LA HABANA.- La entrevista del cantautor made in MININT, Israel Rojas, con el medio La Joven Cuba, ha causado casi tanta polémica como sus declaraciones en el marco de las protestas del 11 de julio de 2021, cuando se quitó la máscara y reafirmó su posición del lado de los palos, a una cuadra de donde los paramilitares del ICRT lanzaban a un grupo de jóvenes pacíficos a un camión que los conduciría a sus respectivos interrogatorios con la Seguridad del Estado. Han pasado cuatro años y de Buena Fe la gente recuerda, por encima de cualquier disco, canción o videoclip, el rostro del agente Rojas ante las cámaras de la televisión ofreciendo su apoyo a Miguel Díaz-Canel, que acababa de dar la orden de combate; o sea, de reprimir por todos los medios a los miles de ciudadanos que salieron a las calles, en plena pandemia, clamando libertad, alimentos y medicinas.
Mientras la dictadura llenaba las cárceles de presos políticos y acusaba a los manifestantes de ser pagados por el imperialismo, Israel se defendió de las críticas tildando de anormales a sus seguidores porque, según él, ninguno había entendido el mensaje de sus canciones. Y es que el agente Rojas nunca aclaró que sus letras de inconformidad y rebeldía no eran aplicables a un cambio de sistema en Cuba. Sus canciones no apuntaban a las circunstancias nacionales, sino a las de cualquier otro país, por ejemplo, Noruega, con sus calles repletas de baches, donde la culpa de que aquello ande manga por hombro no la tiene nadie, y cuyos dirigentes están muy pendientes de lo que ocurre en patio ajeno, pero jamás se preocupan por lo que sucede bajo sus propias narices.
Si alguien creyó que “Catalejo”, “El duende del bache”, “La culpa”, o “La Zanja” se referían a Cuba, entendieron mal, por tanto, son anormales. Lo dijo tal cual, y sus palabras viajaron, en línea recta, hasta el amor propio de su público. De la noche a la mañana Buena Fe se quedó solo. El régimen, en su infinita generosidad, se encargó de que buena parte de sus antiguos seguidores emigrara, poniendo tierra, mar y memoria de por medio. Los que se quedaron dentro de Cuba dejaron de escuchar su música e ir a sus conciertos. Lo cancelaron, como el mismo Israel admitió, con cara de autocompasión, ante la periodista Mariana Camejo, que lanzó las preguntas adecuadas para permitirle hacerse el contrito, atrevido a ratos, pero sin reconocer quiénes son los verdaderos responsables por la ruina de este país.
Apegado al bien aprendido libreto, volvió a culpar a Estados Unidos y a minimizar los errores del régimen cubano, cuyo saldo en finanzas solo conocen los que medran en lo más alto del poder. Con ellos el agente Rojas no se mete, porque de esas cumbres descienden sus privilegios y los de Joel, que ha sido la segunda voz hasta para callar. Israel sigue siendo el mismo canalla, pero ahora está escachao. Los intentos de conquistar público en Centroamérica no fructificaron. A fin de cuentas, y mal que pese a los que siguen llorando la traición del guantanamero, la obra de Buena Fe es mediocre, como toda pseudopoesía.
Tuvieron la suerte de aparecer, a inicios de los 2000, en un panorama musical en vías de reguetonización, dominado por Candyman y Pesadilla. Y si bien en el país de los ciegos, el tuerto es rey, Buena Fe era un tuerto con glaucoma, cuya escasa visión periférica colapsó definitivamente bajo el peso de la popularidad. Eligieron mirar hacia arriba y no hacia los lados, de modo que el estallido de julio de 2021 los sorprendió con su único ojo puesto en las prebendas y no en lo mucho que padecía el pueblo cubano, que antes de la pandemia dormía en las afueras del teatro Karl Marx por tal de comprar entradas para sus conciertos.
Ahora, cuando no cabe en ningún lado, Israel lloriquea. La estrategia de desaparecer por un tiempo de los escenarios cubanos para que la gente refrescara y olvidara sus declaraciones, no resultó. En la entrevista con La Joven Cuba habló de amnistía para los presos políticos, omitiendo el hecho de que jamás debieron ir a prisión. Han pasado cuatro años durante los cuales el cantautor en jefe viajó de acá para allá, tratando de resucitar el cadáver de Buena Fe, viviendo en libertad, comodidad y maniqueísmo. Mientras él ponía distancia del drama nacional, centenares de familias lloraban sin consuelo la ausencia de sus seres queridos, pasaban hambre porque el principal proveedor del hogar fue encerrado por el régimen que él defiende, y se privaban de casi todo para reunir un magro avituallamiento que llevar a prisión el día de la visita.
Hay que tener un hueco en medio del pecho para ahora quejarse por la merecida cancelación, como si su lamento pudiera conmover al pueblo que ha cancelado a Silvio Rodríguez. Si un fundador de la Nueva Trova, que fue la gandinga musical de la Revolución, tiene que soportar el desprecio de millones, ¿qué puede esperar un advenedizo que no es poeta ni revolucionario, ni dueño de nada respetable? Porque el camarada Israel podrá tener muchos bienes materiales, pero la posesión más valiosa de un hombre es su palabra, y para un cantautor su palabra también son sus canciones.
Tras su charla con La Joven Cuba el agente Rojas solo ha conseguido otra avalancha de críticas por parte de un pueblo al que le han quitado todo, pero aún se reserva el derecho de hacer justicia como puede contra quienes han elegido el lado del opresor. Así que ni perdón, ni olvido, Llorona. A cantar en el Comité Central, en el ITM o en el aula de Lis Cuesta.