Lo que sigue son breves comentarios sobre unos desconocidos que yo me tropecé, según la manera en que me ha gustado mirarlos o leerlos. En sus obras, encuentro formas y motivos que, o me corresponden o me reflectan, como los espejitos que los colonizadores intercambiaban con los aborígenes. No sé de qué estoy hablando. Ya empezó mañana.

1. la balada de la mujer en la nieve con las cuatro rodillas congeladas

La Habana, 2014. Por hache o por be, mientras vives en Cuba y no sales de Cuba ni tienes Internet ni tienes una ventana ínfima por donde asomarte al mundo, el menú de la poesía se reduce a el mismo potaje para todos. Leemos y comemos lo mismo que el de al lado. Por suerte cada cuerpo digiere diferente.

La poesía cambia cuando pones un pie afuera. Se te abre el alma. Se te dispara la miopía. Lees poemas y nombres propios desconocidos. Se te joroba todo. Se te va enderezando. Algunas torceduras no perecen. Si algo desconocía yo era la literatura venezolana. Poesía venezolana, ni en sueños. Fotografía venezolana, ni en pesadillas.

Escritores y poemas en el mismo espacio que uno. Un espacio fotogénico, literario, peligroso. En la foto de portada, la intemperie fotogénica que podría ser poema, que es poema. Así, los primeros poemas venezolanos que leí, después de salir de Cuba, no estaban hechos de palabras sino de distorsiones.

Lo digo en serio. Desenfoques, borrones, tendones, ropa interior, exilio, música, pena. Recibí por correo postal dos poemas de Natali Herrera Pacheco (ignoro su fecha exacta y su lugar exacto de nacimiento, lo cual tiene sentido). En uno aparecía una flor monocromática a punto de perder los pétalos como un poema melancólico de tierras lejanas y en otro aparecía un busto de cerámica con los senos desnudos como un poema melancólico de tierras lejanas. ¿Wisconsin dónde queda? Ah, venezolana.

Foto: Natali Herrera Pacheco

Lo que me viene a la mente cuando veo las fotos de Natali Herrera (su segundo apellido es mi octavo apellido, el de mi abuela materna que me crió en un corral) es una mujer con falda, arrodillada en la nieve, mirando un horizonte quieto lleno de violencia invisible. Como tiene las rodillas apoyadas, los huesos se le empiezan a cristalizar hasta que le salen dos rodillas más, para que pueda seguir en las mismas. La mujer mira la nieve y piensa: creo que todavía aguantaré un poco más.

Sus retratos y paisajes provienen, por supuesto, de la música. Mejor dicho, sus poemas. Por eso las orejas le sudan, por la esponja de los audífonos de orejeras o por el plástico de los últimos air phones. Se le sale por los ojos aquello que entró por las orejas. Yo le veo el deterioro, a las orejas. Más hermosas que nunca, deterioradas.

Se le sale en forma de puerta roja sobre pared amarilla. Se le sale en forma de tres pares de nalgas sentados sobre sillas giratorias en una cafetería. Se le sale en forma de madera cortada y ropa interior colgada en alambre umbilical. Se le sale en forma de retratos de gente desarraigada, afortunada. Se le sale en forma de tirones de piel, bambula desollada con los  labios, con los dientes y la lengua.

Como ignoro completamente qué sea lo venezolano y muchísimo más ignoroqué sea lo venezolano en la poesía, mido los paisajes de Natali Herrera (no sé si le falta la tilde a Natali en la primera a) con la misma vara que mido los poemas construidos en espacios como sistemas de adaptación: ropa interior que una madre cosió a mano para su hija, ropa interior que la hija trajo al país de la diáspora convirtiéndolo en amuleto.

Para Natali Herrera, los lugares son agenciamientos o fosas comunes de la memoria. Aquellas personas sentadas en sillas giratorias siempre recordarán las tostadas con mantequilla que se comieron o la cerveza fría que se tomaron. Yo también lo recordaré. Yo también me iré a dar vueltas en círculo en cuanto pueda, para marearme y sentarme de lado, con una nalga en la silla y la otra en el aire.

