubo algunos que tiraron piedras, pero creo que fueron enviados (por los militares) para sabotear la manifestación.

Había mucha militarización en las calles. Y también hubo violencia, pero de parte de los policías: empujaban, daban golpes… Hubo confrontación también entre manifestantes y policías. A mí me echaron gas pimienta dos veces.

—¿En qué momento te detienen?
Me di cuenta de que, como nosotros éramos más, ellos (los militares) lo que hicieron fue marcar a algunas personas: los perseguían o buscaban la forma de aislarlos para detenerlos. Así hicieron conmigo. Me cayeron atrás; pude haber escapado, pero decidí entregarme. Me puse en medio de la carretera, levanté las manos y me acosté en el suelo. Me montaron en la patrulla. El policía fue dándome golpes todo el camino, estando yo esposado, con las manos detrás.

En Instrucción lo que me hicieron fue un cacheo fuerte (agresivo), pero sí escuché y vi que estaban golpeando a muchas de las personas que estaban detenidas. Había menores de edad también, de 14 o 15 años.

—Tengo entendido que cuando tu mamá fue a verte te obligaron a vestir un pulóver con mangas largas para que no se vieran las marcas de los golpes.
Sí. Eso fue como a los diez días de la detención.

Desde el primer interrogatorio dije que no me arrepentía de nada. También les dije que me habían golpeado y me aseguraron que me llevarían a la enfermería. Pero no lo hicieron. Yo incluso tenía el pómulo hinchado y marcas en las costillas.

—¿Te volvieron a golpear en algún otro momento?
No, en esos días no lo volvieron a hacer. Lo que hicieron fueron los interrogatorios, donde intentaban desestabilizarte psicológicamente. Por ejemplo, interrogatorios en la madrugada; a veces no me interrogaban, sino que me dejaban en lo que llaman “el cuarto frío”, un lugar donde pasabas mucho frío.

A veces ni siquiera tenía noción del tiempo; lo calculaba por los horarios de comida (desayuno, almuerzo y cena).

—¿Qué fue para ti lo más traumático?
El interrogatorio en sí. Nunca había pasado por eso. No sabía a lo que me enfrentaba. Solo había visto cosas así en documentales.

—¿No tenías idea de que eso sucediera en Cuba?
No. No tenía ni la más mínima idea. Pero te repito, todo eso lo que crea es convencimiento de los motivos por los cuales te opones a este sistema.

¿En algún momento te arrepentiste de haber salido el 11J?

No. Nunca. Ese es mi orgullo.

¿Qué fue lo peor que viviste en estos cuatro años?

Lo peor fue perder a mi abuela. Me chocó durante varios días.

Por escala, después viene estar en una celda, también que pidas agua y te la nieguen o que te la traigan sucia, con desechos del tanque, esa parte inhumana en el trato, porque te tratan como a un animal.

Que te nieguen el colchón, que no puedas dormir de día por eso porque también el piso está sucio, lleno de excrementos u orina (debido a las tupiciones).

El pasar tanto tiempo esposado, el maltrato y las ofensas, porque yo no estoy adaptado a eso.

Las golpizas de las que te hablé.

Otro momento fue una situación que tuve en El Yabú (campamento de prisioneros).

¿Qué pasó?

Yo nunca ni trabajé ni comí nada del penal. Lo que comí ese día lo compartimos entre unos seis internos. Pero solo yo comencé a sentirme mal. Todo parece indicar que sabotearon el agua. No sabría decir quién fue, pero fue un trabajo poco profesional. El agua tenía un sabor amargo. Que el agua tenga sabor u olor a animal muertos es normal en las prisiones, pero no que tenga un sabor amargo.

La cosa fue que terminé en el hospital, no perdí el conocimiento, pero sí veía nublado, tuve vómitos y diarreas, me temblaron las manos hasta que se me engarrotaron, la boca se me jorobó, tuve una parálisis bucal. La enfermera estaba convencida de que eso había sido provocado por pastillas, decía que yo me había empastillado. Ella mandó un papel al hospital para que me hicieran pruebas y un enjuague estomacal, pero ese papel nunca llegó. Esos son los cabos que yo he ido atando para tratar de entender lo que sucedió.

¿Crees que intentaron envenenarte?

Creo que si me hubiesen querido envenenar lo hubieran hecho, pero fue algo rústico. Alguien tuvo que ver con eso. Y lo hicieron en represalia por unos carteles que aparecieron y de los cuales me culpaban a mí.

¿Cómo era tu vida antes del 11J? ¿A qué te dedicabas?

Como cualquier cubano, trataba de sobrevivir. Trabajé en una paladar, a veces tenía que revender lo que compraba en las tiendas en MLC…

¿Qué te motivó a salir el 11J?

En la niñez no tienes conciencia, pero poco a poco vas cambiando tu punto de vista. Una de las cosas que más me chocó fue tener un abuelo comunista, notar que lo utilizaron y ya no sirve para nada. Eso y la vida cotidiana te abren los ojos; también salí de Cuba una vez y ver el desarrollo me abrió más los ojos.

Hoy estoy convencido de que este país está mal. El poder lo tienen un grupo reducido de personas que no lo quieren soltar, no quieren darle la oportunidad que se merece este pueblo. Esto es una dictadura. Esto ya es demasiado.

Te pongo un ejemplo: ¿cuántas manifestaciones han existido en estos cuatro años a favor del régimen, no planificadas? Ninguna. Planificadas han sido varias; en cambio, manifestaciones en contra del régimen, no planificadas han sido cientos. O sea, ya no son solamente los líderes opositores, sino todo el pueblo el que está en contra del régimen. La razón pelea por sí sola.

¿En qué momento adquiriste conciencia de que eras un preso político? ¿Qué responsabilidad sentiste cuando lo asumiste?

 Los primeros días no estaba consciente. A medida que pasa el tiempo, los mismos internos te lo dicen y hasta te observan de una forma diferente. Aunque no lo quieras, empiezas a tener muchos ojos encima, eso te da cierta responsabilidad, de dar el ejemplo. Los mismos internos te piden incluso que hagas cosas por ellos que ellos no son capaces de hacer, como exigir algún derecho o mejoría en la prisión.

Hay cuestiones que se imponen por obligación moral. Por ejemplo, si no hay agua, tienes que reclamarla y si toca celda o golpiza, pues que así sea.

También escuchas anécdotas de presos políticos de antaño, o sea, gozan de un prestigio, hace años que pasaron por las prisiones y todavía se habla de ellos. Como preso político tienes que cuidar el prestigio de los demás, tienes que cuidar esa postura y, aunque no lo creas, representas también a los que han pasado. Es un gran peso.

Pero el mejor respeto que se gana es el de tu enemigo.

¿Te amenazaron con tu familia?

Sí, de hecho, mi hermana, su esposo y sus suegros tuvieron que irse de Cuba porque los amenazaban con enviarlos a prisión por sus denuncias constantes y su apoyo a los presos políticos. A mi hermana, Roxana, la intentaron usar para doblegarme, por eso también le pedí que se fuera de Cuba. No lo sentí como una pérdida, al contrario, sentí que ya no tendrían con qué chantajearme. No obstante, ha sido de las cosas más duras que he vivido, perdí un poco de aliento, y puede que no la vuelva a ver, a abrazar, en mucho tiempo. También mi hermano menor se fue, porque lo amenazaban con el Servicio Militar.

Con mis padres también se ensañaban, me decían que les pidiera que pararan con las denuncias, pero yo les decía que no lo hicieran. Aunque a veces me preocupaba también porque no sabía cómo reaccionarían cuando se enteraran de lo que me hacían.

Tu familia te apoyó desde el primer momento, ha sido de las más frontales. ¿Sentiste que este respaldo fue importante?

Es fundamental. Gracias al apoyo de la familia, se deja de pasar desapercibido y, una vez que eso ocurre, llega un freno, es decir, se cuidan más (los militares) o se lo piensan más a la hora hacerte algo.

¿Qué fue lo primero que hiciste cuando saliste de prisión?

Visitar la tumba de mi abuela, en el cementerio. Fue quien me crio hasta los 16 años, y falleció estando yo en prisión.

¿Cómo fue el recibimiento en el barrio?

Nadie sabía nada y, cuando me vieron los vecinos, enseguida vinieron a saludarme y a abrazarme. Fue algo espontáneo. Hubo alegría, pero sobre todo fue familiar el recibimiento.

¿Cómo han sido estos días?

Los primeros tres días no dormí. He tratado de pensar en que aún soy joven y me queda vida por delante. Ha sido duro. Pareciera que la casa ha cambiado, pero quien ha cambiado he sido yo. No soy el mismo. Mi mente todavía está en prisión.

También veo la situación en la calle peor que hace cuatro años, muchos menos jóvenes, muchos se han ido del país.

¿Qué planes tienes? ¿Andy, piensas exiliarte?

No. En mis planes no está el exilio. Respeto a quien lo haga, pero creo que exiliarse, en estos momentos, es levantar la mano y declararse en derrota. Cuando sientes y sufres lo que está pasando en la sociedad, y además eres un ex preso político, eso te hace asumir un papel, un rol moral, porque además la gente en la calle me identifica, me saluda… 

Por el momento, quiero pasar tiempo con mi familia, tratar de contrarrestar estos cuatro años. Pero también tengo el deber de seguir haciendo -pacíficamente- por la causa (de la libertad de Cuba).

¿Te has sentido vigilado?

Sí, claro. Tengo seguimiento constante. En la esquina incluso pusieron una cámara.

¿Tienes miedo?

¿Miedo de qué? No. Pero si fuera el caso, los miedos se enfrentan.

Después de cuatro años, ¿te queda alguna esperanza?

Sí, estoy convencido de que este país puede cambiar, es necesario, y yo quiero formar parte de eso.

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Camila Acosta

Camila Acosta Rodríguez (Isla de Pinos, 23 de junio de 1993). Licenciada en Periodismo, Universidad de La Habana, 2016. Trabajó como Periodista en el Canal Habana. Instituto Cubano de Radio y Televisión. Ha realizado dos documentales audiovisuales: uno sobre la Masonería en Cuba, y otro sobre las Hijas de la Acacia (rama femenina de la Masonería Cubana). Por estos trabajos obtuvo el reconocimiento de la Academia Cubana de Altos Estudios Masónicos, en diciembre del año 2017. Ha publicado en varios medios de prensa cubanos y extranjeros. Ha colaborado con el periódico The New York Times, trabaja como periodista de CubaNet y como corresponsal en La Habana del diario español ABC. Autora del libro “Del Templo al temple. Silencios y escándalos de la masonería cubana” (Editorial Primigenios, 2022).

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