Salí de Cuba en julio de 1956. Salí porque me asfixiaba, porque todos los aspectos de la vida nacional estaban corrompidos, viciados de raíz. Nadie se podía mover en Cuba sin participar directa o indirectamente de la corrupción gubernamental, o del oportunismo individualista. Como soy de extracción burguesa opté por la solución menos peligrosa; abandonar el país.

Abandoné el país porque creía que la lucha era inútil. Estaba convencido de lo apremiante de un cambio radical, pero dudaba de que un movimiento de saneamiento nacional pudiera prosperar contra la corrupción administrativa, la fuerza del ejército y la indiferencia de la burguesía educada. Me avergonzaba vivir en el seno de una clase media que sólo pensaba en su comodidad y entretenimiento mientras dejaba al país en manos de militares y políticos profesionales. En mi casa sé habló siempre de la política como de algo asqueroso, pero jamás se habló de cambiar la situación. La burguesía cubana es cómplice de las atrocidades de la dictadura de Batista, de la enajenación nacional. Pero al mismo tiempo que me rebelaba contra su manera de vivir y buscaba refugio en la literatura de signo pesimista, era también la víctima de su impotencia ante el sistema que lo torcía todo.

Mi desaliento era casi total. Pensé que podría hacer algo en Estados Unidos, por lo menos en un plano personal. El mismo día que llegué a Nueva York, un amigo me ayudó a obtener empleo en la revista Visión. Comencé de traductor y escritor para ganarme la vida y en casa trabajaba en una novela sobre el individuo y su ambiente en Cuba.

Visión fue creada por inversionistas norteamericanos para anunciar los productos de la General Motors, la Remington Rand, la Shell, el National City Bank y otras empresas extranjeras en América Latina. Para introducir los productos de estas empresas en la región a través de una revista aparentemente hispanoamericana. Aparentemente, porque está escrita por argentinos, colombianos, cubanos, mexicanos y uruguayos. Pero el contenido de la revista es sólo una excusa, lo importante son los anuncios. La gerencia desprecia a los latinoamericanos que trabajamos en el departamento editorial. Necesita redactores hispanos, pero no los respeta. Los directores de la revista han sido siempre extranjeros: Ed-Stout, Henry Moscow, Frank Thompson y ahora, Igor Gordevitch. El absurdo ha llegado al punto de que nuestro actual director es lituano, nacionalizado norteamericano, que no habla español y que desconoce por completo la realidad de nuestro hemisferio.

El desarraigo de los que trabajamos en Visión no puede ser mayor: una revista escrita en español, publicada en Nueva York, distribuida en los países hispanoamericanos y cuya razón de ser es la expansión de los intereses económicos localizados al norte del Río Bravo. Cada vez que en América Latina ha existido una causa justa, la revista ha evitado comprometerse. Se defienden algunas causas latinoamericanas, pero siempre y cuando no perjudiquen los intereses norteamericanos. Eso es lo primero para esta “revista latinoamericana”.

Pocos meses después de entrar a formar parte de la redacción de la revista, Fidel Castro desembarcó en Oriente. Su gesto me inspiró respeto, pero no creía en la posibilidad del triunfo revolucionario. El ambiente me había contaminado hasta el punto de haberme convencido de que el enemigo era siempre superior. Desde el primer momento, por comodidad o por subordinación intelectual al estado reaccionario, mi reacción fue de escepticismo.

Todos sabíamos que las cosas andaban muy mal. Los refranes cubanos no podían revelar mayor pesimismo y angustia: “La cosa está de bala, pero lo que hay que hacer es no morirse”. El último reducto del hombre es su vida individual; cuando se le cierran todas las puertas, cuando le privan de destino y le hacen sentirse avergonzado de su pasado, el último grito lo lanza desde su soledad. El cubano había llegado al punto de creer que lo único que podía hacer era “no morirse”, era tratar de mantenerse vivo como las bestias de la selva. El fracaso de la guerra del 68, la muerte de Maceo en San Pedro y de Martí en Dos Ríos, el Tratado de París, la Enmienda Platt, el asesinato de Guiteras, la traición de Grau San Martín, la muerte de Jesús Ménéndez y la huida de Prío, nos habían castrado. Nos sentíamos impotentes ante el destino.

