La juventud es lo único que vale la pena tener
“La juventud es lo único que vale la pena tener”, dice Lord Harrys en El retrato de Dorian Grey. Recordé el enunciado en una narración vaciada de poesía o de suspense, rasgos innegables en la única novela de Oscar Wilde. Accidentalmente quedé atrapada frente al televisor por los primerísimos planos corregidos del rostro de Black Lively en un guion sobre una mujer que no envejece. Al final del drama, con su secreto confeso por el amor, fue la aparición de una cana lo que revelaba el fin de su “maldición”. ¡Qué símbolo más trivial y estúpido! Vino a mi memoria un mediometraje de la televisión cubana en el que una mujer se deprimía porque descubría una cana en su vello púbico. Pensé en María Antonieta porque su pelo se volvió blanquecino de la noche a la mañana cuando tenía 35 años. Pensé en la muchacha que había crecido con una mancha blanca en el pelo desde el nacimiento. Pensé en mí, adolescente, untándole una decoloración en la raíz canosa de mi tía.
Desvarío, lo sé, pero el hedonismo de una obra literaria y las promesas de productos capaces de “cubrir al 100% las canas” tienen algo de ridícula manifestación de la ilusión para evitar el envejecimiento.
Mary Shelley conoció a Lord Byron
Mary Shelley conoció a Lord Byron.
Mary Shelley escribió El mortal inmortal.
Lord Byron escribió La juventud y el tiempo.
No sé qué tienen que ver con mi mortalidad.
El arte pop es el arte de la eterna juventud
El arte pop es el arte de la eterna juventud. Hoy resaltan las máscaras de adolescentes febriles que usan en los perfiles de las redes sociales gente que nació en la década del noventa –como yo.
Desde hace poco más de un año he estado cavilando sobre cierto síndrome de Peter Pan en distintas celebridades, me refiero a la infantilización absoluta de sus estéticas o a las vagas respuestas cuando preguntan algo que “parece” serio. En esta evasión de la “adultez” hay un posicionamiento muy gozoso que alude a la “inocencia”. Nada más hay que ver los pasos de una coreografía en TikTok para pensar que estamos en una especie de guardería global.
Una vez nos pusimos a seguir los pasos de “Despechá”, mis hermanas, mi primito de diez años y yo, y debo confesar que ha sido lo más divertido que hice sin la ayuda de ningún coctel.
Si alguien me preguntara qué edad tiene Julia Fox, diría, es una muchacha medio gótica, medio sádica, que nunca tuvo sexo con Kanye West, Ye, pero lee a Mary Shelley y a Lord Byron.
Si alguien me preguntara qué son las Kardashian diría que son una secta bastante grotesca que se enriquece con la frivolidad, los privilegios y la chusmería más rentable del mundo.
A veces me hago un batido con los titulares de las broncas entre las hermanas, no sin cierta ternura, y todas tienen como doce años.
Hablo de celebridades porque son las entrevistas y sesiones fotográficas que comúnmente me muestra Instagram, pero no se quedan atrás los discursos de políticos y los gobernantes contemporáneos. Lo mismo se cita a Shakira en el congreso, se declara que “la limonada es la base de todo” o se roba un proyecto de ley con maldita picardía para que no se apruebe.
No hablo de ingenuidad, a veces creo que la torpeza en la que se mueven estos personajes y sus discursos atrapa una siniestra traducción del presente en ventajas, son una ilustración de nuestra atención y de la banalidad de las experiencias que nos persiguen y tientan.
El desfile de Louis Vuitton en la Paris Fashion Week del 2023, con Rosalía como protagonista, dura solo 22 minutos. Los modelos atravesaban un espacio escenográfico que era una casa. Rosalía encima de un carro amarillo, toda poseída ella. Recuerdo que una de las habitaciones simulaba el cuarto de niñes, o casi todas, según mi memoria. En la performance hiperteatralizada se exaltaba ese paisaje infantil. Los diseños de alta costura se exhibían desde la visión de los cineastas Michel y Oliver Gondry. En el exceso del simulacro hallé una idea de representación más grotesca que onírica. El frenesí de los adultos invadiendo la casa con todos sus recuerdos dentro. Bueno, son recuerdos de película europea, ya sé, pero no deja de ser una pasarela inquietante.
En mi deseo de ser niña se esconde una mala interpretación de una idea de Pascal Quignard sobre volver a la preinfancia si una palabra puede perderse. No hablo de objetos, artilugios o dispositivos infantes en el mundillo occidental, ni siquiera hablo de evasión, hablo de un antecedente, de un lugar previo en el que toda fantasía era posible sin verbalizarla.
