“De igual modo se prohibió que llegaran a mis manos los libros de Martí; parece que la censura de la prisión los consideró demasiado subversivos. ¿O será porque yo dije que Martí era el autor intelectual del 26 de Julio?”

Esta aclaración de Fidel Castro al comenzar su defensa en el juicio por el asalto al cuartel Moncada −celebrado en un hospital porque la dictadura quería silenciarlo− es algo más que una aclaración de responsabilidad simbólica. Aparte de la importancia de la ideología revolucionaria de Martí, el pensamiento y la obra del Apóstol circulaban ya por la sangre del joven revolucionario: “¡No importa en absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos”.

Repasando “La historia me absolverá encontramos doce veces mencionado a Martí y la mitad de ellas con citas textuales de sus pensamientos.

Poro lo decisivo no es citar a Martí, eso lo han hecho hasta los criminales para justificar sus crímenes, sino actuar de acuerdo con sus enseñanzas y su existencia. Ya ha pasado la época en que bastaba citar una frase de Martí. Abarcó tanto que, violentando un poco su pensamiento, sacándolo arbitrariamente del contexto, se le puede emplear para justificar lo contrario de su intención más profunda.

Fidel comienza invocando directamente a Martí. A medida que su figura crece, la cita explícita se va fundiendo con el pensamiento y la acción de Fidel Castro.

No hablo de cosas abstractas e intangibles. Hablo de una asimilación, de una incorporación palpable en las conversaciones de Castro con el pueblo y en sus decisiones y reacciones ante los problemas que plantea la Revolución.

Martí era un río caudaloso que no podía evitar desbordarse. Empezaba hablando de una cosa y acababa hablando de otra:

Es mal mío no poder concebir nada en retazos, y querer cargar de esencia los pequeños moldes, y hacer los artículos de diario como si fueran libros, por lo cual no escribo con sosiego, ni con mi verdadero modo de escribir, sino cuando siento que escribo para gentes que han de amarme, y cuando puedo, en pequeñas obras sucesivas, ir contorneando insensiblemente en lo exterior la obra previa hecha ya en mí.

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Cambiando escribir por hablar, Castro podría decir lo mismo. También él necesita hablar para “gentes que han de amarme”. Durante un discurso se molestó con un camarógrafo: “No, era una luz de cámara de cine, pero es que no me dejaba ver al pueblo”. Castro empieza hablando de un caso individual y termina hablando del pueblo de Cuba; analiza la situación cubana y acaba hablando de la humanidad.

Promulgada ya la Ley de Reforma Urbana, Castro compareció ante la televisión para explicar al pueblo su alcance:

Por ejemplo, una señora que tenía una peluquería estaba de lo más preocupada ayer, cuando salió esta ley creía que le iban a quitar su peluquería también y que le iban a nacionalizar su peluquería. A muchos comerciantes pequeños urbanos les preocupaba si van a liquidar el pequeño comercio urbano, si van a poner Tiendas del Pueblo también en la ciudad, si las pequeñas fábricas, los pequeños negocios, los va a liquidar la Revolución. La Revolución no tiene ninguna necesidad de liquidar esos negocios. Entendemos, mejor, que el país está en un minuto en que es necesario el esfuerzo de todos. De todos los pequeños negociantes, de los pequeños agricultores, de los agricultores medianos, y que lo que corresponde por parte de ellos y por parte de nosotros es viabilizar que todo el mundo haga su esfuerzo en la tarea de cumplir los grandes programas de desarrollo económico y social de nuestro país.

De Cuba a la humanidad:

Y el destino del mundo está en juego en estos momentos, y una agresión a nuestro país, como encontraría una resistencia tenaz y prolongada, sería una agresión al mundo, ¡que no nos dejará solos! Porque sabemos que no estamos solos, porque sabemos, y estamos seguros, de que una agresión imperialista a Cuba los llevaría a su propia destrucción. Mas, sin embargo, ¡nosotros no queremos que se suiciden a costa nuestra!

Como recuerda esto a Martí: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas −y mi honda es la de David”.

Una frase que durante tanto tiempo pareció exagerada se ha convertido en realidad: la relación entre Cuba y Estados Unidos es la relación entre David y Goliat.

