Fotograma de 'Antichrist' (2009), de Lars von Trier

Desde hace algún tiempo, cuando el diversificado efecto de la alianza de la posverdad con los deepfakes se volvió ya irremediable, se habla del fin de los tiempos, de la destrucción de la humanidad, de la puesta en marcha del plan secreto de quienes realmente dominan el mundo, del resurgir de la llamada nobleza negra (sin los estados pontificios, claro está), de las revelaciones finales sobre lo real (cuán real es lo real, o cuán irreales somos, por ejemplo) y de tantísimas cuestiones que acabarán con la existencia según la conocemos. De acuerdo con los “entendidos”, todo esto tiene que ver con la aparición definitiva del verdadero dueño de la civilización: el Mal.

Las evidencias conforman una multitud tan confusa como atemorizante. La estructura de lo real es hoy, independientemente de las acciones del pensamiento libre (o sea: no atado a intereses económico-financieros), un enjambre de estados transitivos más o menos veloces, y la palabra evidencia no siempre equivale a la palabra prueba.

Se supone que contra eso nada podría hacerse, a no ser que determinados tipos de atomización social, con la aparición de núcleos que se aíslan de las pequeñas y grandes ciudades, sobrevivan mientras buscan una emancipación material (y mental, por supuesto) más allá del espacio urbano.

Aquí de lo que se habla es de: 1) la resemantización positiva (y también negativa) del orbe natural y de las periferias no urbanas, y 2) el regreso a/de la regencia de lo originario en un universo dominado otra vez por lo telúrico.

Meandros del pensamiento, recodos vueltos a visitar, sinuosidades que se hallan entre el sentido común y el lugar común, aun cuando el arte se aferre a una de las pocas opciones no contaminables de la existencia: la conservación del humanismo.

Al parecer, y pese a su artificiosidad, el cine es el territorio con mayor capacidad para testificar dichos procesos, y en concreto uno piensa en todo esto cuando recuerda una película como Antichrist (2009), de Lars von Trier, y ve la muy reciente Smoke Sauna Sisterhood (2023), de Anna Hints. Un danés y una estonia en apariencia sin conexión, y separados por más de una década de cine, lo cual es significativo desde cualquier punto de vista. Y, sin embargo, ambos aluden a formas de vida, tradiciones, creencias y prácticas de índole ritualista que se encuentran en la médula de la definición de lo humano y, en específico, de lo femenino.

- Anuncio -

para expresarlo en términos radicales: uno tiende a asumir que el pensamiento y la sensibilidad mejor preparados para dialogar con la naturaleza, con la intimidad de lo sagrado, con los orígenes mágicos de la vida y con las reservas de sobrevivencia que la naturaleza ofrece, son el pensamiento y la sensibilidad de la mujer. no tengo la menor duda sobre eso.

Aunque altanera y presuntuosa, Antichrist pone en juego un grupo de metáforas muy distinguidas. Pero habría que señalar, sin que esto sea un criterio de valor, que la articulación creativa de esas metáforas no cuaja en tanto cine en su expresión más clásica. Más bien, creo que la película deviene un documento audiovisual lírico (y, por ello, “convenientemente amorfo”), lleno de caminos recorridos y por recorrer. Un documento acaso medio “arrebatado”, impetuoso, vehemente en sentido meditativo, sobre el principio dinámico del Mal en su variante matriarcal, un concepto que ya había sido bien explorado, con una lógica poética apegada a la historia y al mito, desde la aparición, en 1862, de un libro fundacional como La hechicera, de Jules Michelet.

Esta es una de las obras “operáticas” de Lars von Trier. El asunto crucial de la trama brota de un hecho: él (un psiquiatra interpretado por Willem Dafoe) y ella (la joven investigadora que encarna Charlotte Gainsbourg) tienen sexo mientras el hijo de ambos se despierta en medio de la noche y escapa de la cuna y asciende al reborde de una ventana. Los tres viven, en familia, en un piso alto, y está nevando, y se supone que la ventana está cerrada. Pero no: está abierta. Y el niño se acerca, resbala y cae.

Hay una retrospectiva que nos quiere indicar cómo la investigadora venía haciendo intercambios (esa palabra acaso sea un exceso: me refiero a impresiones, sentimientos, “ingestión” de datos de todo tipo, incluidos los de cierta pesquisa gráfica contundente que se refiere a la caza de brujas durante los siglos XV y XVI) con el Mal, porque, incluso, estaba implicada en la redacción de una tesis sobre hechicería y satanismo. Ella y el punto de vista de Lars von Trier subrayan un hecho inquietante: la índole malvada, irracional (pero racional dentro del Mal), de la naturaleza física, incluida la naturaleza humana, y en particular de la mujer, que es “incapaz” de controlar su cuerpo porque en realidad quien lo controla es la naturaleza (exterior al cuerpo pero dentro del cuerpo), ese dominio no humano de donde él (el cuerpo) nace y al que él se supedita.