Entonces un hombre se identificó por completó con el destino de Cuba: “Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie”. Las palabras y los hechos de la revolución encabezada por Fidel Castro han roto el fatalismo de la Cuba republicana.

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(A su regreso a París, después de conocer la realidad cubana, el filósofo Jean Paul Sartre declaró: “Porque la Revolución ha trastornado las nociones de lo posible y de lo imposible. Eso es lo extraordinario. Los jóvenes de muchos países pensaban como los jóvenes cubanos pensaron bajo Batista: «No saldremos de esto jamás; no existe ningún camino para la libertad». Hoy se dicen «¿por qué no nosotros?». Castro ha demostrado que lo que se decía imposible es posible)”.

Todos conocen el comentario de Martí sobre Estados Unidos: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas”, pero la segunda parte de la frase es menos conocida: “y mi honda es la de David”. La honda cayó en Dos Ríos. Pero la Revolución ha recogido esa honda para romper el círculo vicioso de la corrupción y el pesimismo nacional.

Cuba era, como escribió Varona con amargura poco antes de morir, “una mezcla confusa de hombres amalgamados para la vida material, pero no unidos por los vínculos del espíritu para ningún fin noble”. Hoy, gracias a la revolución, el cubano tiene un sentido de transcendencia y responsabilidad.

Hace unas semanas Visión publicó un artículo sobre el progreso de la Revolución cubana (mayo 6, 1960). En la portada aparece Castro conversando con unos campesinos camagüeyanos debajo de este título despectivo: “Fidel: ¿Dividirá las Américas?”. Después de esforzarse por señalar las ventajas y peligros de la Revolución, el artículo destruye todo con la siguiente perspectiva impuesta al redactor cubano por la gerencia: “La carrera está en marcha, Fidel está confiado en ganarla. Si en realidad gana, significará el fin de las instituciones democráticas del hemisferio: el derecho del hombre a poseer su propia tierra; el privilegio de invertir en el futuro de su país; y la libertad de escoger la forma por las que será gobernado”.

Sólo personas ignorantes o ajenas a las realidades de América Latina podrían formular semejantes declaraciones sin ruborizarse. Tomemos la oración por partes.

“El derecho del hombre a poseer su propia tierra”. América Latina es una región agrícola donde la tierra siempre ha pertenecido a una minoría, y no a una minoría capitalista, sino a una minoría feudal y retrógrada, que no sólo humilla y explota al campesino, sino que mantiene a las naciones del continente en el siglo XVI. El desarrollo de América Latina tiene que empezar por la destrucción del pasivo y humillante sistema feudal. “Muchos países de América Latina han experimentado en las décadas recientes un alto grado de desarrollo económico, si bien este ha sido desigual e inestable en el transcurso del tiempo”, insiste el economista inglés Gunnar Myrdal. “En general, este desarrollo ha estado circunscrito a los puertos y ciudades, y las masas campesinas han permanecido estancadas en la miseria”. Los países capitalistas proponen la inversión privada para eliminar el subdesarrollo, pero la mayoría de los economistas reconocen que es insuficiente para desarrollar a los países atrasados. “En general, son los países industrializados los que se están industrializando aún más”, afirma Myrdal. “Por otra parte, en los países subdesarrollados en que los ingresos son muchísimo más bajos, la formación de capital y la inversión tienden a ser más reducidas, aún en relación con los ingresos más bajos. Para que existiese igualdad en el ritmo de desarrollo, la formación de capital y la inversión tendrían que ser, por el contrario, relativamente mayores, ya que en los países más pobres el aumento natural de la población es por lo general, más rápido. Como consecuencia de todo ello −y de la tradición de estancamiento que se ha infiltrado en toda su cultura− el desarrollo económico de estos países es comúnmente mucho más lento. Aún más, en las décadas recientes, el ingreso medio en muchos de ellos ha disminuido. “Por ello, si el gobierno no interviene directamente en la economía, como lo viene haciendo en Cuba, la posibilidad de desarrollo rápido disminuye. La inversión privada es un mito. La economía dirigida por el estado es indispensable a los pueblos en proceso de desarrollo.

