septiembre 15, 2025

En Cuba está el loco que da al pecho

Los cubanos de la isla estamos sometidos hoy a niveles de estrés muy superiores a los que la psiquis humana puede soportar.
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Destrucción y pobreza en Cuba (Foto: Cubanet)

LA HABANA.- Como sucedió durante el llamado Período Especial, y como ha ocurrido en cada década transcurrida desde que los Castros tomaron el poder, a medida que se agudiza esta nueva crisis también se observa un incremento en la cantidad de personas enajenadas deambulando por las calles de pueblos y ciudades. Montones de adolescentes, adultos jóvenes, personas de mediana edad o ancianos de ambos sexos vagan sin rumbo fijo o echados en el suelo, mostrando problemas mentales o el efecto del alcohol y las drogas.

Ese incremento no es casual. En nuestra contra se han unido varios factores desencadenantes de este estrés. Valga enumerar algunos.

En primer lugar, están los sempiternos e intempestivos apagones y lo que ellos implican. Más allá de la zozobra sobre cuándo vendrá la corriente o cuándo la volverán a quitar, más allá del calor y la incomodidad: si el corte de electricidad ocurre después de haber conseguido comida, llega también la angustia de ver cómo se nos echa a perder. Si además no tenemos gas y no nos toca comprar, no podemos cocinar ni calentar los alimentos. Para los consumidores de gas licuado, el ciclo de compra se ha dilatado a varios meses, y eso cuando hay disponibilidad de combustible.

A propósito de cocinar, no es menos angustiante tener que hacerlo con leña o carbón a falta de gas o electricidad, muchas veces en espacios reducidos, con la consiguiente irritación de ojos y pulmones debido al humo, y no pocos accidentes fatales.

El calor tampoco es despreciable. Con la humedad aumenta el sudor, lo que propicia enfermedades de la piel como hongos, salpullidos y otras. La imposibilidad de ventilarse trae además el inmisericorde ataque de jejenes y mosquitos, que, además de ser molestos, angustian por el temor al dengue, zika, chikungunya, oropouche y otras enfermedades. Esa angustia se potencia ante la perspectiva de no poder conseguir medicamentos necesarios en caso de enfermedad, pues estos no existen en las farmacias estatales y sus precios en el mercado informal no están al alcance de todos, o de no poder llegar al hospital por falta de transporte.

Pero más apremiante aún es la imperiosa necesidad de conseguir los alimentos diarios, tarea casi imposible en un país donde los ciudadanos estamos obligados a jugar al gato y al ratón con los agentes del orden y demás representantes de los órganos represivos.

Como es natural, antes de conseguir los alimentos hay que conseguir dinero, otro tema neurálgico por excelencia en Cubita la Bella. De la falta de dinero no escapa ni quien posee una cuenta bancaria. No pocas veces, pensionados, jubilados y ahorristas en general tienen que regresar a sus casas con las manos vacías, pues, por inverosímil que parezca, en los bancos no hay efectivo.

La falta de fondos no solo afecta la alimentación diaria, sino también otros asuntos igualmente apremiantes, como las reparaciones básicas en la vivienda. Año tras año, las grietas ganan terreno, al igual que las goteras en temporada de lluvia. Con las grietas y las goteras crece también la desazón, que se retroalimenta con la certeza de que si este año no pudimos arreglar la casa, tampoco podremos el próximo, pues el cemento y otros materiales estarán más caros. Como resultado, miles de cubanos viven bajo la angustia constante de que un mal día el techo se les caiga encima.

Por poco dinero que se tenga y por muy mala que esté la casa, nadie está a salvo de robos, allanamientos ni asaltos callejeros. La posibilidad real de ser víctima de la delincuencia hace que salir a la calle se vuelva angustiante, y más aún si tenemos en cuenta que de sufrir una pérdida nadie vendrá en nuestro auxilio, pues los uniformados cubanos no están para proteger al ciudadano decente, sino para salvaguardar al régimen.

Mientras la comida se nos echa a perder, la casa se nos cae encima, los basureros amenazan con devorar nuestras calles y los mosquitos nos consumen vivos, aumenta nuestra angustia por las mentiras cada vez más evidentes que nos hacen tragar los medios oficiales. Periodistas y voceros del régimen describen un panorama idílico diametralmente opuesto a la realidad cotidiana, y esa burla cruel y esas impúdicas mentiras van lacerando nuestro amor propio, nuestra psiquis y nuestra cordura.

También hace mella en nuestro ánimo la imposibilidad de desarrollar un proyecto de vida, salvo emigrar. Para los jóvenes, es evidente que no hay futuro en la tierra que los vio nacer. Para los ancianos, es demoledor reconocer que han desperdiciado su existencia entre el palo y la zanahoria. Para los padres, es angustiante pensar que sus hijos tendrán una vida tan atroz como la que ellos han tenido.

Para colmo de estrés, tampoco podemos desahogarnos. Cada ciudadano tiene claro que, por agobiante que sea su realidad, si protesta en público le puede ir aún peor. En la mayor de las Antillas, el derecho a la protesta y la libertad de expresión se penalizan sin excepción con palizas y varios años de cárcel. La represión funciona a la perfección.

“Yo puedo comer arroz solo con salsita, pero mi cigarrito especial no me puede faltar, porque esto, sobrio, no hay quien se lo empuje”, escuché una vez afirmar a un vecino. Músico y escritor talentoso, uno de tantos que nunca pudo levantar cabeza en nuestro entorno. Falleció hace algunos años, pero cada día, al asomarme a la calle, recuerdo más sus palabras.

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Gladys Linares

Cienfuegos, 1942. Maestra normalista. Trabajó como profesora de Geografía en distintas escuelas y como directora de algunas durante 32 años. Ingresó en el Movimiento de Derechos Humanos a fines del año 1990 a través de la organización Frente Femenino Humanitario. Participó activamente en Concilio Cubano y en el Proyecto Varela. Sus crónicas reflejan la vida cotidiana de la población.