Málaga
Vista del paisaje urbano de Málaga

Cuando algún amigo viene de visita al sur de España, siempre me pregunta lo mismo: “¿Por qué Málaga?” Lo hace con la inquietud absurda de quien quiere saber cómo alguien se ha sacado la lotería. Pues, por azar. O casi.

A finales de 2018 se acababa nuestra residencia de tres años en París, una ciudad perfecta para visitarla como turista, pero en absoluto ideal para vivir. Nos pusimos mi esposa y yo a buscar opciones guiados por tres requisitos básicos: queríamos hablar en español, evitar el invierno y estar en un lugar donde hubiera una interesante oferta cultural.

Luisa se puso a investigar en Google y comenzaron a aparecer por todas partes artículos que hablaban de las bondades de Málaga. Ella, incluso, había estado allí con su familia durante unas vacaciones en su infancia. La recordaba como una ciudad bonita y de clima agradable. Aquello nos bastó para decidirnos. Compré los pasajes de avión con la fecha en que expiraba mi contrato doctoral, que sería la misma de nuestra llegada: 1 de diciembre de 2018.

Reservamos un pequeño apartamento en pleno centro. Un Airbnb, por un mes, para probar. A las dos semanas, ya habíamos conseguido alquilar un apartamento un poco más grande para pasar allí nuestro primer año. Quince días nos bastaron para saber que este era, a partir de ahora, nuestro hogar. El tiempo transcurrido desde entonces no ha hecho sino confirmar aquella intuición. Y eso a pesar de que la mitad del criterio que justificó la escogencia, el recuerdo vacacional de mi esposa, se basaba en un error: apenas aterrizados, Luisa comprendió que había confundido la provincia con la capital. Ella y su familia habían estado en Marbella, no en Málaga. De modo que, como dijo Alfonso Reyes sobre el descubrimiento de América, nuestro viaje a Málaga también fue el resultado de un error geográfico y un acierto poético. Porque lo primero que sentimos al pisar esta tierra es que habíamos llegado al paraíso. Estábamos en The Good Place. Esa era la serie que nos tenía enganchados entonces, donde se narra la historia de unos personajes que mueren y van al paraíso. Sólo que ese paraíso es tan perfecto que los personajes empiezan a sospechar y a indagar hasta descubrir la verdad: que han caído en el infierno. Un infierno metódicamente construido para despistarlos y castigarlos por la eternidad.

En nuestro caso, no había trampa alguna. O, al menos, ya la habíamos vivido al creer que París era tal como la pintaba la leyenda. O como esa bellísima película de Woody Allen que sólo los esnobs, amargados aspirantes a Cioran, no pueden disfrutar: Midnight in Paris.

La prueba de fuego fue, por supuesto, este año de pandemia. La cercanía al mar, la tibieza constante del aire y el compromiso cívico excepcional de los andaluces, hicieron que la tragedia global que ha significado la Covid-19 fuese para nosotros menos opresiva.

La pausa impuesta por el virus no ha detenido el crecimiento de la ciudad. De hecho, en los últimos meses grandes empresas vinculadas al mundo de la tecnología y la comunicación han anunciado el establecimiento en Málaga de sus oficinas principales, lo que viene a complementar uno de los atractivos que nos impulsó a venir: la diversidad de la oferta cultural. Málaga tiene excelentes museos, varias y bien dotadas librerías, buena prensa con periodistas brillantes y sensibles. Aquí también he conocido escritores, poetas y traductores de primerísimo nivel, nacidos en Málaga o en otras regiones de España que han encontrado en el corazón de la Costa del Sol un espacio para vivir y crear.

