Sergio Corrieri, el galán del castrismo

Sergio Corrieri, el galán del castrismo

Lo mismo en la película “El hombre de Maisinicú” que en el serial televisivo “En silencio ha tenido que ser”, Corrieri sirvió al régimen para encarnar a los agentes de infiltración del G-2

Sergio Corrieri, Cuba
Sergio Corrieri en “Memorias del subdesarrollo” (Foto: Internet)

LA HABANA, Cuba. – El rostro femenino del cine cubano posterior a 1959 es Daisy Granados, seguida, a cierta distancia, por Eslinda Núñez y Adela Legrá. El rostro masculino debería ser el de Adolfo Llauradó, pero los comisarios del ICAIC y el Ministerio de Cultura decidieron que fuera Sergio Corrieri. Y no por calidad actoral -ni remotamente Corrieri podía compararse a Llauradó-, sino por intereses políticos.

Corrieri, lo mismo en la película “El hombre de Maisinicú” que en el serial televisivo “En silencio ha tenido que ser”, le sirvió al régimen, ávido de superhéroes, para encarnar a los agentes de infiltración del G-2. Y eso que el hombre, en los papeles que interpretaba, era bastante engolado y poco expresivo.

Tal vez la frialdad de Corrieri, su particular modo de asimilar a Stanislavski, al Actor´s Studio y al neorrealismo italiano, tan caro a Alfredo Guevara y sus cortesanos, fue precisamente lo que más le gustó al comisariado para que representara e hiciera icónico para las masas adoctrinadas a un superhéroe de la agentura.

Corrieri, nacido en 1938, se inició muy joven en el teatro, pero con poco éxito. Tuvo la suerte de ser escogido en 1968 por el director Tomás Gutiérrez Alea para el protagónico de “Memorias del subdesarrollo”, que, junto a Lucía, de Humberto Solás, se convertiría en una de las películas emblemáticas del cine cubano.

En aquel momento, Gutiérrez Alea no disponía de muchas opciones para escoger. Había una crisis de actores. Acusados de participar en orgías y bacanales (las famosas “fiestas de perchero” que decían), las pacatas autoridades, en un acceso de moralina puritana, tenían en la cárcel o castigados en sus casas, de penitencia, a los principales galanes de la TV: Enrique Almirante, Julito Martínez, Frank Negro. Una vez que faltaron los intérpretes de Sandokan, el Zorro, el Corsario Negro y el Capitán Nemo, poco faltó para que tuvieran que escoger a oficiales de las FAR, cuadros de confianza del partido único o disfrazar a la aguerrida Ana Lasalle para que protagonizaran las Aventuras.

Luego de su actuación en “Memorias del subdesarrollo”, donde interpretó a un intelectual burgués agobiado por sus contradicciones, Corrieri creó el grupo teatral Escambray, y en plan monástico, se radicó en el macizo montañoso de ese nombre, en la región central del país.

Al Escambray lo fue a buscar, en 1973, el director Manuel Pérez, para que en la película “El hombre de Maisinicú”, encarnara a Alberto Delgado, muerto por los alzados anticastristas en esa misma región en la primera mitad de los años 60, luego que descubrieran que era un infiltrado del G2.

Fue una película que recordaba las de Mosfilm: solo le faltaba la nieve rusa, los abedules y el proletario y la koljosiana de Vera Mujina.

En 1979 volvería a encarnar a otro súper agente del G2 en el serial televisivo “En silencio ha tenido que ser”. Aquel dramatizado, que tuvo segunda parte y muchas, demasiadas, reposiciones en la programación televisiva, fue su apoteosis como actor en jefe y galán maduro por el que suspiraban las cederistas y federadas.

En los años 80 surgió una nueva hornada de actores (Luis Alberto García, Alberto Pujols, Jorge Villazón, Jorge Perugorría) que  superaban ampliamente a Sergio Corrieri en calidad y que, en algún momento, también les tocó hacer de policías o de chivatos (¿cómo no iba a ser así en un estado policial donde a cada momento aspiran a meterte el policía en el alma?), pero ya no podían hacerle competencia a Corrieri, porque, de tan confiable, por “sus méritos en la esfera ideológica”, se convirtió en apparatchik.

En 1980 lo nombraron jefe del Departamento Cultural del Comité Central del Partido Comunista, posteriormente, vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), y, en 1990, presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), cargo que ocupó hasta su muerte, en el año 2008.

El último rol de Corrieri en la actuación fue en 1986, en la película “Baraguá”, de José Massip. En el papel del polémico Vicente García, se vio deslucido, de segunda o tercera, al lado de la interpretación de Antonio Maceo que hizo Mario Balmaseda.

Tengo un amigo, versado en cine, que se queja de la dicción de los actores cubanos. Según dice, parece que hablan con una papa en la boca. Puede ser, pero no todos. De cualquier modo, al peor de ellos lo prefiero antes que a Corrieri, con su envaramiento, sus poses repetitivas y sus parlamentos que parecen recitados. Incluso bajo la dirección de Gutiérrez Alea en “Memorias del subdesarrollo”.  Pero no me hagan mucho caso. Pueden ser prejuicios míos: no soporto a los apparatchiks, y menos a los segurosos y sus chivatos. Y nadie los encarnó como Sergio Corrieri.

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Acerca del Autor

Luis Cino

Luis Cino

Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956). Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Fue subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.

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