El bosque primigenio: enjambres de raíces, árboles tutelares, follajes secretos, claros permisivos. La espesura como sacramento, enigma, amparo y estancia.

La investigación de la brujería y sus tópicos afines, o es muy simplista o está bien elaborada. Sin embargo, el psiquiatra repara en el informe de la autopsia del niño: hay una reciente deformidad detectada en sus pies. Aparece entonces una foto en la que el niño usa unas botas al revés. Y después vemos a la madre poniéndole las mismas botas mientras el niño llora. ¿Una secuencia imaginada por el doctor o una retrospectiva? Esa práctica, la de ponerle los zapatos al revés, ¿era sistemática? ¿Torturaba la madre a su hijo? Y si lo hacía, ¿era consciente o inconscientemente? ¿Habría algo ahí sobre el sacrificio ritual, en la ofrenda del hijo al sufrimiento, el dolor y la muerte final? Imposible saber. Pero es como si la sombra de esas interrogaciones pusiera en crisis el carácter accidental de la muerte del niño.

La relación entre ese complejísimo mundo (impregnado de parafilias, fobias, tabúes y conductas de cariz totémico) con el sexo, pasa, claro está, por lo simbólico y se hace explícita varias veces. Es evidente que a Lars von Trier le interesó impactar con imágenes limítrofes, sangrientas, de sabor litúrgico, y colocadas en el interior de actos que ya, hacia el clímax de la trama, se transforman en expresiones de una actitud de fervor ante el sentido (y la significación) del sacrificio, o la ofrenda. La mujer enloquece y esa locura se declara también como una especie de luminiscencia o de conocimiento repentino frente a fuerzas elementales del universo. Recordemos una secuencia perentoria y desasosegante: ella golpea al hombre en los testículos con un madero, lo masturba, lo obliga a eyacular (en lugar de semen, lo que sale, a chorros, es sangre, o sangre mezclada con semen), y después le perfora una pierna y le inserta un eje de hierro con una piedra de amolar.

Las formas medievalizantes del castigo desembocan, muchas veces, en lo espectacular.

Pero el acto ritual genuinamente revelador dentro de ese sistema de mitos, supersticiones y doctrinas esotéricas sobre el origen del mal y la historia (patriarcal) del principio femenino, es la autoablación del clítoris. Cuando esto ocurre, lo que observamos es de nuevo muy ambiguo: o la mujer nota, mientras ambos tienen sexo, que el niño está a punto de caerse y no hace nada por evitarlo, o lo que vemos es una suposición de ella, un falso recuerdo donde ella se culpabiliza. De ahí que el clítoris sea cortado.

Antichrist, dedicada a la memoria de Andréi Tarkovski, es una realización hiperbólica, poemática, que alude (oscuramente, creo) al conocimiento como resultado de la inmolación, la pérdida, el amor y la muerte. Al final de la película, cuando el hombre zafa la piedra de amolar y ella intenta matarlo, los papeles se invierten. Es él quien se transforma (acaso para sobrevivir) en victimizador, y la estrangula (o ella se deja estrangular). Entonces va al bosque, liberado, ¿después de pagar algo, de contribuir con algo a un equilibrio desconocido?, y, mientras asciende una colina, nota que centenares de personas sin rostro suben con él, acompañándolo.

Anna Hints es, definitivamente, una poeta. Pero busca, desde una perspectiva distinta (es otra la época, además), resaltar el fulgor del cuerpo femenino sin olvidar un hecho: su singularidad prodigiosa no solo en términos de la fisiología y la clínica en general, sino también en términos mitográficos.

En el cine, y siguiendo los pasos de la sabiduría de Robert Bresson, la mejor manera de armonizar la hondura del drama con la extensibilidad del relato, al parecer reside en el equilibrio entre las palabras y las imágenes. Imágenes donde las palabras no suenan. Palabras donde las imágenes topan con lo inefable.

El documento casi teológico de Lars von Trier sobre los límites más tenebrosos de lo femenino, se hace cotidiano y esplendente, como si dijéramos, en las microhistorias (por completo de y sobre mujeres) de Anna Hints. Smoke Sauna Sisterhood es el resultado de poner una cámara, buscando obtener planos muy cerrados, frente a un grupo de mujeres desnudas (esto es más que importante) que van expandiendo su intimidad entre ellas mismas y dentro de la relativa penumbra una sauna. La sauna es eso: discursos entretejidos en un escenario de agua tibia, piedras recalentadas, vapor, niebla que se reconcentra, más la posibilidad de hacer de esa bruma un escondite para que las palabras puedan fluir sin retraimiento, sin vergüenza. Las mujeres son allí desnudez, recato, miradas, voces. La sauna: un retiro, un aprisco donde se dice y se cuenta lo que sea. Una cámara de ecos.

