Dos historias de sexo pagado en Cuba, una convencional y otra extraordinaria


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Ilustraciones: Polari

―¿Qué busca, amigo? ¿Buena comida, fiesta, chicas, chicos?

Muchas veces me confunden con un extranjero cuando camino por La Habana. Pálido, distraído, con una cámara fotográfica en la mano y una mochila sobre la espalda. Muchas veces me han ofrecido tabacos de contrabando, mujeres u hombres, con la misma facilidad y con igual fin de consumir. No importa si no soy extranjero. Una cámara en la mano sugiere ―incluso en el peor de los casos, si soy cubano― que hay grandes posibilidades de que tenga dinero.

Después de meses recorriendo las calles de La Habana, las propuestas frecuentes de sexo por dinero se vuelven parte del paisaje, junto con los autos antiguos oxidados y los edificios en derrumbe.

«Peligro». No hay suficiente cinta de precaución para alertar sobre la inminente caída de tantas estructuras. Por eso es mejor mirar hacia arriba, admirar lo que una vez fue más bello y parecer distraído cuando te proponen algo que no te interesa, o parecer interesado, aunque todo esté acordonado por cintas amarillas. Así llegué a estas dos historias.

Alejandro, muchos nombres y un cuerpo

De todos los nombres que le han puesto, prefiere Alejandro. Es difícil imaginar a este hombre poderoso con un nombre suave. Él no podría recordar todos los bautizos que ha tenido, pero sabe quién es y lo que quiere: es Alejandro y vive para su abuela. Cuando ella no esté, se irá del país con su propio dinero.

―No soy quién para juzgar a quien desee vender su cuerpo, pero a mí no me interesa decirle a nadie que estoy enamorado para cobrar más. Cosas que uno aprende con el tiempo. Mi mayor virtud: aprendo rápido y disfruto mucho el sexo. A algunas personas más que a otras, pero todas son disfrutables. Mis clientes fijos saben mis precios, regresan una y otra vez porque confían en mí.

Solo esos clientes, los fijos, alcanzan la categoría de «padrinos» o «madrinas» de Alejandro.

Él se toma en serio lo que hace. Desde que pasó unas semanas en la cárcel por «acoso al turismo», ya no sale tanto a la calle. En Cuba la mente machista no concibe que un hombre se prostituya, pero sí que acose a los turistas, aunque sean ellos los que vengan en busca de hombres como él.

Ahora se cuida más, prefiere usar redes sociales gay o de dating para encontrar clientes. Es su propio jefe, sin intermediarios. Usa aplicaciones como Tinder, Planet Romeo Uncut, Hornet, Scruff y Jack’d.

―Antes casi no salía de Grindr pero, desde que no funciona en Cuba, descubrí Jack’d ―me muestra la aplicación en su teléfono Samsung―. Tiene usuarios norteamericanos en su mayoría, negros y divertidos como yo.

―No soy trasvesti ni me creo afeminado pero, si mis padrinos me prefieren de ese modo, lo asumo fácilmente. De hecho, a una madrina que está de visita por estos días le gusta hacerme trenzas en el pelo. El sexo es un juego de roles y me gusta hacerlo divertido ―dice, mientras controla la forma de su turbante―. Para ella me puse estas extensiones.

Alejandro asegura protegerse siempre, pero está abierto a las fantasías sexuales de sus clientes.

―He aprendido más psicología acostándome con mucha gente, oyendo lo que dicen y lo que quieren, que lo que pude haber aprendido en la Universidad.

De no haberla abandonado en primer año, se habría licenciado en Medicina hace tres o cuatro.

―Puedo imaginarme con bastante exactitud lo que le gusta a un hombre o a una mujer después de conversar un rato, sin hablar necesariamente de sexo.

Alejandro conoció la calle muy rápido.

―Era usual que me fugara por las tardes de la escuela primaria. Me sentía aburrido: siempre me daba la impresión de que las cosas sucedían demasiado lento. En mi casa no tenía televisor. Así que, en vez de quedarme a una clase de Educación Laboral o Musical, me metía en cualquier cine que estuviera abierto, donde al menos podía esperar ver algo interesante de vez en cuando. Siempre fui alto para mi edad. Pasaba como un chico mayor.

