Querido René:

Anoche soñé que estaba en mi casa de Camagüey (¡qué horror!), e inesperadamente tú llegabas a hacerme la visita. Me decías: “hace tiempo que no vas por la biblioteca”. Cuando me desperté, no tuve que consultar a Jung para saber que me sentía culpable. He sido enemigo toda la vida de provocar rencillas, y de verme envuelto en pleitos y dimes que te diré. No porque me considere mejor o peor que nadie: cada cual es como es, y yo soy así. Aunque la famosa carta no se publicó, quiero pedirte excusas por haberla firmado.

Quiero también serte sincero, y decirte que me irritaron algunas afirmaciones en la primera nota del Herald; por ejemplo, que nuestro cambio de estatus era una de las causas del cierre de la revista, como si al volvernos residentes de este país ya el problema de Cuba nos importara un carajo. También me molestó que se dijera que el resto de los editores “want to see more of their family and friends”; superficialidad que raya en el absurdo, y que nos hace aparecer como diletantes que de casualidad se dedicaron a jugar con la literatura, y ahora se reintegran a la trivialidad cotidiana.

No necesito hablarte de mí, ni de lo que significa en mi caso el escribir (aparte de que lo que yo escriba valga la pena o no); ni del respeto que tengo por mis raíces (de ellas salí yo); por lo que puedes comprender que esas declaraciones me jodieron mucho. Ya en frío (porque por suerte no sirvo para guardar resentimiento), me doy cuenta que debí haberte llamado. No fue “el bozal de Castro” el que me impidió hacerlo, sino que en ese momento de ofuscación pensé que la única manera de poner la cosa en claro era refutar las afirmaciones por la misma vía en que habían salido estas.

De todos modos, ya el mal está hecho de parte y parte; la revista termina, y no creo que la amistad deba terminar con ella. La Literatura es importante –y el afán de sobresalir también–, pero en mi opinión hay otras cosas más importantes: nuestros recuerdos en común, las muestras de afecto que nos dimos en algún momento, incluso la vida mierdera que padecimos en Cuba (de la que sacamos algunas buenas lecciones). Si no fuera por todo eso no creo que yo hubiera soñado anoche lo que soñé, ni me hubiera despertado hoy con la decisión de escribirte.

El capítulo ha sido lamentable, y espero que el tiempo ayude a borrarlo.

Recibe el afecto de tu amigo,

Carlos

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