“¿Por qué se pudo alcanzar la victoria? −preguntó Castro el año pasado en una cena conmemorativa del nacimiento de Martí:

¿Por qué avanza la Revolución? Se logró todo porque había virtudes en nuestro pueblo y esas virtudes fueron el fruto de las semillas que sembraron los fundadores de nuestra República; de la semilla, de la abundante semilla que sembró nuestro Apóstol, José Martí. Porque este amor acendrado a la libertad, esa prédica constante de la dignidad, ese sentido humano del pensamiento martiano, ese odio a la tiranía, ese odio al vicio, ese odio a la esclavitud, le hizo decir: «Sin patria, pero sin amo». Esa prédica fue la que nutrió el espíritu rebelde y heroico de nuestro pueblo, que allá en Santiago de Cuba, junto a la tumba de Martí, en el año del centenario, ofrendó la vida de casi un centenar de jóvenes… Porque aunque invocaron falsamente su nombre muchas veces, aunque se le rindieron millares de hipócritas tributos, el pueblo por encima (le toda aquella falsedad, le rindió siempre un profundo y sincero tributo a su memoria.

Tanto Martí como Castro son hombres de una energía desbordante. Ninguna figura revolucionaria puede carecer de grandes reservas de energía vital: sin ellas no podría sobreponerse a la corriente del pasado. Martí escribía hasta que las manos se le hinchaban, Castro explica la Revolución al pueblo hasta quedarse sin voz.

La preocupación con la muerte es obsesiva en ambos. Martí: “Morir no es nada, morir es vivir, morir es sembrar. El que muere, si muere donde debe, vive”. Castro: “Porque los cubanos hemos aprendido a mirar la muerte serenamente y sin inmutarnos, porque los cubanos hemos adquirido un sentido real de la vida, que empieza a considerarla como indigna cuando no se vive con libertad, cuando no se vive con decoro, cuando no se vive con justicia, cuando no se vive por algo, y por algo grande como están viviendo los cubanos en este momento”.

Aquí podríamos hablar del “vivir para la muerte” de Heidegger, del “sentimiento trágico de la vida” de Unamuno, pero sería una pedantería. Todos sabemos el lugar que ocupa la muerte en nuestras vidas, todos hemos vivido la profundidad que tiene ese concepto en nuestra cultura hispánica. Es una forma de entrega viril a la vida: el que sabe morir puede vivir con entereza. “La muerte engrandece cuanto se acerca a ella −escribió Martí−; y jamás vuelven a ser enteramente pequeños los que la han desafiado”.

Veo tan estrecha la trabazón entre Martí y Castro que presiento que se me acusará de forzar las semejanzas. En algunos de los ejemplos expuestos aquí es posible que haya coincidencia, pero el fenómeno es innegable: Martí influyó decisivamente en Fidel Castro y en la Revolución cubana.

Tan bien conoce Castro la trayectoria de Martí, que algunas de sus opiniones tienen importancia para fijar la función histórica del Apóstol. Hace dos semanas hablábamos en la redacción de este suplemento con Walterio Carbonell y Heberto Padilla acerca de la popularidad de Martí en Cuba durante su vida. Mucha, poca y regular fueron las opiniones divididas. Hoy, aceptamos a Martí como aceptamos cualquier brizna de yerba cubana. Pero, probablemente durante su vida pocos en Cuba conocieron su obra y su pensamiento. “Porque los versos, como los pensamientos, como los escritos, como las proclamas, como los discursos de Martí, que hoy son familiares para todos nosotros, fueron al principio del conocimiento reducido de un círculo de amigos o de compatriotas que tuvieron el privilegio de leerlos o escucharlos −opina Castro−. Porque en medio de la censura y de la opresión aquellas ideas no podían divulgarse e incluso, en los inicios de la República, el pensamiento y la prédica de Martí no se conocían sino por una minoría. Fue en el transcurso del presente siglo cuando nuestro pueblo pudo ir paso a paso conociendo aquella filosofía política, aquel pensamiento que decía que «trincheras de ideas, valían más que trincheras de piedras». Esta idea influyó sobre nuestro pueblo en la medida en que se iba divulgando y a pesar de la frustración de nuestra República, a pesar de lo mucho que aquel pensamiento había sido prostituido en labios hipócritas, en labios de malos cubanos, que miles, tal vez millones de veces evocaron en medio de la ignominia y hasta el crimen el pensamiento y el nombre del Apóstol”.

Castro, aseguran, llevaba siempre consigo en la Sierra las Obras Completas de Martí en los dos volúmenes rojos impresos en papel biblia. De todo lo que Castro ha leído, Martí es lo que ha leído más sistemáticamente.

Todo Martí está dominado por el ansia de servir al Hombre: “Quien se da a los hombres es devorado por ellos pero es ley maravillosa de la Naturaleza que sólo esté completo el que se da”.

