Fotograma del documental ‘A Glitch in The Matrix’, Rodney Ascher, dir., 2021

La expresión “un fallo en la matrix” se ha convertido en una referencia común. Recientemente la escuchaba en Dark, la compleja serie alemana que lidia con mundos paralelos y líneas temporales alternas en un universo en el que los personajes acceden a retazos a la verdad oculta tras la repetición infinita de las mismas acciones, gracias a esos “errores”o “fallos” que revelan que algo anda mal en la fábrica de la realidad.

Un fallo en la Matrix es una especie de indicador de irrealidad, de que esta realidad no es tan sólida como parece, o de que de hecho estamos en una completamente diferente. De ahí que el documental A Glitch in the Matrix utilice la expresión para dedicar casi dos horas a explorar la popular teoría de que vivimos en una simulación de computadora.

El documental comienza diciendo, en la voz de Paul Gude –uno de los entrevistados que los créditos presenta como “testigos presenciales”–, que la idea de la simulación de computadora acude al lenguaje con el que podemos hablar hoy, con las metáforas que la realidad tecnológica nos brinda. De modo que no se trata necesariamente de algo que pueda ser descrito físicamente por sus componentes –las computadoras, las conexiones, el lenguaje binario, las redes y los nodos–, sino una metáfora que nos abre las puertas a una idea: que nuestra realidad es una simulación o proyección creada por alguien más. Y es también una derivación lógica de otras metáforas básicas a las que recurrimos como humanos y a las que alude Erik Davies casi al cierre del documental: la vida como viaje o el despertar de un sueño, y pasar así de un mundo a otro. De modo que inicialmente, la idea de la simulación es la forma de expresar una corazonada fundamental que compartimos, que el mundo no es exactamente lo que parece, y hay mucho más en él de lo que puede descubrirse a primera vista.

La teoría de que vivimos en una simulación es explorada en muchas dimensiones. Una de ellas es la filosófica. El artículo de 2003 “¿Are we Living in a Computer Simulation?” es analizado en el documental, en la voz de su autor, Nick Bostrom. Igualmente, se habla del impacto social de esta teoría. ¿Cómo es vivir en un mundo en el que en cierto punto la realidad virtual es indistinguible de la realidad “real”? La dimensión perceptual aporta, en A Glitch in the Matrix, algunos de los testimonios más impactantes. La sensación de vivir en una realidad simulada es accesible a través de experiencias en las que el cuerpo y sus aparentemente sólidas fronteras son disueltas, como la que cuenta Brother Laeo Mystwood, a través de la estimulación por la inmersión en un tanque de privación sensorial. El director contó luego, en una entrevista, que dejó varias experiencias relevantes fuera del documental, por ejemplo, las provocadas por el DMT, pero las que incluye ilustran el hecho de que diversas variantes de la experiencia sensorial apuntan a la disolución de la realidad física, y ello puede conducir en una posterior racionalización a la teoría de la simulación.

Algo del carácter simulado de la realidad puede intuirse también a través de la realidad de los videojuegos, sin duda una de las fuentes experienciales y especulativas que sirven de base a la teoría de la simulación. Si nuestros juegos se asemejan cada vez más a la realidad, podríamos hipotetizar y dar por hecho que la realidad en la que creamos versiones computarizadas de escenarios para juegos, es a su vez la creación de alguien más.

Los mejores momentos del documental no están, sin embargo, en las excelentes especulaciones y elucubraciones que comparten sus protagonistas, sino en sus propias personas virtuales. No los encontramos en las palabras de Phillip K. Dick explicando –tan temprano como 1977– que vivimos en una realidad artificial creada digitalmente; ni en las explicaciones de su exégeta Erik Davis o las inevitables referencias a The Matrix (1999), sino en la exploración de las consecuencias que la teoría de la simulación puede tener en la vida cotidiana. El caso, por ejemplo, de Joshua Cooke, quien asesinó a sus padres convencido de que se encontraba en la Matrix y eventualmente se haría evidente que esa realidad en la que asesinaba cedería a la aparición de la verdadera realidad, es revelador en una forma directa.

Escuchamos su historia contada en primera persona, y no hay escape de la sensación de gravedad que transmite la constatación de que, lo que para muchos puede ser una elaborada metáfora sobre la esclavitud y la libertad, para otros es real al punto de cometer un asesinato. El caso de Joshua Cooke acuñó el término “defensa Matrix”, una variante de la defensa por locura que remite específicamente a la película Matrix como escenario de delirio al que la mente del acusado de un crimen ha escapado durante el acto criminal.