Desahogos, testimonios, revelaciones. Lo confesional. La imagen preliminar con que Anna Hints nos invita a adentrarnos en ese orbe virtualmente infinito, es la de una mujer desnuda que carga a un niño. El sonido que la acompaña, un ritmo acuciante (mezcla de percusión industrial con cántico atávico), parece una letanía cuya voz instiga: “¡Sé fuerte, encuentra tu fuerza!” Y ya esto, aunque muy explícito, deviene toda una declaración.

Una de las mujeres, víctima del cáncer, dice que no tiene útero, que le han quitado un ovario, que uno de sus pechos ha sido cortado: “pero cuando me enfrenté a la última operación, me di cuenta de que lo único que no podían cortar era mi alma”, dice. Esto, que dibuja un panorama horrendo, contrasta con uno de los juegos más divertidos que se realizan durante una boda. Cuando, ofrecido por la novia, el ramo de flores cae en manos de alguna joven casadera, los varones solteros que asisten a la fiesta pueden enviarle fotos de sus penes (lo que se llama hoy un dick-pic) para que ella “escoja”.

Mujeres sumidas en la parálisis social, en lo férreo de las reglas, y donde la palabra amor apenas significa algo. El sexo es muchas veces pactado desde el horizonte del matrimonio, y la virginidad es un activo simbólico de formidable valor. Un dick-pic vía WhatsApp puede convertirse en el inicio de una familia. Por otra parte, ser lesbiana (una de las mujeres lo es y cuenta su historia) deviene, entonces, un problema social, comunicacional y emocional. Toda verdad es una confidencia. La desnudez es la liberación del cuerpo y el umbral de una limpieza, de una preparación. Otra de las mujeres está menstruando y queda registrado el momento en que la sangre es lavada con llaneza y en condiciones de una acogedora familiaridad.

La plasticidad del vapor fluyendo podría juzgarse una metáfora de la plasticidad de la mente de esas mujeres en los momentos en que acceden a hablarse y evolucionar configurando, al cabo, ese tejido de vivencias (palabras “apropiables”) al que solo ellas pueden acceder. De ahí que la sauna de Anna Hints sea la zona donde la mente emotiva se abre y encuentra los modos de entretejerse con otras, en un nivel ya más cotidiano, para expandir su volumen y sus resonancias, mientras que el bosque pagano de Lars von Trier es el territorio (tangible, pero sobre todo modélico) donde lo femenino se entroniza y adquiere un poder ilimitado y que trasciende las marcas morales.

Se diría que son mundos complementarios, resistentes como estados de rebelión, y, en cualquier caso, lo que se pone en evidencia es la maravillosa (¿y temible, acaso?) autoridad de la conducta matricial.

En los procesos de autoprotección de lo natural no hay que rendir cuentas a los discursos éticos, ni a las reglas de la “honorabilidad” y la “decencia” comunes, ni a los principios (escritos y no escritos) de los deberes matrimoniales.

Parece que Lars von Trier y Anna Hints invitan a pensar que, cuando se trata de mujeres, habría que poner los pies sobre esa tierra de resguardo en la que, más allá de la distinción única del sujeto, lo esencial es la universalidad del alma y la progresión del espíritu. Porque el cuerpo (y de él se trata, en una medida grandísima) siempre ha sido un dominio de donde se parte hacia muchos sitios no corporales, y al que se llega o se regresa para verificar, siquiera de modo indirecto, las experiencias más radicales de la vida.

Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].
ALBERTO GARRANDÉS
Alberto Garrandés. Narrador, ensayista y editor. En años recientes ha publicado Sexo de cine (Premio de la Crítica en Cuba, 2013), Body Art (cuentos, 2014), El ojo absorto (ensayo, 2014), Una vuelta de tuerca (ensayo sobre cine de autor y películas de culto, 2015), y Demonios (novela, 2016, Premio Alejo Carpentier). En 2018 reunió lo esencial de sus cuentos en Mar de invierno y otros delirios.

1 comentario

  1. Cuando vi el filme de Lars Von Trier, quedé muy impactada, y siempre creí que la madre tuvo la culpa de la caída y muerte del niño. En verdad has hilvanado elementos que permiten entender aquello más allá de las imágenes apelando a lo simbólico. Hay que estar preparados para ver esas escenas de gran crueldad, y que tienen este trasfondo que mencionas. La otra película me gustaría verla, pues habla de mujeres. Gracias, me encantó tu artículo!

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí