Ariel Ruiz Urquiola: héroe primero; luego traidor

Ariel Ruiz Urquiola: héroe primero; luego traidor

El Granma decidió destacar al “traidor”, aunque antes lo mirara como a un “héroe”. El Granma es, sin dudas, violento y cizañero, es un oprobio

Ariel Ruiz Urquiola, Cuba, Granma
Ariel Ruiz Urquiola (Foto: BBC)

LA HABANA, Cuba. – Ariel…; siempre que escuchaba ese nombre en mi infancia me venía a la mente la imagen de un amigo. Algo más tarde, y en los libros, encontré otros Ariel, primero en “La tempestad” de Shakespeare, y luego al del uruguayo Rodó, que a su vez “salía” de Shakespeare. Así que Ariel era para mí un amigo de la infancia y un personaje shakesperiano que luego resultaría útil a Rodó. Un tiempo después supe de Ariel Ruiz Urquiola; la primera vez que vi su cara y escuché su voz fue de la mano de Antonio Rodiles, quien lo había entrevistado y me regaló una “memoria” en la que estaba guardada la conversación.

Confieso que me sedujo el tono de voz de aquel hombre sentado al que supuse altísimo, y me cautivó también la fluidez de su discurso, y sobre todo el equilibrio. Algo después, o quizá antes, llegaron las noticias de la cárcel y el reclamo de muchos para que lo pusieran en libertad. También guardo recuerdos de aquel día en el que terminó su prisión. Fue una tarde en la que estaba Ángel Santiesteban en mi casa, y lo llamaron para darle la noticia. No imaginé que aquel telefonazo tenía que ver con la excarcelación de Ariel, pero el brillo en los ojos de Ángel me trajo la certeza de que se trataba de algo bueno, y luego lo comprobé; tras el abrazo de Ángel, después de la exaltada alegría con que anunciaba la “libertad” del preso.

Luego volví a saber de él cuando lo violentaron en medio de aquella patraña que armó el CENESEX, con la ayuda de la policía, durante la marcha un 11 de mayo de 2019. Más tarde supe, y por su propia denuncia, que durante su estancia en un hospital pinareño había sido contagiado con el virus del VIH. Ahora, hace solo unos días, volví a mirarlo. Esta vez estaba lejos, en Suiza, ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, donde fue interrumpido una y otra vez por el representante de Cuba y por otros cuatro comediantes que representaban a naciones “amiguitas de Cuba”. Múltiples interrupciones le dedicaron a Ariel, pretendiendo que no se escuchara su voz con fluidez, ni sus denuncias. Yo lo noté ecuánime y preciso, y hasta me pregunté cómo podía conseguirlo.

Y entonces llegó el circo; pleno en fanfarria, en malabares y malabaristas. Y el Granma, y otros espacios noticiosos, dedicaron enseguida algunas atenciones a Ariel, para difamarlo, para repudiarlo, para satanizarlo, lo que sin dudas no resultaba raro, y hasta “era de esperar”.

Sin dudas los comunistas se asustaron, tuvieron que reconocer que se enfrentaban a un escenario diferente y debieron reconocer que las muchas interrupciones no borrarían la presencia de Ariel en Ginebra.  Los comunistas no creyeron prudente que reconociéramos, en estos días de Internet, sus tantas satrapías en boca de una de sus víctimas.

Los comunistas no pudieron soportar que un científico se atreviera a denunciar en Ginebra que había sido contagiado con el virus del VIH. Cuba, la que siempre anda presta a negociar su ejército de médicos, estaba siendo emplazada. Cuba, la que manda médicos a cualquier lugar que les pida ayuda y le ofrezca dinero, estaba siendo acusada de contagiar a uno de sus ciudadanos, a un científico. Y “la cosa” siguió…, sigue aún. Y cada día sabemos más de Ariel, aunque el gobierno se empeñe en propiciar lo contrario.