Desvarío, lo sé.
Desde que vi aquel desfile con Rosalía me interrogo por esta infantilización que hace cierto culto a la candidez en su apropiación. El imaginario infantil transfigurado en enmascaramientos diarios, a veces hipersexualizado, a veces pornográfico, a veces idiotizado, a veces rosa y de juguetería.
Tengo un vínculo bastante inmediato con los niños, y aunque disfruto hacer voces, fingir que soy otra mientras les hablo, siempre es un poco patético cuando la gente se acerca a los niños y les habla con condescendencia, la voz aguda, la frase tonta, el reducir a payasería la conversación. A mí me interesa siempre la mirada sobre la infancia que está atravesada por la crueldad y la bondad. Les niñes son capaces de entender lo que es moralmente inadecuado para religiones o simplemente en el rasero de gente chea e infeliz, el amor no tiene las molduras simplonas y binarias. Les niñes son capaces de odiar cuando se han visto amenazados y heridos.
Creo que es un poco lo que ocurre en nuestras sociedades, una mirada a la infancia que perpetúa muchos de los traumas que después arrastramos. La muerte es un tabú, por ejemplo. Las infancias queer pasan por el escrutinio de padres, familias, escuelas y viejas chismosas que piensan que el género es un corte de pelo. Cierta mordaza que se encarga de normalizar, “educar”.
Pero supongo que nada de esto le concierne a Julia Fox.
En este apelar al disfraz o al filtro infantil solo hay estudio de mercado. En occidente siempre se ha vendido muy bien la fuente de la eterna juventud.
¿Qué hay de lujoso en ser infantes?
¿Qué hay de lujoso en ser infantes? Para las publicidades neoliberales, anillos de plástico, corazones de gominola, excéntricas alusiones a los videojuegos, los animes, los colores.
Por cierto, hace poco descubrí que Billie Eilish ya no era una adolescente. Es como darse cuenta de que esos niños y adolescentes que cantaban en la tribuna antiimperialista en Cuba se hicieron adultos.
Soy adicta a la adolescencia
Soy adicta a la adolescencia, aunque ni sé lo que esto quiere decir. Todas las ficciones de adolescentes me gustan, al punto que recuerdo perfectamente una película chea chilena sobre un grupo de teatro que probaba situaciones al extremo, con “drogas, sexo y lenguaje de adultos”. El guion era una falta de respeto a Artaud, pero hice la cola para verla, e igualmente me pareció entretenida.
Desde The Dreamers hasta la telenovela cubana Doble juego.
Bueno, casi todas, porque me disgustan las narrativas llenas de clichés que fueron escritas por señores asombrados porque existe Internet. En eso tienen un doctorado los del ICRT y sus series melcochosas e inverosímiles.
Creo que nunca estuve más viva que cuando me convertí prematuramente en adolescente, sentía mucho furor, mucha rabia, también me veía fea, gorda, pero en las tardes me humedecía, y me reconocía exquisita. Me hubiera gustado explorar al extremo esas sensaciones, las consecuencias hubieran sido terribles, o no, pero cada vez que tomo una decisión impulsiva o precipitada o peligrosa, creo que estoy apelando a la adolescente contenida que era la mayoría del tiempo.
La medida de esta obsesión puede ser la hybris adolescente. Lo principal es la sospecha sobre el orden instaurado, y aunque esto es solo una percepción bastante romántica, es el preámbulo de lo que desearemos y construiremos. A veces la rebeldía es la única medida para conocerse, a veces es la farsa, a veces es la rendición. Supongo que en algún momento una empieza a rendirse.
Una vez en mi preuniversitario del campo, la madre de un chiquito que le hacía bullying a media beca, le dijo a la directora: “Es mi hijo y es adolescente. Un adolescente, a-do-le-ce”. La mujer tenía cara de loca, una esfinge con la mirada perdida que se había sacado ese énfasis del mismo lugar del que Artaud sacaba sus poemas.
Lo que más odiaba era el deseo de los hombres adultos sobre mi prematura adolescencia. En ocasiones muy precisas debí vengarme.
Brad Pitt se ve cada día más joven
Brad Pitt se ve cada día más joven.
¡Brad Pitt es todo un Benjamin Button!
Es curioso, pienso, sería un éxito si el actor protagonizara la versión cinematográfica de Viaje a la semilla, cuento de Alejo Carpentier.
La humanidad sufre de gerascofobia
La humanidad sufre de gerascofobia.
