Crisis de medicamentos en Cuba: racionamiento vs. raciocinio

Crisis de medicamentos en Cuba: racionamiento vs. raciocinio

Nunca se trazó una eficaz estrategia gubernamental para paliar los baches de la frágil industria farmacéutica nacional o para asegurar los llamados “grupos farmacológicos por tarjetas de control”

Farmacia en Cuba (Foto: EFE)

LA HABANA, Cuba. – Apenas ha amanecido la ciudad a otro tórrido día de verano, pero ya se agrupan decenas de personas en el portal de la farmacia de Carlos III, en Centro Habana. El día anterior “descargaron” los medicamentos y como la cantidad y variedad del surtido jamás cubre la demanda, exactamente cada diez días un ansioso conglomerado humano llena durante varias horas el área y sus alrededores.

En los últimos tres a cuatro años la escasez de medicamentos se ha convertido en un tema cada vez más peliagudo en esta potencia médica. El impacto de la crisis es tal que ni la industria farmacéutica ni las empresas importadoras -ambas de monopolio estatal- son capaces de asegurar siquiera aquellos fármacos asignados a los pacientes de enfermedades crónicas y que se adquieren a través de la Tarjeta de Adquisición de Medicamentos Controlados, popularmente conocida como “el tarjetón”.

“¡Les advierto que solo entró una parte del enalapril, tampoco entraron antihistamínicos ni dipirona ni medformina ni psicofármacos, así que los que vengan buscando eso ya lo saben, ni se molesten en hacer la cola!”, advierte a voces una de las empleadas de la farmacia que ha salido a enfrentar a la multitud como si de un gladiador ante leones se tratara. La respuesta, en efecto, es una especie de rugido colectivo; cunde el descontento.

Instantes después la misma empleada vuelve a salir al atestado portal para informar, con idéntica sutileza, sobre la genial “solución” que van a dar las farmacias a la insuficiencia de medicinas: “¡Cállense y atiendan para acá, para que después no digan que no sabían!”. A renglón seguido anuncia que solo se venderá por cada tarjetón la mitad de la dosis indicada por el correspondiente médico especialista. Y remata con una advertencia absolutamente irracional: “¡Así que ahorren!”.

La idea, supuestamente altruista, es que con este racionamiento de lo ya racionado un mayor número de pacientes tenga la posibilidad de adquirir una parte de la medicina que requiere el tratamiento de su enfermedad. La mala noticia es que en la práctica -y por la gracia de autoridad de los administradores de la miseria- lo que se logra con esto es multiplicar la cantidad de personas que no pueden cumplir debidamente lo indicado por un facultativo capacitado para ello, y en consecuencia se multiplican los riesgos de complicaciones de salud que se deriven, que en numerosos casos incluyen eventos de suma gravedad como infartos cerebrales o cardiovasculares, hipercolesterolemia, hiperglicemia, problemas renales, por solo mencionar algunos.

Así, la alternativa a la escasez ignora un principio tan básico que se puede enunciar simple y matemáticamente: consumir la mitad de la dosis equivale al doble del riesgo para los pacientes. Porque sucede que no existen los mediohipertensos, mediocardiópatas o mediodiabéticos. Los quebrantos de salud no se pueden amoldar a la pobretería del mercado de medicamentos.

Si no fuera por las muy cacareadas bondades de una revolución que no deja desamparado a nadie, podría pensarse que estamos asistiendo a un escenario de neomalthusianismo, donde el exceso de población sumado a la creciente escasez de recursos impone una inevitable selección socio demográfica: los más débiles, los viejos, los de menores ingresos y los enfermos serán los sectores diezmados y solo sobrevivirán sin mayores daños los más solventes, fuertes, jóvenes y saludables, aunque esa no sea -o no necesariamente- una política de Estado.

Resulta obvio que, a despecho del acelerado envejecimiento de la población en Cuba y con ello el aumento de pacientes crónicos con enfermedades relacionadas a edades avanzadas, nunca se trazó una eficaz estrategia gubernamental para paliar los baches de la frágil industria farmacéutica nacional o para asegurar los llamados “grupos farmacológicos por tarjetas de control”.

Echando atrás el almanaque y apelando al extenso historial de carencias en la Isla, son numerosos los fármacos que desaparecieron de los anaqueles desde los años 90’ para no regresar jamás. Incluso aquellos que antaño se podían adquirir libremente, comenzaron a prescribirse por receta médica, situación que permanece hasta la actualidad. Nunca el surtido de las farmacias ha vuelto a acercarse al que existía hasta 1989, a pesar de las frecuentes promesas oficiales de mejoría o recuperación de la industria.