En estas últimas jornadas nos enteramos, gracias a las redes sociales, que Ariel, el científico, el campesino, el investigador, tuvo en otros tiempos una atención diferente en el diario comunista. Resulta increíble, aunque cierto, suponer a Urquiola en las páginas del Granma; Ariel como centro de un texto escrito por Orfilio Peláez; por aquellos días, Ariel no era puesto en la jaula de leones hambrientos, en esos días Ariel era “sólo” un muchacho apasionado, un joven inquieto y estudioso, y muy interesado en esa zona de la ciencia por la que había decido apostar.

En aquellas jornadas se ocupaba salvando la diversidad. Eran días en los que se enrolaba en expediciones a la Cordillera de Guaniguanico, a la península de Guanahacabibes o a la Ciénaga de Zapata para comprobar cómo las urbanizaciones y la tala de bosques ponían en peligro a algunas especies, y también señalaba el daño de la introducción de especies foráneas que perjudicaban la supervivencia de las nuestras, de las endémicas. En aquellos días ponía Ariel sus dos ojos en raros lagartos de tres ojos, y en la sobre explotación de recursos naturales, en el daño que esta provocaba. Y Ariel fue atendido por la prensa comunista, esa que entonces exaltó su empeño.

Ariel era entonces el “útil a la mano”, el joven estudiante que también comprometía al hogar con sus investigaciones. Él era capaz, incluso, de convivir con sus objetos de estudios. Ariel no dudaba en preparar, en su casa, un espacio para acoger a esos lagartos que estudiaba. Ariel vivió entre lagartos, y hasta podría yo imaginarlo espiando sus andares, hurgando en sus comportamientos. Y quién podría dudar que alguna vez, y mientras dormía, lo despertó uno de esos “bichitos” que cayó del techo, de una pared.

Ante ese joven investigador no pudo quedar callado el Granma, y le dedicó elogios, pero unos años más tarde la prensa oficial le propinó ataques dejando a un lado las “antiguas” bondades de su trabajo, la vocación y la nobleza del investigador. Sin dudas, el joven pinareño no podría ser el mismo de antes, sobre todo después de todos los avatares de ese destino que le decidiera el aparato represor cubano y el gobierno, esas dos instituciones de la vida cubana que exhiben procederes idénticos, aunque debían ser muy diferentes.

Mucho ha llovido desde que Ariel hacía pensar en un cruzado de la ciencia y las investigaciones, desde esos días en los que el ordinario del partido le abría sus puertas y sus páginas a un hombre empeñado en la protección de raras especies. Y hoy Ariel podría ser el raro, el miembro de una especie que ya no abunda, que está en peligro de extinción, en un país donde tantos voltean la cabeza y esperan a que otros griten exigiendo. Hoy Ariel pone en jaque al Granma y al gobierno que lo regenta, incluso en distantes y muy centrales plazas de la vida política del mundo.

Hoy Ariel accede a otros escenarios que nada tienen que ver con el pintoresco paisaje cubano de lagartos. Ya no transcurren esos días en los que el ordinario del partido comunista le abrió sus puertas al investigador impenitente. Por aquellos días, el periódico de los comunistas lo creía un “cruzado”, lo suponían un héroe ocupado en la salvaguarda de raras especies, lo miraban como se mira a un héroe que hacía cruzada por Cuba y por su ciencia, por la “revolución científica y social”, pero Ariel dejó de ser para ellos un cruzado.

Y dejaron a un lado esos requiebros que le dedicaran antes. El hombre que estuvo en Ginebra, y antes en la cárcel, no era para ellos el mismo que andaba indagando en la fauna de Guanahacabibes. El científico antes exaltado fue sepultado luego, y entonces mostraron al “gusano”, sin que reconocieran que ese que anda buscando la justicia es el mismo que antes se entregó al estudio de ciertas especies endémica cubanas. El Granma decidió destacar al “traidor”, aunque antes lo mirara como a un “héroe”. El Granma es, sin dudas, violento y cizañero, es un oprobio.

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Acerca del Autor

Jorge Ángel Pérez

Jorge Ángel Pérez

(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas

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