Las rutinas de skin care son un buen antídoto o el mejor placebo para este padecimiento.
A un amigo de mi padre le llamaron una vez de Mémora para venderle su muerte. Él le respondió a la operadora que una vez muerto no le importaría en absoluto todo el asunto fúnebre. A mí me pareció una genialidad. Imaginé a cientos de personas ensayando su velatorio, agenciándoselas para cuidar los detalles de su extraordinaria defunción.
¡Contrata un servicio funerario en vida al mejor precio! La operadora de Mémora busca a personas mayores o cercanas a los sesenta años para pactar el contrato. Garantiza, a cambio, “Ceremonias 100% personalizadas”.
Me pregunto si después de firmar la documentación legal no enviarán sicarios a ocuparse del individuo, esto podría ser un servicio cubierto si así lo desea el cliente, ¿no? Si acaso, al nacer, tus padres, tal y como ahorran para la universidad, abren una cuenta en Mémora para ti. Cosas como estas ocurren todos los días en el primer mundo. En Cuba, por ejemplo, en la funeraria de Zanja y Belascoaín, solo hay que preocuparse de que el chofer del carro fúnebre tenga ganas de cargar con tu familia, las ganas dependen de sobornos sencillos, a veces ni siquiera se trata del conductor, a veces es una cuestión de gasolina.
Tengo ganas de ver Six Feet Under.
No tengo ganas de leer El velorio de Pachencho, ese clásico de la dramaturgia cubana.
Anciano chino finge su muerte para saber cómo será su funeral.
Un presentador finge su muerte en directo.
Hombre finge su muerte para no pagar sus deudas.
Indignación en las redes porque un cantante fingió su muerte para promocionar su nuevo video.
Sexagenario finge su muerte.
Modelo de 32 años finge su muerte.
Tengo ganas de descubrir nuevas teorías de la conspiración sobre famosos que fingieron su muerte, solo para desvariar.
Necesito un trabajo que me de beneficios económicos, sigo pobre y precarizada. Quizás pueda comunicarme con Mémora y escribir epitafios, aunque tendría que investigar la estilística de esos casos en el contexto, probablemente lo haría fatal.
Este año conocí a Pilar
Este año conocí a Pilar, una cubana de 85 años que se sienta dos horas en el parque de Línea y C. Pilar tiene los ojos pequeños pero incrédulos. No hay cosa que le digas que ella no ponga en duda. Supongo que a los 85 años se aprende a desconfiar de los gestos más simples. Ella adaptó lo que fuera un coche de bebés hace muchas décadas como su “carrito”. Cargado con sus pozuelos, cacharros, dos o tres flores, uno o dos panes del almuerzo, Pilar y su “carrito” son inseparables. Pilar me confesó en nuestra primera conversación que quería llegar a los 95 años. Además del odio por un sistema que abandona a sus ancianos, también está mi curiosidad por el sueño de Pilar.
La vida y la muerte compiten por igual en el mercado
La vida y la muerte compiten por igual en el mercado, aunque el envejecimiento poblacional es una medida del colapso del sistema, ¿quién pagará por sus jubilaciones? Proletariados del trabajo remoto uníos, sentados en el escritorio, iluminados por la pantalla del teléfono inteligente, dedíquense a pagar la cuota de serenidad de esta cadena alimenticia.
Famosos o no, la gente en el primer mundo cada vez envejece más tarde.
Edadismo es una palabra que se usa mucho
Edadismo es una palabra que se usa mucho.
Las políticas, leyes y discursos que luchan contra el edadismo, a veces no se alinean con las múltiples opresiones que vienen aparejadas con la edad. Supongo que hay mucha fantasía y retórica alrededor del “envejecer”, mucho estigma y rechazo, mucha representación gastada, maniqueísmo de sabios pomposos o buenas abuelas y abuelos.
Una mujer de noventa años rompe récord en el atletismo.
Una modelo de noventa años asombra en las pasarelas.
Un hombre de sesenta años con abdomen marcado.
Bryan Johnson se gasta dos millones al año para volver a los 18.
Mi abuela murió demasiado joven.
Mi abuela murió y no le hice preguntas sobre su juventud.
La dignidad del envejecimiento es cosa geopolítica, además de obvia constatación de la clase, la raza y la identidad. Digamos, la madre de mi amigo lleva ocho meses esperando por una operación de cataratas. La madre de una amiga se hizo una cirugía la semana pasada después de descubrir un quiste en un chequeo ordinario. Las dos tienen la misma edad, la primera vive en Cuba, la segunda en Madrid.