En resumen, busqué Venezuela fuera de Venezuela. Asqueada de Venezuela y la retórica del petróleo, Venezuela y Maduro, Venezuela y Cuba, Venezuela y la muerte, busqué Venezuela en la nieve de Wisconsin, en los cuerpos melancólicos y la piel escamoteada. Roselia Pacheco se llamaba mi abuela y no tiene nada que ver con Venezuela, si acaso la música de la terminación, si acaso el cuerpo abierto, dividido a la mitad por un frío de cáncer.

¿Wisconsin dónde queda? En el culo del perro, hace frío. Ah, perdona, a mí también me molestan las rodillas.

Foto: Natali Herrera Pacheco

2. decálogo del otono en primaveno, un poco antes del varano, y mucho después del invieno

Primero: No voy a Google a nada. No busco información. Pongo su nombre en el buscador y lo borro. El hecho de borrar es también literatura. Trato de meter dedo para sacar fideo, preguntándoles a otros por él. El hecho de meter dedo es también literatura. Nunca antes leí a este hombre, nunca antes oí hablar de él. Un tipo que se da el lujo de escribir así, como un hombre sin tierra, sin casa, sin mujer, como un escritor desarraigado, desposeído, bruto. Un tipo que no viene a su propia presentación fuera de su país precisamente por una inconveniencia. Luis Moreno Villamediana (Maracaibo, 1966) no tiene visa norteamericana.

Segundo: Fíjate que la estación climática, si hay, mucho más estacionaria, más decadente y desesperante de lo que ya es, incluye la palabra NO como una nomenclatura llana, precisa, que nos sitúa en donde único pudiéramos estar: con[g]nosotrosmismos. Se trata de un estado que proviene, a simple vista, de otro término imprescindible: [g]nosis. Luis Moreno Villamediana, porque moreno y mediano, otra vez la palabra NO, sabe muy bien quién es tú. Su clase en el poema no es clase media alta, es clase alta. Su poema, porque poema, es clase.

Tercero: Digo si hubiera porque no hay nada aquí. Porque a la hora de leer el libro y enfrentarme a una construcción poética renovada, limpia, joven, neonata, híbrida, cuántica, luenga, más nada sigue. No se sigue adelante con la vida mientras lees este poema, este y cualquiera de ellos. Se desploma el resto. Sucede algo paralelo al otono, ocurre una cosa que Luis Moreno ha escrito, predeterminándonos. Soy, con él, tan extranjera como él, y más, porque ya antes lo era, y ahora es que lo leo, aceptándolo y comprendiéndolo, de un modo natural y antinatural. La lectura de este libro no es natural, es una violación.

Cuarto: El mar. Ya voy por la mitad del libro y hay unos pájaros en el mar, o un cuerpo, y se hunden o se hunde, da lo mismo, pues lo que importa es el mar. La reconstrucción del mar que al ser nombrado mar, es el mar que leo por primera vez. Eso como ejemplo de cualquier palabra que al azar escojo. Solo para eso, para ejemplificar. Este libro es un ejemplo de lo que un libro sería. Un libro es un precio y un peso, y en cualquiera de los dos casos este libro es un ejemplo. Perdón, no era el mar sino la playa, que tampoco era la playa, sino el río Mississippi, que tampoco era ese río, sino, sorpresa, la lluvia. ¿Y eso qué quiere decir?

Foto: Natali Herrera Pacheco

Quinto: El lenguaje, repito, como hemisferio, país, Estado, edificio, choza, guarida, búnker. El lenguaje como muro de Berlín, tal vez mucho más ridículo, en el siglo XXI. Al lenguaje también hay que tumbarlo. A mandarriazo limpio, se tumba el lenguaje. A lengua de lenguaje, se tumba el lenguaje. Se construye un lenguaje, se tranquiliza. Extranjero huidizo de cualquier pasadizo, al lenguaje se va con las narices. De frente hacia el lenguaje, Luis Moreno no existe. De la tradición, olvídate. Luis Moreno 31, para no decir Ulises.