“La libertad de escoger la forma por la que será gobernado”. Las guerras independentistas de América Latina fueron hechas por una minoría criolla que aspiraba a explotar a las clases humildes en lugar de los conquistadores. El sistema feudal quedó intacto. La burguesía criolla se unió a los intereses extranjeros y junto con los militares substituyeron al clero y a los funcionarios parasitarios de la Corona Española. El poder en América Latina, bajo una dictadura o con un gobierno constitucional, ha estado siempre en manos de minorías privilegiadas. Las clases dirigentes han hecho todo lo posible por evitar la irrupción del pueblo en los gobiernos. Si han hecho algunas concesiones a las necesidades populares, se han pagado con sangre y se han hecho con lentitud y sin la efectividad adecuada.

La realidad es todo lo contrario de lo que afirma Visión: por primera vez la tierra pertenece a los campesinos que la trabajan; los cubanos pueden ahora contribuir sin privilegios al desarrollo del país; y después de 57 años de democracia de lengua, la isla tiene dirigentes populares que gobiernan para toda la nación.

Estos ataques malintencionados de Visión −no son los primeros ni serán los últimos− me provocaron una crisis personal que llegó hasta hacerme dolorosa entrada al edificio de la revista cada mañana. “La evasión es el mecanismo más desarrollado por el hombre, en realidad existen muy pocas situaciones ante las cuales no podamos evadirnos de una u otra forma”, insiste el dramaturgo Arthur Miller. “Sin embargo, si uno pudiese conocer a fondo al ser humano, descubriría que existe algo, no importa lo grande o insignificante que sea, ante lo cual el hombre no puede retroceder, aunque así lo quisiera”. En mi caso, no puedo retroceder ante estas distorsiones de nuestra realidad. La prensa extranjera ha explotado la cobarde renuncia de funcionarios cubanos en México y Estados Unidos. Ahora, también existen personas que abandonan a los grupos que luchan por el fracaso de la Revolución cubana. Este artículo, como consecuencia inevitable, es también la renuncia a mi cargo de redactor de la revista.

Todos los cubanos de Nueva York viven pendientes de las noticias de Cuba. El brazo de la Revolución me rozó leyendo hace unos días en el subterráneo, el discurso pronunciado por Fidel el pasado 1º de Mayo: “La agresión a nuestra patria significará una guerra no sólo contra nuestro pueblo, sino contra todos los cubanos en cualquier parte del mundo donde se encuentren, será una lucha contra los pueblos amigos de Cuba, los que están dispuestos a luchar por Cuba ¡dondequiera que se encuentren!”. A medida que pasa el tiempo se hace más difícil la permanencia de los cubanos en el extranjero. Las ventajas económicas de trabajar en Nueva York son superadas por el deseo de participar en la Revolución, de estar allí.

Esto no sólo afecta a los escritores −dos de mis mejores amigos regresaron a Cuba como atraídos por un imán− sino hasta los emigrados por razones económicas. Una pareja de amigos cubanos −ella había sido criada y él, mensajero de una farmacia− me dijeron recientemente que estaban pensando regresar a Cuba. Él iba a dejar un empleo seguro y a comprarse un compresor de aire para probar su suerte en Cuba como pintor de brocha gorda. Ella hablaba de que se dedicaría a manicurista. Antes de la Revolución esta pareja pensaba radicarse permanentemente y educar a sus hijos en Estados Unidos. Durante el mes de agosto de 1882, Martí escribió en Nueva York:

Mi mal es rudo; la ciudad lo encona;
lo alivia el campo inmenso…
¡Sólo las flores del paterno prado
tienen olor! ¡Sólo las ceibas patrias
del sol amparan! Como en vaga nube
por suelo extraño se anda; las miradas
injurias nos parecen, y el Sol mismo,
¡más que en grato calor, enciende en ira!


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