MADRID, España.- Alrededor de uno de los tantos elementos incógnitos de la cultura cubana, el “diamante del Capitolio”, una de las pocas cosas esclarecidas es la fecha de su primera desaparición, el 25 de marzo de 1946.
El diamante, de 25 quilates y al que algunos le atribuían propiedades curativas y otros lo consideraban portador de mala suerte, lo introdujo en Cuba el joyero turco Isaac Estefano.
Según la leyenda, el brillante había pertenecido a la corona del último zar de Rusia, Nicolás II.
Estefano intentó vendérselo a la esposa de Alfredo Zayas, presidente de Cuba de 1921 a 1925, pero a la señora el precio de 17 000 pesos le pareció demasiado elevado.
Durante el gobierno de Gerardo Machado, en 1929, tras cuatro años de obras, quedó inaugurado el Capitolio de La Habana, que funcionaría como sede de las Cámaras del Congreso.
Con la construcción del Capitolio, el ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, se interesó en el diamante, y el Estado cubano se lo compró a Estefano por 12 000, una cifra muy inferior a su valor.
Entonces el diamante se colocó en el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio, debajo de la cúpula y a los pies de la estatua que simboliza la República (la tercera estatua bajo techo más grande del mundo).
El sitio donde se ubicó el diamante correspondía con el kilómetro cero de la Carretera Central de Cuba. Y allí estuvo hasta que lo robaron, a pesar de que era custodiado, el 25 de marzo de 1946.
En junio de 1947 apareció en la mesa del despacho del entonces presidente de la República de Cuba, Ramón Grau San Martín, de la misma manera misteriosa en que había desaparecido.
El diamante fue colocado en el mismo sitio hasta 1973, fecha en que el Gobierno cubano decidió sustituirlo por una réplica, alegando motivos de seguridad.
Aunque las autoridades indicaron que se encuentra en una bóveda del Banco Central de Cuba, no hay constancia de que alguien lo haya vuelto a ver, ni se permite a investigadores o periodistas corroborar su existencia.
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