Hay varias formas de llegar a una desconexión tan fundamental, a una mudada tan radical de realidad que haga posible segar la vida de otros seres humanos. Una de ellas es a través de la exaltación del sentimiento de que sólo nosotros tenemos la razón y comprendemos y estamos despiertos en una realidad en la que todos los demás están dormidos o viven enajenados respecto a lo que sucede a su alrededor. Emily Pothast llama a eso en el documental la “fantasía del tirador de la escuela[school shooter]”, y es el mismo convencimiento que está detrás de muchas teorías de la conspiración.

La realidad no puede medirse por lo que especulamos sobre ella, sino por sus consecuencias sobre otros. Incluso si aceptamos que vivimos en una simulación, las preguntas seguirán siendo las mismas: “¿Cómo trato con esta persona de la que estoy enamorada? ¿Cómo trato con esta persona que es mi enemiga? ¿Cómo trato con un padre moribundo?”, explica Erik Davis, el académico estudioso de la obra de Philip K. Dick que aporta en el documental las reflexiones sobre la profunda empatía que es necesaria en un mundo donde la atención es atraída constantemente en mil direcciones distintas y sumergida en un solipsismo aparentemente inescapable.

Por otra parte, si la realidad misma está rota, la teoría de la simulación funciona también como un escape. La realidad virtual tiene roturas recurrentes, y luego, al salir de ella, se regresa a una realidad que está también, en lo fundamental, rota. Emily Pothast remite a la Matrix justo para explorar esa idea de cómo la liberación de la simulación no conduce a un mundo mejor. La realidad a la que Neo y sus compañeros han accedido, a la que han “despertado”, está fundamentalmente destruida. Pothast dice: “La realidad real es como una guerra, y no puedes respirar. Para mí, el subtexto de eso es que quizás transgredimos un tabú, que pasamos un punto de no retorno”.

Este es el reconocimiento fundamental que marca las vidas en el capitalismo tardío; la sensación de que, no importa qué forma particular pueda tomar en un futuro más o menos cercano, nuestra vida es una vida en las ruinas. Y lo que podemos aprender, imaginar y crear, son formas de vivir en esas ruinas a través de una reinvención radical de lo que somos. La teoría de la simulación es también una manera de imaginar ese gigantesco movimiento hacia los márgenes de la humanidad que habita una realidad llena de fallas, de glitches. Y los errores se abren tanto al descubrimiento de que la realidad no es “real” como al de que, si hay una realidad “real”, ella no es la promesa de un Edén inalterado.

Esta es una imagen recurrente en la cultura popular de las últimas décadas. Puede verse recientemente en la serie de Marvel Wandavision, donde la protagonista crea un mundo paralelo al que escapar del dolor de una pérdida irreparable. No es un mundo sostenible, y las fallas van acumulándose hasta que se hace evidente el carácter construido (simulado, diría la teoría) y el costo humano que ha implicado, pues los seres humanos que lo habitan han sido privados de su voluntad. Una vez deshecho ese mundo, el único sitio al que regresar es un mundo también desolado. La única diferencia es la capacidad y la disposición de la protagonista, Wanda Maximoff, de enfrentarlo sin recurrir a escapes que de cualquier forma no podrían sostenerse por sí mismos.

Regresando al documental, lo valioso de su acercamiento, es que reconoce que, si hay alguna ruta de escape de una realidad así, no pasa por la negación de la realidad a la que la teoría de la simulación puede servir como excusa, ni siquiera si esa negación es para escapar a una situación terrible.

Paul Gude, que ha experimentado durante una parte de su vida la presencia de la sensación de irrealidad que subyace a la teoría de la simulación, se pregunta: “¿Es posible que viera a todos a mi alrededor como una especie de humanos robóticos porque no podía entenderlos debido a un problema en mi cerebro? Y este es el punto: no quiero quedar encerrado en la idea de que todo esto es falso si de hecho la razón por la que pensé que era falso es porque era una manera más fácil para mí de tratar con la complejidad de la existencia humana.” Aquí el documental alcanza su proposición más abarcadora y también más concreta: el mundo, la realidad, los mundos superpuestos sobre mundos que hacen imposible distinguir incluso si hay uno que sea la fuente de otros, pueden ser simulaciones imperfectas que revelan fallas fundamentales, o pueden ser tomadas como invitaciones a descubrimientos imprevistos, a continuar el viaje maravilloso que es la vida misma. Pero ello requiere un mínimo de integridad psicológica, conocimiento de sí mismo y capacidad de discernimiento.

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