El acceso a la salud es una de las más evidentes problemáticas en Cuba, Madrid y Singapur. Es de suponer que si se paga la seguridad social se obtendrá mayor dignidad, pero farmacéuticas, apagones, elecciones, partidos e hipotecas pueden definir el futuro de un adulto mayor. Pienso en quienes no tuvieron una relación de familia nuclear heteronormativa, ya sea por su identidad de género o por simples acontecimientos… ¿Será suficiente razón el cuidado en la tercera edad como para tener que meterse en eso de la progenie? Bueno, traer descendencia al mundo tampoco es garantía del cuidado –en ningún sentido, así que desvarío.
También existe la comunidad como un afecto muy honesto, que ha acompañado en la enfermedad y la pobreza. Creo en uniones que se sostienen por algo más allá de lo erótico, por cierta fe, o cierta devoción.
Recuerdo a Cher diciendo que no sale con hombres de su generación porque están todos muertos.
Tengo ganas de escribir El retrato de Cher inspirándome en una lista que guardé, con cierta excitación, de sus cosas favoritas.
A mí me parece que Cher no padecerá nunca de cataratas.
Nosotras teníamos una vecina muy mayor y muy chismosa que, aunque no veía bien, era capaz de adivinar la compra de cualquier vecino, bastaba que clavara su vista en la jaba de nylon o la bolsa de tela para desentrañar cualquier producto oculto. Ahora que lo pienso, la señora tenía tres hijos y tres nietos, solo un hijo aún vive en Cuba, antes de morirse, ya no tenían ningún vínculo, así que no recuerdo si el hijo había heredado este insólito poder. A mi madre le molestaba su visión de rayos X siempre a la entrada del edificio, con la guardia en alto, a mí me encantaba ponerla a prueba o decepcionarla porque mi jaba contenía una libreta. A veces soy muy infantil.
A veces solo pienso en mi madre
A veces solo pienso en mi madre, joven y bella, decidió que ya no tendrá romances o citas o amantes, supongo que, en cierta medida, envejecer es una decisión, y no soporto que esto suene a chatarra de autoayuda. Tal vez es su método de sedición, no acribillarse de decepciones románticas con machos cubanos cheos. La entiendo enormemente.
Hedonismo y fetichismo
Hedonismo y fetichismo. Nuestros deseos se exhiben mejor en un empaque bonito y brillante que niegue nuestra mortalidad. A mis veinte años las resacas eran ínfimas y perrear no traía después dolores de columna y rodilla, esto ya es irremediable, y si no es así que me entreguen los dos millones anuales que se gasta Bryan Johnson.
¿Envejecer es tener achaques? Creo que también es ir de ida y vuelta, conocerse los relatos de principio a fin, aunque no me refiera a progresión dramática o poema épico, solo a consecuencias. Conocer un poco a la humanidad debe ser el peor achaque que existe. O, peor aún, que la humanidad nos conozca un poquito, con toda nuestra mezquindad y nuestra ambición.
A mí siempre me ha parecido que aquella campaña por el cumpleaños de Fidel Castro, “90 y más”, resultó ser un acta de defunción, a veces las mejores intenciones propagandísticas actúan como bumerán: “90… y ya”.
Las estrellas de cine deberían morir todas jóvenes
Las estrellas de cine deberían morir todas jóvenes. De hecho, las estrellas de cine mudo se quedaron inmortalizadas en triacetato de celulosa.
El día que murió mi primo de 23 años
El día que murió mi primo de 23 años mi vida se trastornó para siempre. Me hice la costumbre de quedarme pensando en su rostro, al principio es una visión difusa, luego son más visibles sus ojeras, la huella de la arruga por la risa, las cejas. La nitidez de su rostro me confirma que ahora tiene mi edad. Concentrada en sus facciones, lo veo diez años después de sus eternos 23, el irracional retrato demuestra que aún sigue vivo.
Mi primo pudo ser una estrella pop o firmar un contrato por un disco de reparto.
Una parte de mí quiere que esto fuera verdad. Ahora respondería a entrevistas en un podcast producido en Miami y hablaría con la misma simpatía de su adolescencia.
My inmortal
“My inmortal” es un tema de Evanescence que me encanta.
Cristina Peri Rossi escribió el poema “Detente, instante, eres tan bello”. Es curioso que sea un poema sobre la mortalidad.
Escribí la letra en inglés de “My inmortal” en una libreta de versos, y ahora lo único que hago es chillar y balbucear sonidos ininteligibles cuando escucho el tema.
Sin dudas, he envejecido y no hago más que desvariar.
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