Un día entró al cine Chaplin. Ponían un filme rarísimo que no conseguía entender y estaba a punto de irse, cuando el señor sentado justo a su derecha comenzó a tocarle la pierna. Aquel hombre recorría su rodilla muy suavemente con la punta de sus dedos, en movimientos constantes y circulares. Primero pensó que se trataba de algo inconsciente. Tal vez él crea que acaricia el borde de la silla, imaginó. Se sentía bien: nunca había notado lo agradable de la experiencia hasta ese entonces.

Pasaron unos diez o quince minutos cuando, casi dormido, notó que los movimientos ya no eran circulares sino horizontales y abarcaban la mayor parte de su muslo derecho, mientras la mano parecía atravesar su pantalón y hundirse en la piel.

Ya no tenía sueño ni estaba aburrido, esperaba algo y no sabía qué. Las manos se extendían hasta el nacimiento del muslo y le rozaban el rabo. Con maestría total, aquel hombre logró desabotonar su pantalón y comenzó a masturbarlo.

―Sin importarle nada, se inclinó y comenzó a mamar. Yo ni siquiera parpadeaba. Tenía el cuello acalambrado porque nunca me había atrevido a voltear. Miraba hacia la pantalla, pero veía caras y luces sin sentido.

A la edad de 12 años nunca se había masturbado durante mucho tiempo. Aquel hombre seguía allí, con la boca abierta y las manos sobre sus muslos.

―Sentí que me iba a orinar. Tuve miedo de mojar el pantalón si me demoraba un poco más, de hacer el ridículo. Me llené de valor, lo empujé y salí disparado. Cuando llegué a mi casa todavía estaba excitado y no podía orinar. Había sudado mucho y decidí bañarme. Usé mis manos y mucha espuma para revivir aquel momento hasta venirme. Así fue mi primera vez en el sexo. Con un desconocido.

Alejandro ya no pudo dejar de ir al cine.

―Nunca coincidí con el mismo hombre barbudo ―recuerda―. Conocí a otros. En ese cine clavé a un hombre por primera vez. Fue él quien me puso cien pesos cubanos en el bolsillo del pantalón sin darme cuenta. Los descubrí cuando llegué a mi casa.

A Alejandro todavía le excita ir al cine. No se pierde los festivales. Y aunque tiene un televisor grande en su cuarto para ver «películas raras», prefiere los lugares públicos y oscuros, donde haya desconocidos.

Víctor, diez cuerpos y más nombres

―Muchas gracias. Qué tierno de tu parte. No tengo la costumbre de subir muchas fotos porque soy una chica tímida, tal vez por eso no he tenido suerte en el amor. Hoy todo el mundo busca solo sexo. Aunque lo disfruto también, a veces quisiera disfrutar de las cosas simples: acostarme abrazada a alguien y acariciarle la cara mientras se duerme, enviarle poemas románticos mientras estamos separados, cocinar algo delicioso para los dos. Tú pareces diferente, creo que disfrutaré conversar contigo ―así responde a un mensaje privado por Messenger la chica alta, morena, de sonrisa expresiva y curvas marcadas, criada solamente por su abuela y estudiante de Medicina, que dice llamarse Laura X.

Al mismo tiempo, terminado este mensaje, Laura X cambia de chat y le contesta a otra persona: «Mmm, k rico. Yo kiero k me la metas, k me la des toda. Pinga, k caliente me tienes. Me toco y me erizo. Quieres k me toque?»

Laura X no padece ningún síndrome de personalidad múltiple. No está trastornada ni especialmente excitada. Es una chica normal, moderna, que disfruta compartir fotos en las redes sociales. Responde o actúa según quién sea su interlocutor, como también hacen Susana, Nicky, Jessica, Yanelis, Gloria, Mary. Nueve amigas que se comentan unas a otras las frases reflexivas, cursis y de autosuperación compartidas con sus clientes, pero nunca se han fotografiado juntas. Tampoco han sido vistas en grupo.

En alguna parte de Cuba existe una chica alta, morena, de sonrisa expresiva y curvas marcadas que no ha sido criada solo por su abuela ni es estudiante de Medicina, y mucho menos se llama Laura X. Solo es un nombre falso en un perfil de Facebook, como el de sus ocho amigas cercanas. Durante al menos tres años han vivido intensamente su sexualidad o han sufrido complicadas situaciones familiares que las pusieron en disposición de enriquecer a Víctor, otro nombre falso que protege la identidad de un peculiar trabajador en la Universidad de Ciencias Informáticas (Uci), a las afueras de La Habana.

