Eusebio Leal: honor y gloria, a pesar de todo

Eusebio Leal: honor y gloria, a pesar de todo

Otra clase de orfandad se cierne hoy sobre la ciudad vieja, que queda definitivamente a merced de la insensibilidad y codicia de la casta verde olivo

Cuba
Reyes de España con Eusebio Leal. Foto AP

LA HABANA, Cuba.- Cuando leí la noticia de la muerte de Eusebio Leal el pasado 31 de julio, sentí una profunda conmoción. Personalmente lo había enterrado en noviembre de 2019 cuando a raíz de la visita de los reyes de España dijo una frase que me llenó de vergüenza: “España no debe perder a Cuba por segunda vez”. El sentido de esas palabras en boca de quien solía dejar una estela de profundas y gratas reflexiones sobre la patria, la cultura y la identidad nacional me pareció un oprobio, muy próximo a la traición. Con aquella frase terrible, pronunciada en un contexto de hipocresía y mendicidad sin límites, Leal disparó a niveles estratosféricos mi desilusión de Cuba.

El día de su muerte, sin embargo, mientras la noticia era replicada por todos los medios de prensa, mi resentimiento dio paso a una abrumadora tristeza que hizo desaparecer el agravio, y de algún modo me convencí de que aquellas palabras habían sido producto del desvarío de un hombre enfermo. Pensé en la Habana Vieja donde crecí y he vivido la mayor parte de mi vida, y recordé que casi toda la belleza que le he conocido se debe al incansable trabajo de Eusebio Leal por rescatar el patrimonio histórico de la nación.

Entre los empalagosos tributos televisados y los ataques de sus detractores, recordé al historiador caminando por la calle Mercaderes, diligente siempre, saludando a los escolares; tratando a las personas con cortesía y amabilidad; con el ojo atento a la belleza y el cuidado de los espacios públicos, y a lo mucho que faltaba por hacer. Otras veces andaba pensativo, sin cuidarse del suelo irregular, como si realmente hubiera vivido en La Habana de otros siglos, habitándola en otros cuerpos que conocieron el camino antes que él.

Lo recordé visitando las escuelas de oficio que sacaron a tantos adolescentes de las calles para convertirlos en restauradores del patrimonio nacional. Lo recordé hablando con inigualable elocuencia sobre José Martí, las guerras de liberación nacional, o las raíces republicanas de nuestra independencia, cercenadas por el golpe de estado de Fulgencio Batista en 1952, y arrasadas por la dictadura de Fidel Castro a partir de 1959. Consideré que las clases de arquitectura colonial que recibí a lo largo de mi carrera fueron especialmente fascinantes porque encontré plazas, fortalezas, conventos y palacetes restaurados en su mayoría y a disposición del público, gracias al trabajo de la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC).

No he querido detenerme en sus imperfecciones. Sé que firmó una carta infamante. También sé que se doblegó ante el tirano, como todos los que han ocupado alguna posición de poder en este sistema que ha sido, desde su surgimiento, una trituradora de principios. En favor de Eusebio Leal puede decirse, al menos, que transformó la fisonomía de la antigua Villa de San Cristóbal, una labor titánica que a algunos parece insignificante ante la destrucción que devora los barrios aledaños y el resto de la urbe.

Maltrecha como luce, la Habana Vieja estaría mucho peor de no haber sido por él. La rehabilitación del Centro Histórico no fue solo un plan para atraer turistas; también tuvo un enorme impacto en la vida social y cultural de sus habitantes. Muchas de las iniciativas promovidas por la Oficina del Historiador contemplaron el acceso a espacios y opciones acordes al poder adquisitivo de los nacionales; bondades que se mantuvieron hasta que en 2015 se produjo la invasión de los militares.

En la hora de su muerte, Eusebio Leal ha sido alabado y vituperado con idéntica pasión. Cierto presentador de la televisión cubana le dedicó un amelcochado panegírico durante el cual no dejó de recalcar cuán revolucionario era, insistiendo mucho en la idea como si tratara de convencer a la teleaudiencia de algo que pudo ser verdad a medias. Tal vez Leal sí sentía devoción por Fidel Castro. Tal vez se fingió devoto para proteger su sueño de un megalómano todopoderoso, y de la caterva de rufianes que lo rodeaba.

Así como algunos lo acusan de oportunista, otros aseguran que soportó incontables vejaciones para que el proyecto de recuperación del Patrimonio no se malograra. Nada de eso importa ya. Algo genuino había en Leal que hizo que el pasado fin de semana muchas personas acudieran espontáneamente al Palacio de los Capitanes Generales a despedirlo con flores y dejar su pésame en el libro de condolencias. No hubo necesidad de movilizar a nadie. Gente común hizo fila en la calle de madera para ofrecer sus respetos a quien tanto hizo en un país cuyos altos dirigentes han vivido del recuento cada vez más adulterado de gestas pasadas, y vegetan a la cabeza de ministerios que les son ajenos.

Otra clase de orfandad se cierne hoy sobre la ciudad vieja, que queda definitivamente a merced de la insensibilidad y codicia de la casta verde olivo. Al menos en lo que a Eusebio Leal concierne, mi gratitud de habanera e historiadora del arte se impone sobre cualquier consideración de carácter político. En paz descanse y que su obra perdure, con honra, bajo la protección de cada cubano que lo sobrevive.

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Acerca del Autor

Ana León

Ana León

Anay Remón García. La Habana, 1983. Graduada de Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Durante cuatro años fue profesora en la Facultad de Artes y Letras. Trabajó como gestora cultural en dos ediciones consecutivas del Premio Casa Víctor Hugo de la Oficina del Historiador de La Habana. Ha publicado ensayos en las revistas especializadas Temas, Clave y Arte Cubano. Desde 2015 escribe para Cubanet bajo el pseudónimo de Ana Léon.

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