LA HABANA, Cuba.- En Estados Unidos, las elecciones del pasado martes 5 resultaron ser no tan indecisas como pronosticaba buena parte de la prensa. Tras la clara victoria alcanzada por la candidatura Trump-Vance y el Partido Republicano, la sociedad del gran país se prepara para la nueva transición democrática que tendrá lugar el venidero 20 de enero.
Este miércoles, el presidente electo y su homólogo en funciones, Joe Biden, se entrevistaron en la Casa Blanca con vistas a realizar una “transición fluida”. Como debe ser en una democracia.
La atención de la opinión pública se centra en los anuncios que el equipo de Trump formula de tiempo en tiempo sobre el nombramiento de los futuros colaboradores de este en el Poder Ejecutivo Federal. La máxima atención se ha centrado en el nombramiento del nuevo secretario de Estado, que —como se sabe— recaerá en el senador cubanoamericano Marco Rubio.
Es natural que exista gran interés al respecto. Se trata del más importante de los funcionarios que designa el presidente de Estados Unidos. Estamos hablando de quien es, por su jerarquía, el tercer funcionario del Gobierno Federal (solo detrás de los dos que son elegidos: el mismo Jefe del Ejecutivo y su Vice); y también el tercero en la línea de sucesión a la primera magistratura (después del Vicepresidente y el speaker de la Cámara de Representantes).
Marco Rubio en el cargo
Si Marco Rubio recibe la aprobación del Senado (algo que, al depender de quienes han sido colegas suyos durante lustros, cabe suponer que represente una mera formalidad que será evacuada de manera fulminante), pasaría a ser el ciudadano de ascendencia hispana que ha ocupado el cargo más alto en toda la historia de Estados Unidos.
Además, se trata de una persona que, a través de sus familiares inmediatos, conoce de primera mano los desaguisados perpetrados por los castrocomunistas. Es por ello que su designación representa una noticia que resulta excelente para todos los luchadores prodemocráticos, pero pésima para el “Palacio de la Revolución” de La Habana y, por extensión, para el caraqueño de Miraflores, así como para su homólogo de Managua.
En las páginas de este mismo diario digital se ha publicado un interesante material en el cual se da respuesta a una pregunta vital: “¿Cuál es la postura del senador Marco Rubio hacia Cuba?”. Allí, con ejemplos tomados de la larga y exitosa carrera congresional del aludido, queda ilustrada la conducta vertical y enérgica asumida por él frente a la dictadura de La Habana.
Lleva razón, en ese contexto, lo planteado en el editorial que el Diario de Cuba le dedicó al histórico nombramiento. El título mismo de ese material, como suele decirse, “pone el dedo en la llaga”: “Marco Rubio, secretario de Estado, frente a la agonía del castrismo”. O como se plantea en su bajante: “La noticia no puede ser peor para el régimen de La Habana, atrincherado en el inmovilismo y apabullado por la terca realidad”.
El silencio del régimen
No en balde el Granma, por boca del chivato Raúl Antonio Capote, lo ha calificado de “figura tenebrosa, que tanto daño ha causado”. Aunque está claro que, en puridad, el mencionado plumífero castrocomunista es la única “figura tenebrosa” en este asunto.
Pero las autoridades cubanas, en lo fundamental, han optado por guardar prudente silencio. Hasta el mismísimo Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores, habitualmente tan locuaz, ha preferido guardar silencio.
Los castristas han optado por delegar la expresión de su rechazo en las ciberclarias a su servicio. Es el caso de quien se autodenomina “El Necio”, que publicó un post que quiere ser irónico: “Amiguitos frenéticos: Tomen calma, respiren… ¿Ya? OK. Marco Rubio no va a tumbar ná”.

La designación de Marco Rubio
La designación del prominente cubanoamericano ha estado rodeada de características sui generis. Mientras los anuncios relativos al nombramiento de los otros altos colaboradores de Trump se han hecho oficiales desde el primer momento, el del más antiguo de los actuales senadores del Estado de la Florida se ha mantenido pendiente de confirmación durante días. Considero que ese impasse no es arbitrario ni infundado.
Ante todo, aclaro que carezco de información interna sobre las razones que haya podido haber para esa dilación. Me limitaré, pues, a especular al respecto. Veremos qué piensan mis lectores sobre los argumentos que paso a exponer y sobre las dos razones de peso que —creo— han existido para que se produzca la aludida tardanza.
En primer lugar, considero que posee gran relevancia un hecho bien conocido: como ya he señalado, Marco ocupa una curul en el Senado Federal, donde representa a su estado natal desde 2010. Y es bien sabido que, en Estados Unidos, la Constitución establece una clara separación entre los poderes Legislativo y Ejecutivo.
A diferencia de lo que sucedía en Cuba con la carta magna democrática de 1940 (o lo que ha acontecido en los últimos decenios con las superleyes totalitarias de 1975, 1992, 2002 y 2019), en el gran país del norte no es posible que un congresista ocupe un puesto ministerial. Para entrar a desempeñar la importantísima Secretaría de Estado, el señor Rubio deberá abandonar su curul.
Ahí deberá entrar en funciones el actual gobernador floridano, el también republicano Ron de Santis, a quien corresponde nominar a un senador interino que desempeñe el cargo hasta la nueva elección federal (la llamada “de medio término”), que deberá tener lugar en 2026.
Marco Rubio contra los regímenes comunistas
Por supuesto que un político responsable y que respete a sus electores (y creo que Marco lo es) debe prestar atención no solo al altísimo cargo a él ofrecido, sino también al importante tema de quién entrará a representar a sus votantes en el Senado. Considero que el esclarecimiento de este punto vital bien ha ameritado los referidos días de demora.
En segundo lugar, quiero pensar que el futuro Secretario de Estado, antes de aceptar y asumir ese cargo, deseaba puntualizar aspectos vitales de la política exterior que habrá de seguir el gobierno de Washington a partir del próximo 20 de enero (y que a él, como encargado de la diplomacia estadounidense, le corresponderá aplicar en el día a día). Estas, claro, habrán sido cuestiones importantes a precisar con el presidente electo Trump.
Es que, durante la campaña electoral, un lema importante del Partido Republicano fue la consigna “America First” (que traduzco como “Estados Unidos Primero”). ¿Qué alcance podría tener ese lema? ¿Su aplicación implicaría el mantenimiento a ultranza de una política aislacionista? O, por el contrario, ¿ese principio no excluiría el enfrentamiento (dentro de los límites fijados por el derecho internacional, claro) a los regímenes comunistas de inspiración castrista que nos gastamos en América Latina?
Considero que la formalización del anuncio del importantísimo nombramiento implica que el asunto ha sido aclarado a la entera satisfacción de los implicados; y, en particular, del señor Rubio.
Claro que no es razonable que, cuando ya esté al frente de la diplomacia estadounidense, el flamante Secretario de Estado mantenga la retórica de sus tiempos de senador. Las prácticas diplomáticas aconsejan que se modere en ese aspecto. Pero, de todos modos, ¡siguen lloviendo las malas noticias para el habanero “Palacio de la Revolución”!