Me encuentro con él una tarde cerca del gimnasio de esa universidad. Un amigo en común arregló la cita después de explicarle con lujo de detalles mis intenciones. Parece que acaba de correr o hacer ejercicios de resistencia porque todavía le cuesta recuperar el aliento mientras me saluda. Lleva sudadera gris ajustada, pantalón deportivo negro y zapatillas clásicas, todos Adidas. Al parecer, nuevos. Un Apple Watch en su mano izquierda le confirma que está retrasado para hacer algo.

―Vamos para mi cuarto, ahí te explico mejor y adelanto ―sonríe.

Mientras caminamos hacia su beca y trato de evitar los incómodos silencios, él revisa datos en su reloj inteligente. De pronto se detiene. Todavía mirándolo, inspira profundo varias veces. En la pantalla de su Apple Watch se abre y se cierra una flor azul. La cuadra y media que faltaba para llegar la transitamos en silencio. Víctor es un geek.

Abre con dificultad la puerta de un cuarto muy oscuro. Ropa usada encima de las sillas, libros en el piso. Una antología de poesía erótica abierta boca abajo. Sobre la pared, encima de la cabecera de la cama, carteles de música rock, entre los que distingo Guns N’ Roses y Metallica. Huele picante, a comida frita, a cigarro. Humedad y aire acondicionado.

Despeja dos sillas y las coloca frente a frente, separadas por una mesa larga y estrecha, invita a sentarme. «

―¿Puedo ver tu teléfono? ―pregunta―. Qué bien. Un Xiaomi ¿Puedes apagarlo? Ahora sí, toma todas las notas que quieras.

Víctor lo cuenta todo o casi todo. Nunca se sabe con él.  

―La idea se me ocurrió cuando noté cuántas recargas y envíos por Western Union, de diferentes personas, recibía un socio. Y todo con su perfil real. Ya eso implica mucha exposición para mi gusto, por eso comencé con un par de perfiles falsos, hace como tres años. No inventé el agua tibia, pero sé que hay mucha gente hoy dedicándose a esto. Llegué a tener hasta veintiuno, entre mujeres y hombres. Hoy solo conservo dieciséis ―me cuenta mientras abre algunas persianas y yo respiro mejor―. Uno empieza haciendo las cosas por intuición, en plan desorganizado y pasando mucho trabajo. Y para hacer esto realmente sostenible la buena organización es ‘vi-tal’.

Víctor se seca el sudor de las manos en el pantalón, agarra un envase grande de Whey Protein. Se prepara un vaso de proteína de suero lácteo.

―¿Quieres pasitas? ―me alcanza un paquete mediano sellado, Sun-Maid, marca registrada de California, Estados Unidos.

Le agradezco: hace mucho no se encuentran pasas de ningún tipo, de ninguna marca.

―Son lo mejor cuando haces ejercicios ―traga un sorbo de batido.

Arrima otra silla y me muestra en su Mac Book Air un compendio de FileMaker, un software similar a Microsoft Acces. Organizados por nombres de mujeres y hombres, según los perfiles falsos, aparecen varios datos de cada uno: relaciones familiares, profesión, preferencias. Adjetivos que los describen emocionalmente.

―Si vas a simular ser alguien, debes ser coherente. A veces no recuerdo la familia que le puse a un personaje o si dije que le gustaba el helado de fresa. Para eso me apoyo en la base de datos. Aquí también tengo la información sobre los tipos de transferencias que hacen los clientes a los personajes. Así llevo el estado de mis ganancias. Sé cuándo es tiempo de pedir algo, quiénes son más rentables, para atenderlos mejor o variar la actitud de los personajes.

Víctor pasa tan rápido el scroll que apenas alcanzo a distinguir fotos, gráficos de curvas, barras y números. El final de la tabla lo sorprende y logro atisbar la última línea: un envío de 300 CUC.

