LA HABANA, Cuba. – De muy mal talante, como era de esperar, los cubanos han reaccionado a la reducción del gramaje del pan normado, una medida gubernamental que busca evitar afectaciones a la población, es decir: repartir la miseria lo más equitativamente posible. Después de un período de precaria estabilidad, vuelve a agravarse la escasez de harina y azúcar, haciéndose sentir incluso en las mipymes, que no han demorado en subir los precios tanto del pan elaborado como del dulce. Este último ha escalado desde 550 a 800 pesos el kilogramo, mientras que el pan, cuya calidad estaba siendo cuestionable también en el sector privado, ha aumentado su precio entre 50 y 100 pesos, dependiendo de la zona.
La novedad de recibir un pan más pequeño es apenas otro clavo en el ataúd de un pueblo que lleva años haciendo de tripas corazón para comerse ese mismo pan en su tamaño regular (80 gramos). Grande o chico, la elaboración es pésima y la gente tiene que tragárselo a empujones y con prisa, para evitar la “degustación” que invariablemente deja un sabor ácido en el paladar.
Esa ha sido la opción de quienes no disponen de recursos para comprar un pan de mejor calidad, principalmente los ancianos, jubilados, pensionados y madres de pocos ingresos. Para ellos las colas, el maltrato y el disgusto de lidiar con un producto que podría calificarse como no apto para el consumo humano.
“Ni tostado se puede comer. Yo porque no me queda más remedio, pero esto no es de Dios; la gente estaba hablando pestes del Gobierno en la panadería”, se quejaba una señora bastante mayor en la calle Neptuno, municipio de Centro Habana.
Desde otros puntos de la capital también ha llegado información sobre incidentes en las panaderías, pues no se trata solo de la disminución del gramaje. También ha variado el costo, de un peso que costaba antes a 75 centavos mientras se mantenga la previsión. Sin embargo, desde la implementación de la Tarea Ordenamiento y el descontrolado incremento de todos los precios, los cubanos no emplean pesetas ni centavos en sus transacciones diarias. No hay vuelto para quienes acuden a comprar el pan normado, de manera que siguen pagando lo mismo por una bolita de harina ácida, más pequeña que la anterior.
“Ya que venga el presidente del Comité a repartir hostias, si total (…). Que vaya casa por casa: ‘A ver, cubano, abre la boca que esto es lo que hay’”, ironiza con amargura una vecina, que no se explica cómo los cubanos protestaron de forma tan vehemente por la presunta prohibición del Paquete Semanal, pero no son capaces de armar el escándalo merecido ante este nuevo estrechamiento del cerco del hambre, que condena a los desfavorecidos habituales a una existencia aún más terrible.
La ira popular se derrama sobre los panaderos, que ahora tienen menos de dónde sacar para sus propios fines y andan con el ánimo tan rancio como el pan que venden, cortísimos de educación y de paciencia, vertiendo sus frustraciones sobre gente que acude a las panaderías por pura necesidad. Solo el hambre puede obligar a un ser humano a masticar ese amasijo espantoso que han tratado de elaborar con dizque sustitutos de la harina de trigo (harina de boniato, yuca o calabaza), logrando un resultado cada vez peor.
No anda desencaminada la vecina que clama por hostias comestibles, pues de la otra clase ya vamos sobrados. La hostia o “pan de la aflicción” ―nunca mejor dicho― es lo que nos toca en este calvario interminable. Da igual 60 u 80 gramos, es la expresión de un colapso que está sepultando vivos a los cubanos. Por más que los voceros estatales aseguren que se trata de algo temporal, no es la primera vez que el Gobierno recurre a tales contracciones.
En diciembre de 2023 se disminuyó el gramaje del pan normado en Sancti Spíritus debido, supuestamente, al encarecimiento del trigo a nivel mundial, una justificación que fue desmentida por el economista Pedro Monreal. Para acompañar la mala noticia no faltaron odas a la equidad socialista, culpas al “bloqueo estadounidense”, ni promesas de que la situación iba a mejorar. Pero desde la fecha hasta el presente no ha dejado de ser un problema tanto la elaboración del pan como su distribución, una prueba más de que el pueblo cubano vive al día, resistiendo no porque así se lo exijan consignas ni etiquetas, sino para ahuyentar a la muerte.
A pocos días de iniciado el curso escolar sin maestros, electricidad ni base material de estudio, falta también el componente básico de la merienda de los estudiantes y de miles de cubanos que solo cuentan con esa infame bolita de pan ―remojada con refresquito Zuko― para salir a luchar cada mañana.