Por demás, la crisis ha llegado a ser tan grave que eventualmente la prensa oficial se ha visto obligada a tocar el tema. Así, por ejemplo, el 3 de febrero de 2018 en la página digital del Granma apareció el artículo En el mostrador de la farmacia, (de la autoría de Julio Martínez Molina) donde se informaba que en 2017 se habían reportado decenas de medicamentos faltantes en todo el país a lo largo de todo el año y se reconocía la persistencia de “ausencias en grupos farmacológicos de alta demanda”, entre los que se contaban los hipotensores, antidepresivos, antiulcerosos y muchos más.

La empresa BioCubaFarma informó que la inestabilidad en las entregas de medicamentos se debía a “la falta de financiamiento oportuna para pagar a los proveedores de materias primas, materiales de envases e insumos”. No faltó el socorrido “bloqueo” entre las causas del bache, que forzaba a “utilizar terceros países para adquirir equipos, piezas de repuesto de fabricación americana, reactivos químicos, etc.”.

Otros datos apuntaban cifras interesantes: de los 801 medicamentos que conforman “el cuadro básico” de la demanda en Cuba, BioCubaFarma era responsable del 63%. En total, 505 medicamentos se producían por la Industria Farmacéutica Nacional y 286 eran importados por el MINSAP; en tanto de los 370 renglones que se distribuían a la red de farmacias, 301 eran de producción nacional y 69 importados.

Pese a todo, explicaron autoridades de la industria farmacéutica, la crítica situación “cambiaría paulatinamente” (para una mejoría), hasta la recuperación de la producción y distribución de los medicamentos, la cual debería producirse hacia el primer trimestre de 2019.

Pero los funcionarios de BioCubaFarma sugerían, además, que los galenos llevaban parte de la responsabilidad por no estar suficientemente informados sobre las existencias o no de las medicinas que indicaban a los pacientes. “Si el médico tiene la correcta información de las dificultades de un medicamento determinado debe evitar prescribirlo”.

El problema real, más allá de este colosal simplismo, era, y sigue siendo, el desabastecimiento casi absoluto de grupos completos, incluyendo antibióticos para combatir infecciones o analgésicos para aliviar dolores y que ha hecho que muchos médicos -a riesgo de ser sancionados- recomienden en sus consultas a sus pacientes la gestión de sus propias medicinas a través de familiares o amigos emigrados.

En 2018, durante una intervención ante la Asamblea Nacional, el entonces ministro de Salud Pública, Roberto Morales Ojeda, llamó a “combatir el mal uso de las recetas médicas”, exhortación que condujo automáticamente al racionamiento de los talonarios de recetas de los galenos. En lo sucesivo recibirían un número limitado de éstas a fin de atajar los malos manejos entre médicos corruptos y contrabandistas de medicamentos, un negocio que se venía verificando desde años atrás y que crecía en proporción directa con la disminución de la oferta en las redes legales.

Era ésta la ramplona estrategia oficial concebida para erradicar el ancho y profundo agujero de ilegalidades por el que se escurrían las medicinas en las redes de farmacias, agravando las carencias y alimentando el mercado informal. Simultáneamente se puso límite también a la cantidad de medicamentos que se podrían indicar en cada receta, lo cual -¡oh, paradoja!- obligada a emitir un mayor número de recetas a un mismo paciente.

El resultado de tanto despropósito no se hizo esperar: el contrabando de medicinas diversificó sus estrategias, pero sobrevivió, mientras la insensata racionalización de talonarios de recetas tuvo un efecto nulo, cuando no contraproducente, en el control de medicamentos.

Entretanto, más de dos años después de las triunfales promesas de BioCubaFarma y lejos de remontarse, la escasez de medicinas en Cuba se ha profundizado y apunta a agravarse más aún. Porque, al final del día no se trata de una crisis de los fármacos sino de un sistema cuya enfermedad no tiene cura.

Apenas al mediodía ya en la farmacia de Carlos III se han agotado los medicamentos. La cola se dispersa entre murmullos, quejas y rostros de resignación. Cae el telón sobre una escena que se repetirá idéntica, exactamente dentro de diez días.

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Acerca del Autor

Miriam Celaya

Miriam Celaya

Miriam Celaya (La Habana, Cuba 9 de octubre de 1959). Graduada de Historia del Arte, trabajó durante casi dos décadas en el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias de Cuba. Además, ha sido profesora de literatura y español. Miriam Celaya, seudónimo: Eva, es una habanera de la Isla, perteneciente a una generación que ha vivido debatiéndose entre la desilusión y la esperanza y cuyos miembros alcanzaron la mayoría de edad en el controvertido año 1980. Ha publicado colaboraciones en el espacio Encuentro en la Red, para el cual creó el seudónimo. En julio de 2008, Eva asumió públicamente su verdadera identidad. Es autora del Blog Sin Evasión

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