Sexto: Si hay un fallo, es el regreso. Si hay una pifia, es volver a esa tierra, a esa casa, a esa mujer, que ya no son tuyas. Tampoco el lenguaje es tuyo. Si hay algo tuyo aquí, que te pertenece, es el poema. Estos poemas no son de ningún lector, son solo de Luis Moreno Villamediana. El hecho de que estés aquí en esta hora, con el libro en las manos, o luego, en la sala de tu casa, o el baño de tu casa, con el libro en las manos, no te hace mejor, y sí peor. Comprenderás la monstruosidad del regreso, la perturbación del ciclo. Serás una criatura postrada ante unos dioses que no son dioses. Y hablando de eso, Ezra Pound, Archibal Randolph Ammons, Mark Strand, José Martí, Ítalo Calvino, Yves Bonnefoy, Heberto Padilla, Heidegger, todos ellos estaban aquí antes de que esta presentación empezara. Yo no los vi, y mejor, a esa gente prefiero no verla.

Séptimo: Contenido, repito. Contiene un elemento en teoría horrible, repulsivo, inaceptable. Contiene sinsabor, contiene íconos, contiene anexionismo ideológico, contiene errores ortográficos, contiene un infarto masivo verbal, contiene palabras, contiene la palabra regañadientes, contiene nombres, contiene información clasificada, contiene muerte, contiene la verdad. Por contener, de contención y muro, repito, contiene pensamiento, inteligencia, y orden. Ya estoy cansada del caos, el caos en la poesía es una justificación. La poesía es orden. Basta.

Octavo: Fíjate que, si se encuentra algo, eso es poesía muerta. Luis Moreno Villamediana encuentra, pero está reacio. Hay lagartijas y unas latas de Fanta, y yo sumaría a las latas bolsas de nylon, botellas de vino de California, uvas podridas, cartones de huevo del Dollar Store, servilletas embarradas de manteca de canola y hamburguesas de algo parecido a la meet, almohadillas sanitarias ensangrentadas y prietas, hebras de pelo largo y planchado, pétalos enormes de rosas enormes, ofensivas, porquerías que me encuentro en el suelo de los salones supuestamente pulcros de un mundo supuestamente sano. A una milla del lugar la imagen es monstruosa, y la poesía es, o está, muerta, y el lenguaje, más allá de haber sido vomitado, es pobre. Señor, el que busca encuentra.

Noveno: Fíjate que este libro es un libro precioso. Lo siento, pero este libro es un libro precioso.

Décimo: Y cuando me pregunten sobre el atrevimiento de haberme tatuado una Ñ en el muslo, la Ñ del otono del basurero linguístico, y duele el alma izquierda/ el hombro izquierdo/ y la mitad/ derecha/ de la frente, ya sé qué responder, ya sé qué responder, ya sé.

Foto: Natali Herrera Pacheco

3. diccionario cubano de mongolia, diccionario venezolano de rumanía

los únicos poemas que puedo escribir son plegarias,

las únicas plegarias que puedo elevar son poemas.

Kelly Martínez-Grandal

Adentro. Todo sucede allí, donde debe suceder, en la cabeza de un Dios, o, por así decirlo, en La Cabeza Importante. Una cabeza importante es mejor que cualquier cabeza.

Borde. Hay un borde allí, un margen que nos separa o embute, a veces. Una finísima línea divisoria entre la poético y lo textual, entre lo ajeno y lo íntimo, entre lo social y lo individual.

Cuerpo. El cuerpo de Kelly Martínez-Grandal (La Habana, 1980) está presente aquí. Tiene brazos y camina, con los brazos, con los dedos, con el lápiz, por un sendero de memorias muertas. El cuerpo está muerto, en esa muerte transcurre la vida.

