El castrismo convirtió en regla lo que con Batista era excepción

El castrismo convirtió en regla lo que con Batista era excepción

Una muestra de la normalidad que iba alcanzando la vida nacional con el general fue la amnistía decretada en 1955 a todos los presos políticos, incluidos a los asaltantes al cuartel Moncada

Fulgencio Batista; Fidel Castro;
Fulgencio Batista y Fidel Castro (Collage CubaNet)

LA HABANA, Cuba. – El pasado 25 de julio, el periódico Granma publicó el artículo “Una experiencia necesaria”. Su autora, Mayra Aladro Cardoso, enumera las medidas adoptadas por el gobierno de Fulgencio Batista tras el asalto al cuartel Moncada, ejecutado el 26 de julio de 1953 por las huestes de Fidel Castro.

Batista suspendió las garantías constitucionales; la Ley de Seguridad y Orden Público, en virtud de la cual quedaron suprimidos los derechos individuales del ciudadano; se estableció la censura de prensa; la ilegalización de partidos políticos; fueron acuartelados los efectivos militares; y los edificios y las empresas de servicios públicos fueron custodiados por agentes del orden.

Sin embargo, resulta casi una burla a los lectores criticar a Batista por la imposición de medidas excepcionales a raíz de un hecho de extrema gravedad cuando, en la actualidad, semejantes restricciones son el pan nuestro de cada día. Porque aquí no se respetan los derechos individuales del ciudadano, a pesar de que algunos están prescritos en la Constitución. La censura de prensa es permanente; todos los partidos políticos, excepto el comunista, son ilegales; y existe una vigilancia permanente sobre empresas y edificios públicos.

Evidentemente, asistimos a la diferencia entre un gobierno de corte autoritario, generalmente con visos de provisionalidad en la coerción de las libertades, y otro sistema totalitario que pretende con carácter permanente cerrar todos los espacios de participación a la sociedad civil.

A estas alturas, en verdad, habrá muy pocos que no censuren la acción del 10 de marzo de 1952, cuando Batista suprimió el orden constitucional de la República, y derogó la Constitución de 1940, que había sido el fruto de las luchas populares de la década anterior.

Entonces, el expresidente era consciente de la ilegalidad de su accionar, y en consecuencia se dispuso a dar pasos para ir normalizando la situación política del país. En 1954 convocó a elecciones presidenciales en las que rivalizaría con su eterno contrincante Ramón Grau San Martín. A la postre, tras la no participación a última hora de Grau, Batista fue electo presidente con una de las votaciones más altas que conociera la República hasta ese momento.

Una muestra de la normalidad que iba alcanzando la vida nacional fue la amnistía decretada en 1955 a todos los presos políticos, que incluyó a los asaltantes al cuartel Moncada. Y otro detalle fue que Fidel Castro, durante todo ese tiempo, tuvo la posibilidad de contar con varios medios de difusión (la revista Bohemia y la radioemisora COCO, entre otras) para promover sus ideas.

Y algo que quizás no se conozca mucho por estos días en Cuba: Batista iba a dejar la presidencia el 24 de febrero de 1959. En noviembre de 1958, Andrés Rivero Agüero, un político liberal que había fungido como Primer Ministro de la República, había sido elegido como futuro presidente de la nación.

Fidel Castro, en cambio, al amparo de consignas como “elecciones para qué”, o “si Fidel es comunista, que me pongan en la lista”, condujo gradualmente a la sociedad cubana a un cambio cualitativo en lo referido a la represión de las libertades. El orden democrático del país fue sustituido por una pretendida legalidad revolucionaria.

En ocasiones, empero, las imágenes que percibimos pudieran llevarnos a apreciaciones no muy exactas. Como los gobiernos autoritarios, por lo general, no eliminan los espacios de participación de la ciudadanía, surgen protestas y manifestaciones callejeras en las que vemos la acción de las autoridades. En cambio, en las sociedades totalitarias, con frecuencia, se observa una rara tranquilidad. Es la paz de los sepulcros, donde crecen generaciones que ni siquiera conocen que existe la posibilidad de disentir del discurso oficial.

Tampoco nos llamemos a engaño: cada vez que un sistema totalitario ha visto peligrar su poder, no ha vacilado en reprimir sin piedad, incluso disparando contra sus ciudadanos. Recuerden, por ejemplo, los sucesos de la plaza Tiananmen en 1989. Además, ¿qué no haría el castrismo en un caso como ese, si lanzan las brigadas de respuesta rápida ante cualquier manifestación pacífica?

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Acerca del Autor

Orlando Freire Santana

Orlando Freire Santana

Orlando Freire. Matanzas, 1959. Licenciado en Economía. Ha publicado el libro de ensayos La evidencia de nuestro tiempo, Premio Vitral 2005, y la novela La sangre de la libertad, Premio Novelas de Gaveta Franz Kafka, 2008. También ganó los premios de Ensayo y Cuento de la revista El Disidente Universal, y el Premio de Ensayo de la revista Palabra Nueva.

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