Estos son los títulos que aparecen en las tres principales revistas de noticias de Estados Unidos. Inclusive en Cuba nos cuesta trabajo aceptar el error de Washington al enviar a la Ciénaga de Zapata una invasión con tan pocas probabilidades de éxito. No entendemos bien “esa chapucería de Estados Unidos”, como exclamó Fidel.
Para aclarar esto debemos hurgar un poco el American way of life. Estados Unidos tiene una incapacidad raigal para comprender a otras culturas. Es un país aislacionista por naturaleza. Desprecia a los extranjeros y, por lo tanto, no los puede comprender. Thomas Jefferson, hombre de la ilustración, declaró en una ocasión: “Francia es un infierno”.
Estados Unidos tiene miedo a contaminarse, a perder identidad en contacto con otros pueblos. Su política exterior se ha caracterizado por el empleo de métodos indirectos. Esperan siempre que otros tiren la primera piedra, o hagan las cosas por ellos. Entró en la II Guerra Mundial al último minuto. Perdió alrededor de un cuarto de millón de hombres, mientras la Unión Soviética perdió 78 millones de hombres en el campo de batalla.
Sus intervenciones en América Launa han sido siempre un paseo militar. De lo contrario −lo cual es lo más corriente− han apoyado a los descastados que estaban de acuerdo con someterse a la explotación económica de Estados Unidos. Siempre han encontrado mercenarios y lacayos: en Guatemala, en Haití, en la República Dominicana. Ellos nunca se han manchado las manos.
Por eso algunos sectores ingenuos de Hispanoamérica han creído en la bondad de Estados Unidos. Han creído que invertían en Cuba, México y Venezuela para ayudar a los países subdesarrollados. No comprendían que por cada dólar invertido en Nuestra América, Estados Unidos obtenía una monstruosa ganancia. Ya no hay lugar, siquiera para la credulidad de los ingenuos.
Estados Unidos se ha convertido en una potencia bélica y depredadora. En el artículo sobre Cuba de U.S. News & World Report, la revista publica un cuadro impreso en tinta rosada donde admite que ha intervenido tres veces en Cuba, cuatro en Haití, cuatro en Nicaragua, cuatro en la República Dominicana, seis en Honduras, tres en Colombia, tres en Panamá, tres en México y una vez en Guatemala. Lo admite con desenfado y petulancia: “Tropas norteamericanas entraron en Haití en tres ocasiones en 1914. Luego en 1915 las tropas norteamericanas regresaron y permanecieron allí durante 19 años de intranquilidad crónica en el país”.
La intervención de Estados Unidos en Cuba ha sido hasta ahora indirecta. Estados Unidos no se ha ensuciado las manos. ‘‘Los norteamericanos son los que tienen interés en defender sus monopolios y sus propiedades y, sin embargo, mandan por delante sangre morena, sangre de nuestros hermanos latinoamericanos”.
Washington ha mandado cubanos destacados para recuperar sus intereses en Cuba. En lugar de escuchar la voz del pueblo cubano, escucharon las protestas de unos cuantos privilegiados que perdieron sus privilegios. Lo mismo ocurrió durante la dictadura de Batista. La embajada norteamericana en Cuba enviaba a Washington constantemente informes favorables a la tiranía. Aseguraban que todo estaba bien en la isla y que las tropas del gobierno tenían aislado a Fidel Castro. La revista Time del 1º de enero de 1959 publicó en la sección “Hemisphere” que, a pesar de la ofensiva de Fidel Castro en Oriente, “las tropas del gobierno de Batista tenían la situación bajo control”.
Esto no le ha ocurrido a Estados Unidos sólo en Cuba. Así perdieron también su influencia en China. Ayudaron a Chiang Kai-shek hasta el último minuto, a pesar de que el mundo entero le aseguraba que estaba perdiendo la guerra y dilapidando el dinero que recibía de Washington.
En el caso de la invasión, Estados Unidos falló porque creyó que la opinión de una minoría era la voz de la mayoría del pueblo cubano. Creyó que su estrategia y sus armas eran invencibles. Estados Unidos tiene una enorme capacidad para producir un televisor diferente para cada habitación de una casa cuando sólo podemos observar la imagen de uno, tiene la imaginación comercial de diseñar varios tipos de fosforeras −para mesa, baño, señora u oficina−, aunque una sola sea suficiente para encender un cigarrillo rubio. Para eso Estados Unidos no está mal. Pero para abrirse paso en la política internacional no tiene habilidad. Es completamente miope.
En realidad el fracaso de Playa Girón no es el fracaso de Central Intelligence Agency, ni del Pentágono, ni siquiera del Presidente Kennedy: el sistema es lo que ha fallado.
En Cuba, por el contrario, ha triunfado un sistema: el socialismo. Un sistema que no desperdicia la inteligencia ni las energías de un solo cubano.
Los Estados Unidos no saben dónde están parados. Carecen de una política de largo alcance. La decisión de invadir a Cuba fue caprichosa y se tomó sin prevenir la reacción mundial y sin tener siquiera la precaución de decidir lo que harían en caso de que la invasión fuese rechazada. En cuestión de días Kennedy pasó de una actitud beligerante a una posición vacilante.
“A mediados de semana los ayudantes del presidente aseguraban que estaba firme e irrevocablemente decidido a derrocar a Castro”, afirma la revista Time. “Pero siguieron entonces reflexiones sobrias sobre los métodos y procedimientos para lograrlo. Una invasión de Cuba por parte de Estados Unidos representaría −inclusive por cubanos respaldados por la Marina y la Fuerza Aérea norteamericana− una inundación de protestas mundiales contra Washington, y tal vez provocaría contrataques comunistas en Berlín o Viet Nam u otras regiones. En vista de estas consideraciones, el momento de decisión enérgica se esfumó. Al finalizar la semana, los ayudantes de Kennedy dejaron de repetir que el presidente estaba “decidido a derrocar a Castro. Ahora estaba decidido a tratar de vencer a Castro”.
Esto demuestra la improvisación de la política norteamericana y el desconcierto cuando falla. La revista insiste en que el lunes de la invasión “el presidente fumó dos cigarros y no mostró señales de angustia”. Días más tarde, sin embargo, “mostró las primeras señales de soledad y depresión”. El presidente Kennedy, en esos momentos, buscó la compañía de sus mejores amigos.
Esta descripción de la conducta adolescente del presidente es prueba patética de la situación de la política norteamericana. Con la misma irresponsabilidad Kennedy podría llevar a su país, y al mundo, a una guerra nuclear que nadie desea. Las bestias heridas son peligrosas. Kennedy se considera un hombre dinámico capaz de grandes decisiones. Ha publicado un libro titulado: Perfiles de coraje (desde luego, se lo escribió un “escritor fantasma”). Lógicamente, Estados Unidos no debía intervenir en Cuba: tiene más que perder que ganar. Pero como con la ballena blanca, Moby Dick, hay que tener cuidado: los grandes animales, cuando están heridos son sumamente peligrosos.
“En Cuba hemos aprendido una lección”, dijo Kennedy. La lección que ha aprendido es que en nuestra isla tienen que arriesgar su seguridad física y el futuro del capitalismo.
“Que no manden nicaragüenses, que no manden cubanos equivocados a pelear contra cubanos que defienden la justicia”, como dijo Lázaro Cárdenas, “que ataquen ellos, los norteamericanos, y ya sabrán de lo que somos capaces los latinoamericanos”.
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