La ciudad también acoge, desde hace más de un par de décadas, su prestigioso Festival de Cine que me permitió, en el transcurso de solo una semana, reencontrarme con viejos amigos y al fin conocer en persona a otros nuevos. Fue este el caso de Jorge Thielen Armand y Mo Scarpelli, una pareja de cineastas que vinieron a presentar El Father como sí mismo, un documental dirigido por Scarpelli sobre el proceso de filmación de La fortaleza, una de las mejores películas del cine venezolano contemporáneo, donde Jorge asumió el riesgo de dirigir a su propio padre en el rol principal. Es una historia que narra en clave poética y ficcional la vida real de su progenitor, Jorge Roque Thielen: un alma genial atormentada por las drogas y el alcohol, que busca en la selva venezolana una promesa final de redención o de destrucción. El documental es magnífico. Al final de la proyección, fuimos los cuatro a brindar y celebrar en la terraza del hotel AC, desde donde se contempla una inolvidable panorámica de la urbe. Pasamos el rato desgranando todos los detalles y momentos especiales de la película. Un entusiasmo particular que fue refrendado por el jurado del Festival, quien le otorgó a Mo el Premio por mejor dirección en la categoría de documentales.

Una semana después, me tocó recibir al novelista caraqueño Eduardo Sánchez Rugeles, invitado también por el Festival, pues es coguionista de la película escrita y dirigida por Claudia Pinto, Las consecuencias. La película no la pude ver pues el mismo día de su proyección yo me encontraba presentando en la Librería Luces mi segunda novela, Simpatía, en compañía del narrador malagueño Felipe R. Navarro. Al día siguiente, sábado, me enteraría de que Las consecuencias había ganado el Premio Especial del jurado de la Crítica a la mejor película, así como el premio a la mejor actriz de reparto, concedido a María Romanillos.

Ese mismo sábado supe que Jorge Carrión había ganado el Premio de Novela Ciudad de Barbastro. Con Jorge me tomé un café en un bar del Palmeral del Muelle Uno, el fin de semana que medió entre mi encuentro con Jorge Thielen Armand y Eduardo Sánchez Rugeles. Jordi participó en una mesa del Festival de Cine y aprovechó de venir con su familia por el fin de semana. Allí nos pusimos al día. Hablamos de nuestros proyectos. Me contó que había mandado una novela a este concurso y estaba esperando el veredicto. No se lo dije en el momento, pero al escuchar la trama de su novela, que ahora sabemos que se titula Membrana, sabía que se lo iba a ganar. ¿Cómo lo supe? Por la confianza y el entusiasmo de Jordi. Porque la historia me atrapó de sólo oírla. Y porque nosotros, que nos conocimos en Caracas gracias al corazón desbocado de un amigo que ya no está, nos encontrábamos en ese momento en Málaga. Por eso nada más.

Pero la historia de esta semana no termina aquí. De hecho, comenzó, como es lógico, días antes. Específicamente, el 2 de junio, con la visita de la narradora venezolana Karina Sainz Borgo, quien vino al Centro Andaluz de las Letras a presentar El tercer país. Una dolorosa y paisajística novela cuya semilla está en un cuento suyo, titulado “Tijeras”, que viene de obtener en Estados Unidos el muy codiciado premio O. Henry, que fue coordinado este año por la escritora Chimamanda Ngozi Adichie.

El cierre de esta semana, ahora sí, cuando ya borroneaba las primeras líneas mentales de este artículo, fue el 9 de junio. Ese día, en los enormes espacios del Centro Cultural La Térmica, asistí a la presentación a la prensa del Festival Escribidores, organizado por la Cátedra Mario Vargas Llosa y que se realizará en Málaga del 25 al 30 de octubre. Vendrán escritores del ámbito hispano y de otras latitudes a darle a la ciudad lo único que le faltaba: un encuentro literario de proyección internacional, que promete convertirse en una referencia ineludible de las letras.

De este acto, me emocionó en particular un detalle. El gran homenajeado será Alfredo Bryce Echenique. Es decir, el escritor por el cual yo decidí, siendo adolescente, que también quería ser un escritor. Un autor que venero tanto que hasta en varias ocasiones, no me da vergüenza decirlo, he soñado que conozco en persona. Un sueño que ahora promete al fin hacerse realidad. Y ya la experiencia me ha enseñado que Málaga es uno de esos pocos lugares en donde las cosas pasan. Uno de esos lugares del mundo que te hace sentir en el centro del mundo.

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