Tumbas de la gloria (Remix)
Yo tenía quince cuando oí por primera vez El amor después del amor, aquel álbum precioso de Fito Páez, de los noventa. Era el año cero, el año 2000.
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Los escritores serios y concienzudos tal vez crean que no se puede andar dando datos irrelevantes en cada libro, pero yo creo que sí, que en esos datos está la chispa, la mejor parte. De cualquier forma, ni una columna es un libro, ni yo soy una escritora concienzuda.
Yo tenía quince cuando oí por primera vez El amor después del amor, aquel álbum precioso de Fito Páez, de los noventa. Era el año cero, el año 2000.
Lo único terrible de todo eso es que leo intercalando un cuento de Enrique Del Risco y uno de Francisco García González. Los intercalo y mi cabeza, de cierto modo, explota.
Lo que me gusta de la escritura es la mitocondria, la depauperación. Una idea contradice a la otra y eso también me gusta. No escribo Miami como algo mejor porque no me interesa nada mejor. La propia cronología de la…
Lo celebro el día 4, a mi hijo, porque un día como el 4 fue la víspera de mi primer embarazo. Perdí ese embarazo y quedé sin fuerza, sin forma, sin energía. Conocí el vacío.
Siempre he dicho que uno es lo que come. Literariamente, visualmente, musicalmente y sobre todo, aunque suene bizarro, sexualmente. Si mal no recuerdo, al principio, comí mal. Luego me eduqué y mejoré el menú. Los principios son así. Se ve…
Casi treinta años después, Miami logró que me convirtiera en mula.
La lluvia de Miami puede ser amarga o dulce y no depende exactamente de la lluvia. Depende del costo del alquiler que estés pagando en ese momento. La lluvia viene de arriba y las promociones vienen de arriba. El cielo lo aguanta todo.
Buscar trabajo en Miami no es un trámite sino un gesto, una confrontación, una fisiología. Se busca trabajo de cuerpo en cuerpo y de boca en boca.
A José Kozer le falta poco para llegar a la suma de trece mil poemas. Escribe todo el tiempo sin costarle ningún esfuerzo.
Hay un Miami dramáticamente desenfocado pero no escrituralmente dramático, y viceversa. Ese Miami al que cualquier exiliado se acostumbra, el de no saber cómo vas a pasar gato por liebre pues no tienes ni gato ni liebre, si acaso un ratoncito de laboratorio, si acaso un gusanito.