Choque. Cuando choco y me caigo, cuando tropiezo con aquello que he chocado, no es una pared, es la falta de presencia. Rodea a Kelly Martínez-Grandal una ausencia, unos humos densos, una neblina histórica. Chica, te has quedado sola en el poema.

Decir. En poquísimas páginas (la mitad de las páginas exactamente, porque la otra mitad está ocupada con las traducciones al inglés de los poemas) organizadas así por su autora, porque así lo quiso y así terminó siendo, una pequeña Ópera Prima de 50 bilingües páginas, hay un único objetivo, estético y literario, y ese objetivo es: decir.

Espejo. Tal vez me estoy equivocando y este libro es otra cosa. Lo he leído y me he visto, me he mirado de arriba abajo y me he encontrado fea, sucia. Los recuerdos de la infancia y de las infancias de los otros han venido a mí, a preguntarme por qué. Este libro es un espejo. Una concavidad.

Foto: Natali Herrera Pacheco

Fuerza. Desde la primera imagen, las espaldas de un bisonte, su nuca, su columna erguida, doblada, acostada, lo que presiona es la fuerza. Fuerza frágil del poema frágil. El poema de la familia, a pesar de su fuerza, es frágil. El poema que se dobla. La columna elástica, la forma. Interesa la forma, la ilustración. Interesa la fuerza de la ilustración. Forma sin nombres. No hay nombres. Hay fuerza y continuidad. La imagen o el espejo. Yo me quedo con la imagen, y lo que la provoca.

Golpe. Un golpe bien dado debe doler. Un mazazo en la medulla debe atolondrar. Sustituir poema por golpe y dejar que la lectura haga su parte. Sustituir viaje por golpe y dejar que la escritura haga su parte.

Hiposulfito. Se trata, ahora, de la limpieza. La limpieza del poema, preciso, conciso, desencadena otro tipo de golpe, uno parecido a la verdad, como cuando te dicen la verdad en tu cara, y tu cara sufre ese peso, el peso de la verdad. Con ácido hiposulfuroso se ha limpiado la casa del poema, las paredes del poema y sus contornos, su edición. La verdad del poema es la verdad del mundo, al leer el libro de Kelly Martínez.

Isla. El arrastre de la isla, manida y fallida, el fallo. Cuesta la isla. Su presencia importa. Desconsuelo insular que, aunque no duela, coge. ¿La isla que me coge, me tiene, es la misma isla de Kelly Martínez? ¿Dónde tú naciste?

Jardines. Se nace en un jardín. Se transita de un jardín a otro, saltando como lagartos o cualquier tipo de animal ovíparo. Se pasea en el jardín de flores venenosas y de hermosuras fotosintéticas. Cuando leo jardines, en el libro, es como si leyera espinas o, menos directo, viaje.

Koniek. Libro extranjero de la escritora extranjera que emigra constantemente y adopta una, dos, tres nacimientos, tres casas, tres despedidas, tres países, ¿cuántos presidentes? Múltiples residencias del poema. El fin.

Lengua. Sin lengua no hay poema. Sin lengua no hay espejo. ¿Has pasado alguna vez tu lengua por un espejo con el fin de acariciarte, conocerte? Este libro pudiera ser un conjunto de párrafos cortados y palabras cortadas y lenguas sueltas, pero su resultado, único, es el autoconocimiento, una caricia.

(ninguna palabra con doble ele)

Medulla. Medulla madura modula muy dura la mula. Cualquier libro con esa palabra en el título me va a llamar la atención.

Foto: Natali Herrera Pacheco

No. Antes de la negación, la concisión. Leo en el primer libro de Kelly Martínez-Grandal un espacio finito, entrecortado. La enfermedad de la síntesis, me quiero contagiar. Todo aquello que planteaba Cioran sobre la síntesis y decir nada más lo único que hay que decir. En este libro se dice lo único. No la luna. En ti la sombra del cielo/ donde no nos vimos.

