Cuba parece un campo de batalla y nada consigue superar la realidad

Cuba parece un campo de batalla y nada consigue superar la realidad

Es que Cuba da la impresión de ser un “paisaje después de la batalla”, es un país destrozado sin esperanzas de mejoría, un enfermo terminal, y la gente lo sabe

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(Foto: Cubadebate)

LA HABANA, Cuba.- Nunca estuve en una guerra, mis experiencias bélicas no van mucho más allá de algunas páginas de libros y películas; aun así puedo suponer un campo de batalla, y los paisajes desolados que aparecen después de las contiendas. No estuve en una guerra pero puedo intuir el desconcierto que aparece tras la “quietud”, ese instante en el que ya dejaron de escucharse el choque de los metales de las espadas, los disparos; esos minutos en los que, poco a poco, se va asentando la calma. Intuyo ese terreno en el que antes hubo contrincantes, y luego muertes, y breves fuegos que el viento deshace poco a poco y que la historia no puede apresar en toda su magnitud.

Un campo después de la batalla es algo espantosamente serio, es doloroso, y sobre todo muy difícil de relatar, casi imposible. Escribo estas líneas con la angustia, la certeza, de que es muy difícil atrapar en unas líneas de escritura, o en una película, el desastre de las guerras. El “Guernica” de Picasso no basta para entender todo lo terrible de aquella batalla, aunque muchos digan, sin dudas con razón, que la pintura es el mejor testimonio de aquel bombardeo; pero Guernica fue mucho más que un cuadro de Picasso en una pared de museo, Guernica es dolor, y sobre todo muerte, es una guerra y su paisaje.

Ahora mismo estoy recordando al niño que fui, parado en un monumento erigido, en el pueblo donde nació mi madre, a los muertos de Lídice; pero aquel niño que yo era no estuvo jamás en medio de esa masacre, ese niño no captó entonces, y tampoco hoy, la verdadera dimensión de aquella matanza, y aunque aún hoy me sobrecoge esa historia que me hicieron delante del monumento, y que vi luego muchas veces en libros y en imágenes. No consigo captar toda esa verdad tan dolorosa, de todas formas, prefiero imaginar algunas cosas a tener que vivirlas.

Y es que nada consigue superar la realidad, al menos esa realidad que se torna cada vez más angustiosa y que resulta terrible. La realidad puede ser tormentosa, como la nuestra, y más en estos días de pandemia y de miseria grande. La Habana y su gente dan la impresión de estar pereciendo en medio de un campo de batalla. La Habana, el país todo, es una ciudad en la que la gente anda triste y cabizbaja, donde la gente es incapaz de esconder sus angustias, y se queja, y sufre en cada minuto. La Habana, Cuba entera, es como un “paisaje después de una batalla”.

Hasta puedo imaginar a Wajda, aquel del “paisaje después de la batalla”, desandando esta ciudad, observando a nuestra gente cabizbaja, a la gente terriblemente angustiada por lo que vive hoy, por lo que vivirá mañana. Yo que me procuro la comida con trabajo, con muchísimo trabajo, sé lo que piensan y sufren, sufrimos, todos. Conozco a una mujer que no sabe qué hacer para ganar un poco más de dinero y comprar luego comida, para poner algo encima de la mesa que pueda saciar, en algo, el hambre que crece con los días y promete ser peor.

Y es que Cuba da la impresión de ser un “paisaje después de la batalla”. Cuba es un país destrozado y sin esperanzas de mejoría, es un enfermo terminal y la gente lo sabe, y por eso busca alternativas, como una mujer a la que conozco que “trabaja como una mula” , que así llamamos por acá a quienes luchan y trabajan duro, muy duro. Esa mujer que conozco “lava para la calle”, como llamamos en estos tiempos a la lavandera, y limpia y hace mandados, y todo lo que honestamente le ponga algún dinero en su apagado monedero.

Esa mujer que no puede conseguir el dinero que precisa su sobrevida me ha dicho que quiere cortar su pelo largo, cortar toda esa extensión que le cae sobre la espalda, que le llega casi hasta las nalgas. Ya lo hizo dos veces en situaciones semejantes; la primera vez fue para pagar dos o tres fotos que hizo a su hija cuando cumplió los quince años, y luego cuando tuvo que ir a cuidar a su madre enferma que vive en el oriente de la Isla. Ella está dispuesta a poner su cabeza en manos de una peluquera interesada en hacer la compra…, para ponérselo a alguien que lo quiere largo y lacio, como el de ella.

Foto del autor

Ella y la peluquera tienen un propósito idéntico, comprar comida, como también la hija de la mujer del pelo largo, que se angustia cuando mira a su madre cada vez que vende el pelo. Ella no quiere que su madre vuelva a cortar su cabello, no quiere que lo venda. La muchacha trabaja en una “paladar” habanera que tuvo que cerrar con la llegada de la COVID-19 y no tiene cómo ganar dinero, por eso la muchacha quiere poner en venta un vestidito; ya vendió uno que le gustaba mucho, hace dos semanas, para ayudar, pero solo resolvieron unos días.

Y es que en La Habana, en toda Cuba, hay que hacer cosas como estas, y aún peores, para conseguir el dinero que luego se emplea en la compra de comida, y en nada más. Dos años, y quizás algo más, demora el pelo en crecer ese tramo que ella vende, y lo peor es que lo dice con una tranquilidad que “espanta”. Y saca cuentas con una sonrisa que duele. “Veinticinco pesos la cuarta”, me dice, y que ella vende dos, las que “le sobran”…

“Cincuenta CUC”, eso dice ella en medio de una sonrisa que espanta, en medio de una conformidad que duele, como duele todo este país que se conforma, al menos en apariencia, con cualquier cosa, incluso vendiendo el pelo, vendiendo el mejor vestidito, haciendo cualquier cosa pa’ sobrevivir en un triste país que se deshace entre viejos horrores y pandemias, en un país en el que la gente hace malabares y llora por esas pérdidas que suplen las carencias.

Foto del autor

Y lo peor es que esa mujer no piense en que tendrá que esperar dos años para poder vender otra vez el pelo, es que lo suyo es resolver la inmediatez, resolver la escaramuza, y luego la guerra, sin pensar en el paisaje que le dejará esa batalla. Y sé muy bien que estas líneas tampoco servirán de mucho, estas líneas no servirán del todo para entender nuestras angustias, nuestros dolores, como también sucede con las películas que relatan batallas y muertes a montón, pero aquí están, para que el lector suponga el paisaje tras las batallas, como en aquella película de Wajda. Aquí solo apunto una historia de esta ciudad de múltiples combates que se hacen para no perecer, como sucede muchas veces en esas otras batallas, en las de bala y metrallas.

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Acerca del Autor

Jorge Ángel Pérez

Jorge Ángel Pérez

(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas

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