―La personalidad que demuestren es vital. En algunos casos hasta tengo frases o muletillas que solo uso con determinados personajes, o en puntuales situaciones, para andar rápido. La forma de escribir determina: no debería escribir igual una modelo que una estudiante de Derecho, por ejemplo. Sí tengo una regla de oro: el que dicta la mayor parte del estilo es el cliente. Por mucha cultura que pueda tener un personaje, si a un cliente importante le gusta que se comporte marginal, así lo pongo ―y me muestra uno de los monólogos sexuales que ya tiene creado.

Los personajes de Víctor no piden recargas o transferencias de Western Union. Las sugieren.

―Creo que es un error frecuente de principiantes. Más de la mitad de las ocasiones mis chicas y chicos reciben envíos de alimentos o artículos variados, que puedo consumir o vender. Al final es dinero igual, y no suena tan obvio.

Víctor maneja perfiles con anemia crónica, enfermedad celíaca, síndrome de mala absorción, diabetes. Enfermedades que no impliquen nada desagradable en lo físico. También enfrentan responsabilidades familiares: casi siempre un abuelito o tía mayor que los crió y que ahora ellos mantienen y cuidan.

―Esto me ha costado mucho sacrificio. Fueron muchos meses descargando fotos, creando los personajes, relacionándolos con personas reales para que parecieran auténticas. Por ejemplo, mucha gente normal comenta fotos a mis chicas y chicos, pero nunca los han visto, y solo las otras chicas ficticias refieren haber disfrutado una salida nocturna o un helado juntas, para demostrar que sí se conocen. Que hay alguien que sí ha estado con ellas.

Víctor se conecta desde su laptop porque tenía una cita pactada. Más bien la cita era para Adam, un chico escultural de cabellos rizos, amante del fitness y la poesía. Ubicado el dossier de Adam en la base de datos, Víctor se mete en su piel y comienza a escribir en Messenger, agradeciendo a alguien la recarga al celular y el maletín de mercancía que le enviaron del extranjero.

―Este es uno de mis mejores clientes últimamente. Tiene cerca de setenta años, trabaja en una galería y vive en Canadá. Muy respetuoso. Se preocupa de que Adam tenga dinero en su celular para llamar a su familia en Camagüey y lo anima a mejorar como modelo viviendo en la Habana. Le manda comida por DimeCuba Envíos, maletines de ropa y productos de nutrición para fisiculturistas. Adam le envía de vez en cuando fotos sexys pero muy discretas, porque es tímido. Siempre se ha sentido atraído por la madurez y la experiencia, nunca se ha acostado con un hombre y ansía mucho enamorarse.

Víctor detiene su descripción y me pide un chance. Necesita concentración. Se encorva sobre la laptop como he visto hacen los informáticos cuando programan complejas líneas de código. Escribe rápido, sonríe. Inclina su cabeza a la izquierda mientras lee las respuestas.

Adam, su personaje más rentable del momento, acaba de publicar en Facebook un nuevo estado con selfie y versos del poeta, novelista y cantautor canadiense Leonard Cohen. En la foto están sus sus pies en las nubes con zapatillas Adidas Originals. En el texto, unos versos de Hallelujah: «…Now, maybe theres a God above/ As for me, all I have ever learned from love/ Is how to shoot somebody/ Who outdrew you»… («…Bien, tal vez haya un Dios arriba/ pero todo lo que he aprendido del amor/ fue cómo dispararle a alguien/ que desenfunda más rápido»…).

Y Víctor remata el estado público de su personaje: «Adam se siente amado en La Habana». Intercambia algunos textos más con su cliente y lo despide. Adam no debe llegar tarde a sus clases de inglés.

―En mi experiencia, lo menos rentable es el interés alrededor solo del sexo. Por supuesto, el sexo está implícito, ya sea como deseo, frustración o fetiche. La gente que necesita compañía o al menos ser escuchada, dan las mayores ganancias a mediano y largo plazo. También son los que más trabajo psicológico requieren, pero vale la pena. Al final, si lo analizas bien, ayudo a mucha gente solitaria a mejorar el ánimo, o a desarrollar sus fantasías sexuales. Esos últimos son los que dan para «el diario». Aunque para satisfacerlos a veces necesito asistencia, sobre todo cuando se trata de personajes femeninos.

Es mucho trabajo para Víctor. La «empresa» tiene que ser más grande.  

