La internet y el derecho al olvido

La internet y el derecho al olvido

La negación del derecho al olvido es uno de los traumas más taimados de la internet. Los servidores lo ocultan en lo más accesible de sus bases de datos

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Foto Wired

SAN LUIS, Estados Unidos.- Ya casi no hablamos. En tanto especie, poco a poco estamos perdiendo el habla. No tanto su articulación, la que todavía tardará unos cuantos años en atrofiarse, sino la habilidad de concentrarnos durante esa cosa tan pasada de moda llamada conversación.

A falta de habla, ahora simplemente texteamos, emojis incluidos. En privado o en público, no hay diferencia. Porque en ningún caso estamos presentes. El lenguaje, para placer de los teóricos, por fin ha dejado de ser aquella entidad más o menos asociable con dios. Ya no es bueno ni malo, no condena ni salva. Mucho menos transmite nada que no sea replicarse a sí mismo, por los textos de los textos y hasta el fin de los copy-and-paste.

En el nuevo siglo de la informatización globalizada, el verbo ha extraviado su aura vital, revelándonos en cada ventana de chat su morbilidad de mera materia. Sin máscara y, de paso, también sin cara.

Así, nos la pasamos conectados durante horas y días, sin pronunciar una sola sílaba o sentencia. Escribir es la peor manera de decir. Interactuamos con miles y miles de contemporáneos, pero no decimos nada a nadie en tiempo real y, para colmo, tampoco tendría sentido intentarlo. Comunicarse, de hecho, hoy por hoy constituye una especie de acoso sexual. Y con razón.

Por lo demás, es bastante molesto que alguien nos llame sin habernos texteado antes. La llamada telefónica ha terminado asociada irremisiblemente a los mensajes de spam con voz automatizada. Y al 911, por supuesto, cuando la rabia muda que acumulamos en el alma nos mata o nos conmina a matar.

En fin, que deseamos felicidades y damos el pésame con los dedos, jamás con el corazón. A la par, compartimos peticiones silentes y donamos nuestros más indolentes dólares digitales. Establecemos y rompemos relaciones de años o de una sola cita. En uno y otro caso, a la primera oportunidad, llegamos al éxtasis tecleando ahhh. O disimulando con un xoxoxo. Semiótica emocional de la soledad.

Que hayamos perdido el habla no importa tanto. De hecho, podría ser lo más beneficioso para el ecosistema. A lo largo de la historia, la civilización ha sido básicamente una bulla bárbara. Pero ocurre que la mutación de emplear las manos en lugar de la garganta viene acompañada de una plusvalía perversa: en medio de la amnesia absoluta del tercer milenio, de pronto el olvido es el don de nadie.

Lo que escribas, escrito estará. Y no porque te hagan una capturita de pantalla para denunciarte, como corresponde a las normas comunitarias de cada una de las redes sociales y sus aplicaciones espías. Se trata de otro detalle: la tecla de borrar es la madre de todas las fake news.

En efecto, escribimos en una eternidad instantánea y en la práctica es imposible desescribir nada. Un pujo de ocasión, una carita contraproducente. Acaso un comentario encabronado o una comparación entre héroes y villanos que el consenso considera incomparables. Todo queda, compañeros y compañeras, y todo será usado en tu contra. Todo resucitado únicamente para hundirte a tiempo, con puntualidad de paredón, justo cuando creías que no habías comentado ni comparado al respecto.

Pero sí lo hiciste. Fuiste tú, inexorablemente. Te metiste en tema candente hace una década exacta, por si no lo recuerdas. Y todavía hay mucha gente ofendida por tu agresividad textual.

Además, no fue sólo una vez, por más que hayas cerrado y vuelto a abrir tus perfiles. En tu caso, como en el de todos, se trata de un violento patrón de comportamiento problemático. Tus textos tienden a traicionar al tirano que habita en ti, delatándolo antes de que tú mismo te enteres. Incluso, escribir de izquierda a derecha de algún modo denota tu identidad: esa insensibilidad en el tono y en tus indebidas apropiaciones culturales. En general, acusado sin derecho a dar delete, te has dedicado a invisibilizar a las víctimas y darle voz al abusador. Es decir, el violador eres tú.

La estela de nuestros textos dejados atrás se nos va haciendo insoportable. Son un archivo ensordecedor, cuyo mutismo nos mutila todavía más la imaginación. Por escrito, no hay inocencia ni reconciliación. No hay paraíso que no sea policial. Alguien vendrá siempre a recordarnos que estamos en franca contradicción, que no somos quién para decir lo que dijimos, y que, en consecuencia, hubiera sido preferible no decir nada. ¡Como si nosotros, los texteantes sin lengua, estuviéramos en la posición de alguna vez haber dicho algo!

La negación del derecho al olvido es uno de los traumas más taimados de la internet. Los servidores lo ocultan en lo más accesible de sus bases de datos (allí donde a nadie se le ocurriría buscarlo), porque en la obligación de no olvidar quedaría expuesto enseguida todo su control anti-humanista, su vocación de vigilante con piel de oveja vejada, su fascismo siempre tan fascinado con la joda de la justicia social.

Perder el olvido será mucho peor que la pérdida del habla. Cada ser humano debiera saber olvidar y olvidar bien. Sin olvido no hay humanidad habitable, al menos esto traten de no olvidarlo.

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