MIAMI, Estados Unidos.- Ha transcurrido, de modo virtual, el más reciente encuentro de LASA, la Asociación de Estudios Latinoamericanos, a donde concurren decenas de investigadores. Es la organización más representativa y completa de su índole, fundada en 1966, con más de 12 000 miembros y sede en los Estados Unidos.
Aconteció algo insospechado, sin embargo, en este tipo de cónclaves, supuestamente apolíticos, cuando la arreciada represión castrista encontró respuesta a sus desmanes entre los miembros cubanos de la organización que laboran en el exilio.
La carta pública, suscrita por más de 300 estudiosos, exigía que LASA se pronunciara en contra de la violación de los derechos humanos en el ámbito cultural de la isla.
Recuerdo hace algunos años haber participado en una de las sesiones de la organización, celebrada en la Universidad Internacional de la Florida (FIU), para disertar sobre el cine independiente cubano. Debe haber sido al comienzo de mi exilio en los Estados Unidos, porque una de las participantes, llegada de la isla, me preguntó con cierta extrañeza: “¿Qué hacía yo allí, en dicho foro?”
Creo haberle respondido que estaba en mi ciudad de adopción pero que ella, sin embargo, disfrutaba, durante los días del evento, las bonanzas de la satanizada comunidad enemiga.
LASA siempre ha sufrido, aunque de modo leve, el diferendo que acarrea la presencia de intelectuales cubanos oficialistas, provenientes de una dictadura, junto aquellos libres, que se desempeñan en universidades americanas. Generalmente las discusiones que este dilema esencial provoca suelen resolverse de modo profesional, sin mayores contratiempos.
Existe, no obstante, la voluntad de cubrir con un manto de apoliticismo los cenáculos de LASA, aunque la dictadura discrepe de tal enfoque.
Al igual que la mayoría del resto de los estudiosos y creadores internacionales, afines o indiferentes al régimen castrista, los burócratas de LASA se han cuidado mucho de importunar a las instituciones culturales cubanas que se prestan o comprometen abiertamente con la represión.
Aunque habría que desempolvar archivos, para hacer honor a la verdad científica, tan cara a la institución de marras, no creo que consten muchas declaraciones de protesta de los miembros de LASA por el maltrato que recibieron durante años, no solo los creadores en sí, sino numerosos de sus congéneres, estudiosos e investigadores de gran prestigio, defenestrados de todos los derechos por especular una visión distinta del desarrollo cultural, al ofrecido por el dogma castrista.
Valga la pena agregar un dato que no deja de ser deprimente, los invitados cubanos a LASA siguen siendo rigurosamente autorizados por los órganos de la policía política cubana, que tanto disfrutan esa impunidad y chantaje a la hora de tomar decisiones, sobre todo con respecto a incursiones internacionales.
Para alcanzar tamaño privilegio, considerando que muchos de los encuentros se realizan en los Estados Unidos, país tan afín a los cubanos, los potenciales invitados deben comportarse como representantes de afanes patrióticos, nunca desde un punto de vista libre y personal.
Las incursiones a LASA, como tantos otros viajes al mundo real, de los apabullados cubanos, han sido, por otra parte, una manera de mitigar necesidades personales apremiantes, casi siempre mediante el altruismo financiero de familiares en esta orilla, que han lidiado con los gastos del pariente intelectual necesitado.
Las protestas más sonadas de LASA referente a la participación de las delegaciones procedentes de la isla ocurrían si las visas eran demoradas o denegadas por las autoridades de inmigración americana.
Era entonces cuando hacían acopio de los términos “injusticia”, “embargo”, “politización de un evento cultural”, entre otros, casi en coincidencia con los medios castristas, para afrontar la “injuria” de no poder contar con los cubanos de la isla donde, por cierto, como es hábito, también eran sembrados algunos “segurosos” dados a la cultura vigilada.
Al más reciente reclamo de los estudiosos cubanos provenientes del exilio, gestión que tampoco ha abundado en la historia de la organización, LASA ha respondido con una declaración breve y tramitada que nunca llama la ignominia por su nombre: “El trato que reciben académicos y académicas, intelectuales y artistas en Cuba es motivo de preocupación para un gran número de miembros de la Asociación de Estudios Latinoamericanos. LASA ha mantenido relaciones académicas duraderas con investigadoras e investigadores cubanos, a pesar del bloqueo impuesto por el gobierno de Estados Unidos a Cuba durante décadas. Dichas relaciones no alteran nuestro compromiso compartido con los valores de la libertad de expresión, la libertad académica y el respeto por los derechos humanos en el contexto de la democracia, la soberanía y el Estado de derecho.
“Del mismo modo, LASA deplora la continuación de las sanciones impuestas por Estados Unidos en su intento de derrocar al gobierno de una nación soberana”.
Como consecuencia de esta declaración oficial que elude mencionar la violencia dictatorial, no pocos de los miembros de LASA, comprometidos con denunciar al régimen, han presentado su renuncia a la organización.
La dictadura castrista, por su parte, convocó a comisarios y escribanos para dejar constancia, en amplio y aburrido dossier aparecido en el sitio de la cultura oficial, que la maniobra de LASA “solo pretende sumarse a las campañas de descrédito e injerencia del gobierno de Estados Unidos contra Cuba”. “La nación cubana, -escribe este miembro castrista de LASA-, apostó por sus hombres de ciencia y de pensamiento formados por la Revolución e inspirado por el ideario del más destacado de sus científicos: Fidel Castro Ruz”.
Al cierre de esta columna, ningún miembro de LASA, con residencia en la isla, había sido orientado que renunciara a la organización por las ofensas contenidas en la mencionada declaración, instigada por la “extrema derecha anticubana”.
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