―Yo empecé con mi novia de aquellos tiempos. Una rubia durísima. Hoy ella sigue colaborando, somos amigos y el dinero le viene bien. Mi novia actual es mulata y me cubre ese sector. Nos compartimos las ganancias y a veces me atienden los perfiles cuando se me acumula mucho trabajo. Pero de las decisiones importantes o los mejores clientes me encargo yo. Obvio, cuando alguien se antoja de una videollamada caliente, ellas se apañan.

Ni Laura X, Susana, Nicky, Jessica, Yanelis, Gloria o Mary han mostrado nunca sus rostros durante una sesión de videochat sexual. Ellas, o las dos chicas que las encarnan, hacen muchas locuras y se divierten, pero dejan claro que no quieren dar la cara porque no saben si las van a grabar.

―La precaución nos ha salvado porque, al menos una vez, me consta que sí grabaron a una. Hace más de un año se me ocurrió buscar algo como «hot girl in Havana» en PornHub.com. Entre los primeros resultados apareció. Ella tiene un lunar que yo puedo reconocer a la legua ―se mofa Víctor―. A veces la gente es tonta y punto. Pero nada más tonto y manipulable que un hombre excitado, gay o hetero. Nadie nota demasiadas diferencias entre las chicas de las fotos y las reales porque están enfocados en eyacular.

La laptop no ha parado de avisar sobre nuevos mensajes, pero uno suena diferente y Víctor se detiene para leerlo. Aprieta sus labios, levanta las cejas. El cliente rentable de Canadá le escribió nuevamente a Adam, la más lucrativa creación de Víctor.

―Es el único que no ha pedido verme el rabo. Ya me había dicho que espera venir pronto a Cuba a conocerme. Bueno, conocer a Adam, pero tengo la impresión que ya tiene fecha. Me parece que Adam va a tener que cumplir años en un par de días y así seguro le envía dinero. Luego con bloquearlo tengo.

Resulta frecuente que un cliente sea útil de tres meses a un año. La fecha de caducidad está determinada por su interés de visitar Cuba, por lo incontrolable o insistente que se vuelva.

Víctor se siente seguro. No hay manera de que lo relacionen a nada. Desde hace mucho no usa ni su número de teléfono, dirección o identificación personal para recibir recargas de saldo o envíos del exterior. Sus personajes siempre dan los números de personas vinculadas a vender recargas. Los envíos de mercancía o transferencias de dinero son dirigidos a abuelos o tíos mayores falsos, ancianos que viven solos a quienes Victor conoció en la calle y ha decidido «ayudar».

―Yo me quedo con el 60 por ciento de todo. Gracias a mí comen algunas de esas personas, sin saber lo que hago. Y al final todo el mundo es feliz.

Víctor me despidió muy amable después del encuentro de apenas media hora. Sabía que tenía trabajo acumulado. Afuera el sol se ocultaba y encontré la brisa de la tarde más liviana y suave que antes. Había rebasado una cuadra cuando vi aproximarse en sentido contrario a una chica rubia. Gafas estilo aviador en la cabeza, camisa mangas largas ajustada, jeans y tenis Converse. A pesar de sus Air Pods, pude distinguir una guitarra eléctrica sonando a todo volumen mientras pasaba fugaz por mi costado. Tal vez era Santana, Jimmy Page o Eddie Van Halen.

Me puse mis audífonos, abrí el paquete de pasitas y dejé que Metallica se encargara del resto del camino: «… I’m your dream, mind astray/ I’m your eyes while you’re away/ I’m your pain while you repay/ You know it’s sad but true…» («…Soy tu sueño, mente descarriada/ Soy tus ojos cuando estás ausente/ Soy tu dolor cuando devuelves un favor/ Sabes que es triste pero cierto»…)

*Estas historias se escribieron en febrero de 2020

Sadiel Mederos Bermúdez

Sadiel Mederos Bermúdez

Periodista

Comments (2)

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    Jakob

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    Al terminar de leerlo, repito la misma sensación que me queda cada que te leo, Carlitos. Una desesperanza enmascarada en el cinismo y la apatía. Gracias por contar estas historias. Gracias por decir lo que nadie quiere escuchar. Gracias.

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    Orelvis

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    Muy interesante valió la pena leer

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