(ninguna palabra con ñ)

Oblongata. El bulbo raquídeo o médula oblonga es el más bajo de los tres segmentos del tronco del encéfalo, situándose entre el puente troncoencefálico o protuberancia anular, por arriba, y la médula espinal, por debajo. Presenta la forma de un cono truncado de vértice inferior, de tres centímetros de longitud aproximadamente. La historia como un sistema cónico. El libro como un sistema encefálico.

Padre. Figura del padre, figura del presidente, figura del poder. Sociedad patriarcal a la que nos debemos. Mi padre esto y mi padre aquello, y el padre de mi madre esto y el padre de mi padre aquello. Masculina la sociedad. Travesti la sociedad y travesti la familia, ambos sustantivos femeninos. Kelly Martínez lo sabe. Bajamos la cabeza, apenadas.

Qué. ¿Qué libro escribir? ¿Por qué? ¿Para qué desmedularse, oblongarse, exponerse? ¿Era necesario? Otra vez Cioran: Lo importante en el arte es la necesidad. El poema necesario, la violación necesaria, un campo traviesa.

Roja. No roja, pero roja. Mujer roja o rosada o purple, una palabra en inglés que se pronuncia con los labios hacia afuera. Roja, rojiza, rosácea, enrojecida, morada, aterciopelada, flor, coliflor. La zona rosa de la poesía no tiene prostitución aquí. Tiene elegancia y sabiduría, y un sufrimiento rojo imposible de descifrar. Coincido en ese sentido con las palabras preliminares: escritura vieja. Y por eso mismo, atractiva.

Serpiente. Más de una vez la serpiente. Más de una vez vida y muerte. Protectora del poema, la serpiente se arrastra por el libro, acariciando el tesoro. Otro tesoro: la traducción. Libro bífido, bilingüe. Dejarse envenenar. Dejarse morder.

Tabaco. La tradición. La cosecha del tabaco y el campo de tabaco como un paisaje de fondo. Cuba, el país donde nací que no pude conocer. La escuela Mariana Grajales envuelta en humo de tabaco, ese es el poema que no está en el libro, el poema que falta. Los niños de Mongolia en la escuela cubana de Mongolia, y más tarde la juventud rumana en la universidad venezolana, como un campo de tabaco, envuelta en humo, difuminándose.

Utra. Buenos días a Kelly Martínez-Grandal. Buenos días al poema en el poema, a pesar de todo, con un optimismo austero, un optimismo basado en la felicidad pasada, porque también hubo eso, felicidad. Hubo buenos y hubo días. Porque Días Oblongata podría ser también el título de Medulla.

Foto: Natali Herrera Pacheco

Vientre. En mi estado mental, un defecto constante de gestación, leo vientre y me abro. Un tipo de feminidad que concilia al padre con los días y a la serpiente con el tabaco. Es de donde surge la respiración, un tono escritural marcado, otra vez, por una pausa. Hago pausas, respiro, inflo el diafragma, leo. Leo mejor con vientre que sin vientre. Me pongo el libro en el vientre como si Kelly Grandal, en sueños, me hubiera dicho: Legna Rodríguez Iglesias, ponte mi libro en el vientre. El vientre que se llenó de utra.

(ninguna palabra con doble uve)

(ninguna palabra con equis)

Yaga. La yaga no es una herida, es otra persona. Kelly Martínez-Grandal es tal vez otra persona. Sobre su medulla hay una maldición y también una bendición. Extranjera, Kelly, acude al folklore de nuevo para maldecir los días. Las páginas extranjeras de un libro bilingüe, extranjero, que deambula entre otros libros como un zombi de la literatura latinoamericana. 

Zapatos. Al quitarme los zapatos, por falta de sombrero, agradezco a la autora la oportunidad de haber leído, muy estresada, su maldición. Bienvenidos sean, para mí, los libros que mal digan, mal expresen, aquello que por mal visto no se mencione. Agradezco a su editora haber editado algo que tal vez no sea bueno, en ciertas páginas, porque hay ríos de sangre. Agradezco a la ilustradora haber completado el ciclo con unas ilustraciones, posiblemente, terribles. Agradezco a la diseñadora haber metido sus manos y haber creado un producto de la talla de Medulla.

