Nació en Pinar del Río en los años 90 pero ha eligido para vivir La Habana y su caos. Es incapaz de llegar a algún lugar sin perderse antes. Rompe con un par de estereotipos de lo que se espera de una persona cubana: nunca ha bebido café y no le gusta la salsa. Es periodista porque no ha sabido, ni querido, ser indiferente a las demás personas. Y porque cree que aún queda demasiado por mostrar. Tiene la romántica idea de quedarse para contar su país.
«Hay muchos demonios en este país», dice el pastor Adrián Pose. En un templo protestante de La Habana, Pose asegura que, gracias al Espírito Santo, él cura a los enfermos, regenera úteros infértiles y expulsa el demonio de la homosexualidad de los cuerpos.
Mónica Peainchau, al centro, con una blusa naranja, marchó el domingo siete de abril contra el maltrato animal. (Foto: Alejandro Trujillo Valdés).
Mónica Peainchau, una francesa de 72 años, se mudó a Cuba en la década de los 90 del pasado siglo. El domingo siete de abril marchó junto a cientos de activistas cubanos para exigir una ley de protección animal en la Isla y el fin del maltrato hacia todas las especies.
Con inexplicable retraso, a pocos días del referéndum de la nueva Constitución de Cuba, se publicó un estudio oficial con evidencias estadísticas del respaldo popular a los derechos de las personas LGBTI+. Mariela Castro admitió conocer la encuesta, pero no explicó por qué fue desechada en el debate parlamentario donde se postergó la aprobación del matrimonio igualitario por el presunto rechazo de la mayoría de los electores.
Un grupo de activistas por los derechos LGBTI+ en Prado y Malecón, el pasado 27 de octubre. (Foto: Cortesía de Jimmy Roque Martínez)
Mientras las iglesias se oponen a la aprobación del matrimonio igualitario en Cuba y el Cenesex mantiene una postura pública discreta, los activistas LGBTI+ ―menos organizados que las instituciones religiosas― promueven campañas en diferentes soportes y medios.