septiembre 18, 2024

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El general Ochoa murió de un eufemismo

Según el régimen, una anemia y no un disparo de bala consiguió la muerte del famoso militar que cumpliera un sinfín de misiones en escenarios bélicos.
El general Arnaldo Ochoa (centro) y su equipo en Angola, en 1980
El general Arnaldo Ochoa (centro) y su equipo en Angola, en 1980 (Foto: Reddit)

LA HABANA, Cuba. – Arnaldo Ochoa, el tan conocido general cubano, murió de un eufemismo. Ochoa, el Héroe de la República de Cuba murió de un subterfugio. Arnaldo Ochoa, el general de tantísimas batallas, murió de una evasiva. La muerte del general, la decisión de su muerte, fue casi un show, un espectáculo, una advertencia, y eso me lo dejó claro recientemente el escritor cubano Enrique del Risco.

El general Ocho murió de una indirecta. Y Enrique del Risco ha puesto el dedo en la llaga. “Enrisco” nos contó un detalle muy curioso sobre la muerte del general Ochoa, aquel que fuera puesto frente a las armas por decisión de Fidel Castro, y tras un juicio con un guion más que preciso que, eso dicen, estuvo bajo el mismísimo control de Fidel, quien se desempeñara desde las penumbras, como una especie jefe de escena, como un disimulado maestro de ceremonias.

Y Enrisco, que se graduó de Historia en la Universidad de La Habana y que luego, para pagar al Gobierno por toda esa generosidad y desprendimiento grandísimo que le permitió convertirse en licenciado en Historia, fue “convidado” a hacer su Servicio Social, que es una manera de pagar los estudios, en el Cementerio de Colón.

Y fue allí donde el recién graduado inteligente y sagaz se puso a hurgar, como buen historiador, como escritor curioso, en esa papelería que le permitiría historiar algunas muertes cubanas que concluían su paso vital en ese cementerio habanero. Y buscando, y hurgando, removiendo papeles, actas de defunción, como hacen los buenos historiadores, encontró el joven el certificado de fallecimiento de aquel que fuera uno de los más respetados militares cubanos en tiempos de Fidel Castro.

Y, oh, sorpresa, allí encontraría Enrisco algo muy curioso, el certificado de defunción del general, y Héroe de la República, Arnaldo Ochoa, donde alguien, sin dudas un médico, había fijado la causa de muerte de ese general fusilado por orden de Fidel Castro. Allí descubrió Enrisco que la causa de la muerte que quedara fijada en el certificado de defunción era algo tan simple como una “anemia”.

Una simple anemia había acabado con la vida del militar al que consideraran, hasta hacía muy poco tiempo como guerrero fiel y cabalísimo. Una ANEMIA se advirtió como la causa de la muerte de ese militar que tantas veces se le escurrió a la muerte en un sinfín de escenarios militares que provocara su jefe Fidel Castro.

Una anemia mató al hombre sin que nos advirtieran de que el fumarato ferroso estaba en esa lista de “faltantes” que suelen hacer los farmacéuticos. Una anemia, y no un disparo, fue la causa de la muerte que encontrara Enrisco en el acta de defunción del militar que cumpliera un montón de encomiendas de Fidel, un sinfín de misiones en escenarios bélicos diversos, y lejanísimos.

Y de Ochoa, del diestro guerrero, se escribió en su acta de defunción un eufemismo. La causa de su muerte, según esa acta, había sido una anemia y no los disparos de fusil que comprometieran la vida de, sabrá Dios, cuántos órganos vitales. Una ironía le puso fin a la vida del guerrero comunista que tantas veces le fue fiel a Fidel Castro, quien lo puso bajo sus órdenes en muchos episodios belicosos.

Una anemia acabó con la vida del militar y no una bala, o dos, o más… Con una bala pusieron en las sombras al militar y a sus múltiples batallas, algunas de ellas muy escabrosas y bajo la misma comandancia, la única comandancia real posible, la de Fidel Castro.

Una anemia puso a Ochoa en las sombras, una anemia lo mató, sin que fueran advertidas las descargas de fusil que alcanzaron el cuerpo del general de tantísimas batallas, de ese que fuera considerado nombrado Héroe de la República de Cuba.

Una simple anemia hizo que Ochoa pasará el resto de su vida, y de su muerte, en ese sitio al que los cubanos llamamos “Reparto Bocarriba”, obviando las descargas de fusil y el muy lógico desangramiento. Una anemia, y no los disparos de fusil, hicieron que Ochoa viviera su muerte en el Cementerio de Colón.

Una anemia y no un disparo de bala consiguió la muerte del famoso militar que cumpliera un sinfín de misiones en escenarios bélicos diversos. Ochoa, el diestro guerrero, el comunista fiel, el hacedor de guerras, no será otra cosa que un anémico lánguido, un tipo con serios problemas de hemoglobina, y nada más. Y todo esas certezas s las agradecemos a Enrisco, el escritor que también fue historiador del cementerio habanero de Colón, donde están los restos de Ochoa, quien en vida fuera un general.

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Jorge Ángel Pérez

(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas
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