4. papá polilla poema

Adalber Salas (Caracas, 1987) me escribe por correo electrónico diciendo: voy a Miami y quiero conocerte. Por alguna razón, cuando llega al lugar donde nos conoceremos, una librería venezolana de libros en español donde trabajo vendiendo libros y limpiando el suelo, lo saludo con un nombre que no le pertenece: qué gusto conocerte, Ismael.

Aquel saludo cambió todo entre Adalber Salas y yo. Llovía a cántaros y él venía de República Dominicana con una novia dominicana del brazo. Ahí había adquirido mi libro de poesía para niños Todo sobre papá, que le gustaba mucho porque él también era papá y me quería regalar su libro Mínimos, sobre la experiencia de la paternidad.

Llovía a cántaros igual dentro de mí, que hacía dos o tres días había expulsado el primer cigoto amado de mi vida. Se lo dije a Ismael o a Adalber Salas, como si fuera la cosa más normal y más terrible del mundo, porque es la cosa más normal y más terrible del mundo. Así que nuestra amistad y nuestras lecturas comunes de nuestros propios libros, empezaban de esa forma: con lluvia, verano y bichitos que nos comían por dentro.

Foto: Natali Herrera Pacheco

Su libro Mínimos es apenas lo más mínimo que yo leería de Adalber Salas, no por la sustancia conmovedora y los poemas llenos de padre, piedra, paredes, párpados, posibilidad, pulcritud, polillas; sino porque lo siguiente, una poesía de la conciencia del hombre sobre el espacio, poderoso y millonario del pasado y del futuro, de lenguajes y de hijos, escapa a la levedad de superficial lectura.

Pienso en cómo se posan las palabras sobre los libros sin que nada les importe, leí en la página 72 y me cagué en la silla. Me hice caca, maravillada. Me defequé en mí misma por culpa de Ismael o Adalber Salas, ya lejos de mí en ese momento, en Canadá o en New York, sentado en colchón o silla.

Lo comento brevemente porque desde mi lenguaje y mi posición de madre, una mujer frente al hombre Adalber Salas, de la misma manera que la madre de su hija, toqué algo que no podía estar ahí / una transparencia sólida. Después, además, veo con mi hijo cómo un gato / salta sobre un grillo / y lo destroza.

Se le podría llamar hormonales a esos poemas y a esos libros de poemas salidos de unas entrañas que acaban de dar a luz, como se dice en Cuba.Ese estado animal que se prolonga tal vez para toda la vida, cuando entiendes de lo que has sido capaz. Poemas que dan cuenta de lo que uno ha sido capaz. Poemas perturbados por una cosa muy grande que salió de uno pero que no le pertenece.

Se le podría llamar hormonales a esos poemas que ahora están de moda. Hay demasiados poemas sobre la maternidad y la paternidad y el hallazgo indescriptible de ser madre o de ser padre. Es un carnaval de hormonas desfilando por galerías poéticas que se empiezan a descomponer. Es ahí, en la descomposición, donde uno encuentra lo mínimo.

Veo lo mismo que Adalber Salas mientras se va caminando con una niña en los hombros. Más lluvia, con un niño en los hombros, leeré sus poemas y sus traducciones (una misma cosa) pensando que aquella tarde un Ismael venezolano o dominicano, en todo caso bien caribeño, vino a conocerme y me dio sus poemas como si se quitara un peso de encima. Cada vez que tú adquieras un libro de Adalber Salas, será un peso que te caerá encima.

1 Comentario

  1. Parece que los milagros existen en forma de compañía inesperada, de bordón oportuno en los momentos de mayor desamparo y confusión. Estas letras y estas fotografías han sido sustento en la precariedad, objetos flotantes adonde poder asirse en los océanos del absurdo.
    Venezolano deambulando en la abstracción abrumadora de Chicago, leo esta poesía que como vidente me envía mi amiga Natali

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