MIAMI, Estados Unidos. – Durante su incursión en la sede de las Naciones Unidas, sin mayores repercusiones mediáticas, a no ser la protesta puntual de los exiliados cubanos, el dictador Miguel Díaz-Canel se reunió con cómplices de variada índole, quienes suelen sostener intereses espurios en la agónica Isla de Cuba.
Afortunadamente, al único actor que Díaz-Canel logró implicar en el convite fue a Danny Glover, a quien considera “amigo apasionado” de la Revolución, simpatía que el artista suscribió abiertamente cuando velaba por los cinco espías de la Red Avispa que cumplían condenas en cárceles de Estados Unidos.
Glover, a todas luces, prefiere desconocer que hay artistas negros como él, incluso premiados por organizaciones internacionales, que cumplen largas y aciagas condenas en las ergástulas de sus amigos.
Glover parece no saber que en la cúpula del régimen solamente han figurado dos hombres negros, uno bajado de la Sierra Maestra, anfitrión de los mandatarios africanos que históricamente visitaban la Isla, así como compositor de canciones populares en sus ratos de ocio.
Y otro que fue escalando en la burocracia partidista, desde las provincias a la capital y no se caracteriza por su verbo, sino por las tropelías que tales dislates provocan en la maltrecha sociedad.
Danny Glover, quien es un activista de los derechos civiles en su país, sobre todo de la población negra, no puede concebir que la dictadura sea racista.
Cuando Spike Lee visitó La Habana nos dejó saber a los periodistas durante una conferencia de prensa que tan pronto deambuló por la ciudad pudo darse cuenta de que el racismo seguía siendo una tarea pendiente de la sociedad cubana.
Fidel Castro no entendía que entre los combatientes de la Brigada 2506 hubiera negros y así se lo hizo saber personalmente a uno atrapado en la contienda. A su voluntarioso entender, el racismo había terminado en enero del año 1959 y los beneficiados debían respetar tal circunstancia histórica.
En el año 2008, el director de cine Eric Corvalán dio a conocer su documental Raza, sobre la persistencia y agravamiento del racismo en Cuba.
De hecho, el cine producido por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), con pocas excepciones, tiene a la población blanca en un rango protagónico.
Por muchos años, Sergio Giral, Sara Gómez y Nicolás Guillén Landrián fueron tres distinguidos directores negros preocupados, específicamente, por la contribución histórica de las personas negras a la cultura nacional. Al final, los tres debieron lidiar con la censura.
En la película española Yuli (2018), el exitoso bailarín cubano Carlos Acosta, quien es negro y proviene de un ambiente marginal, no parece ser aceptado en los predios de Alicia Alonso, el Ballet Nacional de Cuba.
En el documental Raza se entrevista a la maestra de ballet Elizabeth Concepción, quien declara, convencida, que las personas negras no funcionan morfológicamente para la danza clásica porque el trabajo en puntas requiere de un pie flexible, lo cual es difícil de encontrar en esa población, según dice.
La clase intelectual y artística cubana negra no ha tenido mucha suerte con la solidaridad del vecino norteño. Las universidades y otros centros de poder cultural optan por hacer guiños al régimen y organizan presentaciones y giras para escritores confiables como Nancy Morejón, quien se ha transfigurado en una suerte de “poeta nacional” del castrismo.
Si artistas negros de organizaciones opositoras como Omni Zona Franca son pateados por la policía política del régimen, los simpatizantes del régimen en Estados Unidos optan por silenciar tal desagravio. Estos tampoco preguntan por el destino incierto de Luis Manuel Otero Alcántara o Maykel Osorbo.
Danny Glover y el poderoso caucus cultural negro americano han decidido ignorar el maltrato de sus congéneres en Cuba, como un asunto que no les concierne, y prefieren seguir el contubernio de siempre con los victimarios.
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