El humanismo de Castro se acerca al alto concepto que tenía Martí de la justicia:

La Marina fue el único cuerpo que no fue disuelto, y fue disuelto el Ejército, fue disuelta la Policía. Sin embargo, nosotros fuimos generosos con los marinos. ¿Por qué fuimos generosos con ellos? Porque habían tenido una actitud menos drástica que la del Ejército, aunque tuvieron sus Laurent y toda aquella gente que cometieron muchos crímenes, y aunque nos tiraron muchos cañonazos, esa es la verdad, con sus fragatas, desde por allá, en la Sierra Maestra, nosotros les dimos un tratamiento distinto a los marinos que a los del Ejército… No botamos a nadie, a nadie en absoluto, porque detestamos el tener que estar tomando medidas que lancen a la gente a la calle.

“La verdad es sencilla”, asegura Martí y así explica Castro nuestra etapa actual:

No habría Revolución si no hubiese existido tanta injusticia en nuestro pueblo. Es bueno partir de esta base: de que la culpa de que nuestro país se vea envuelto en una Revolución la tienen los grandes abusos que se cometieron durante tantos años con nuestro pueblo, la tiene la explotación a que se vio sometido el país, a que había estado sometido siempre. Cualquiera comprende que sin esas circunstancias no habría tenido lugar una revolución en nuestro país.

“Una vez reconocido el mal −explica Marti como si hablara de la Revolución−, el ánimo generoso sale a buscarle remedio: una vez agotado el recurso pacífico, el ánimo generoso, donde labra el dolor ajeno como el gusano en la llaga viva, acude al remedio violento”.

Nos hemos atrevido a establecer este paralelo porque Fidel no sólo ha hablado, ha hecho lo que Martí añoró:

No dijimos: te vamos a dar, le dijimos: aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad. Y podemos repetir: aquí tienes, guajiro, tu fierra; aquí tienes, campesino, tus escuelas, tus hospitales aquí tienes los pueblos, las fortalezas convertidas en escuelas; aquí tienes tus casas, aquí tienes tus playas, aquí tienes tus fábricas, las fábricas que eran de los monopolios extranjeros, aquí tienes tu Compañía de Electricidad, tu Compañía de Teléfono, aquí tienes tu refinería, porque antes no tenías nada, y hoy sí tienes, hoy tienes algo por lo cual luchar.

Castro ha cumplido como Martí quiso cumplir cuando la muerte le cortó el paso.

El parecido se extiende hasta la vida personal: la cárcel, los preparativos de invasión desde el extranjero, tener que escoger entre la familia o el país.

Martí expresó siempre su sentido de la justicia a través de un estilo didáctico. La reiteración es una de las armas más efectivas para inculcar una verdad. “Los hombres crecen físicamente; de una manera visible crecen, cuando aprenden algo, cuando entran a poseer algo, y cuando han hecho algún bien”. Esta repetición martiana bien podría haberla expresado Castro.

Es el mismo estilo que emplea Castro, con una reiteración aun mayor porque no escribe sino explica con la palabra la Revolución al pueblo:

Y cuando se habla de razón, no es una simple palabra; razón quiere decir los abusos que se cometían en nuestra patria, razón quiere decir los innumerables crímenes que se cometieron con nuestro pueblo, razón quiere decir los cientos de miles de cubanos que no sabían leer ni escribir, razón quiere decir los cientos de miles de cubanos que no tenían trabajo, razón quiere decir los cientos de miles de familias campesinas que no tenían ni un pedazo de tierra, razón quiere decir todo lo que se le ha robado a nuestro pueblo; que cuando no le robaba un político, le robaban los especuladores, le robaban los explotadores.

Todavía no hemos dicho lo más vital de Martí en Fidel. Frente a este fenómeno las influencias de estilo o ideas son cáscaras inservibles, son nada. Fidel creyó en el Martí que respiró entre los hombres, que sufrió y soñó. Mientras los políticos republicanos abusaban del Apóstol y algunos intelectuales respetaban su obra, Fidel Castro creyó en la vida de Martí. Castro ha puesto a Martí a caminar de nuevo entre nosotros. El verdadero Martí: el hombre que amó a Cuba y a la justicia por encima de todas las cosas.

Nosotros también lo teníamos abandonado. Martí no era más que un prosista de azogue, un poeta humano, un patriota muerto. Lo habíamos privado de su vida, de su fe en el hombre cubano… Entonces estalló la Revolución. No hubiésemos encontrado al hombre que latía detrás de la obra sin el hecho revolucionario.

Martí estaba muerto para muchos de nosotros porque habíamos perdido la confianza en nosotros mismos. Martí estaba muerto y nosotros desarraigados. Castro leyó sus libros y vio al hombre vestido de negro, con bigotes espesos, ojos febriles y amplio cráneo lleno de insobornable convicción en el triunfo de la justicia y el amor en la lucha contra todos los instintos egoístas y los deseos torcidos.

La influencia más profunda y viva de Martí ha ocurrido, no entre escritores y poetas, sino en donde más falta hacia: en la política.

Fidel Castro revivió a Martí porque creyó en él.


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